Desde Galicia, Barcelona y Madrid tres profesionales cuentan cómo se las ingenian para sobrellevar una crisis que ha desbordado al sistema sanitario español, considerado uno de los mejores del mundo. Reconocen que psicológicamente es duro trabajar en condiciones tan adversas, que el gobierno actuó tarde, pero lo importante es salir todos juntos de esta situación. Y luego está la familia. Lo peor es mantenerse aislados de parejas e hijos.
María Corina Goiri no duda en reconocerlo. «Por suerte o desgracia, la generación de médicos a la que pertenezco se formó en una carencia absoluta de medios. Y desde que somos estudiantes hemos visto desbordados nuestros hospitales y hemos trabajado con las uñas».
Tiene 44 años de edad, se graduó en la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda de Coro, estado Falcón. Es especialista en Medicina Familiar y Comunitaria con MBA en Gestión de Centros Sanitarios y Doctorado en Endocrinología. «Los españoles deben estar agradecidos por contar con un sistema que tiene de todo y, hasta esta pandemia, la gente no sabía lo valioso que era. Que está colapsado en algunas zonas, sí, pero la enfermedad tiene una evolución natural y aunque los que estén en cuidados intensivos tarden más en recuperarse, espero que este pico llegue pronto», dice.
Desde hace 16 años Goiri vive en España. Trabaja en la Ibermuta Gallega como colaborador con la Seguridad Social pero, desde hace unas semanas, está a cargo de un geriátrico de 40 pacientes donde, hasta el momento, 27 han dado positivos por covid-19, varios de ellos graves y la mayoría mujeres. También está afectado parte del personal médico: 10 de ellos han sido contagiados y están en cuarentena. «Fui convocada para prestar apoyo», dice la madre de dos niños que, por los momentos, solo se asoman a la puerta de su cuarto para verla. Tanto ella como su esposo, también médico, han decidido que es la mejor manera para prevenir el contagio.
Los pacientes que atiende Goiri no han podido ver a sus familiares desde que se decretó en España el estado de alarma. «Hay familias que solicitan videoconferencias para acompañarlos. Y es nuestro compromiso darles buena asistencia y, también, acompañarlos a morir tranquilos de ser el caso. No tan solos».
Emocionalmente no es sencillo, reconoce la doctora venezolana luego de años de experiencia. «Nadie quiere ver morir gente a destiempo. Pero esto es una carrera de vocación. Hoy toca así, otro día será distinto».
La situación en España es crítica, aún cuando las cifras han bajado, reconoce. Al día de hoy se cuentan 177.633 casos y 18.579 muertos. «Depende también de la comunidad autónoma de la que hablemos. Madrid realmente está desbordada. Lo corroboran las cifras y el contacto diario que tengo con mis colegas. En Galicia aún es manejable. Y pienso que no llegaremos a esas cifras, tanto por las medidas de confinamiento como por la densidad poblacional».
Para Goiri, y en eso coinciden mucho de sus colegas, en España las medidas se tomaron tarde. «Se sabía de la pandemia desde el 30 de enero. El gobierno pudo prever con antelación y prepararse mejor. Tener, por ejemplo, más equipos de protección individual. Evitar concentraciones como la de 8 de marzo, así como eventos deportivos, donde la cantidad de gente es inmensa. Allí creo que fue el quiebre de la comunidad de Madrid. Las cuentas salen perfectamente».
Considera una vergüenza que el Ministerio de Sanidad haya propuesto que los médicos con síntomas leves se reincorporan al trabajo. «Es una insensatez. Pienso, además, que deberían repetir tests a los que estamos expuestos durante tanto tiempo». Y no tiene reparo en decirlo: «Esta crisis es producto de una mala gestión política».
Pero es optimista. «Al final el objetivo es salir todos juntos de esta situación de la mejor manera. Porque esto tendrá su fin».
Por ahora lo que más quisiera es poder abrazar y besar a sus hijos de 8 y 6 años, pero sabe que debe esperar. «Aislarme de mi familia ha sido lo peor».
Ricardo Vethencourt tiene 38 años de edad. Es cirujano ortopédico graduado en la Universidad Central de Venezuela y hace 11 años emigró a España. Trabaja en el Hospital Central de la Defensa, en Madrid, en el área de traumatología.
Hasta hace unas semanas en el hospital donde trabaja prestaban asistencia telefónica a la población, pero dada la grave crisis que ha se ha vivido en Madrid, la ciudad más golpeada por la pandemia en España, Vethencourt y muchos de sus compañeros se incorporaron al equipo de atención a pacientes con covid-19. «Es un trabajo muy duro, agotador psicológicamente, pero a la vez muy reconfortante porque todo el grupo se ha volcado a prestar ayuda y la respuesta ha sido extraordinaria», reconoce el médico que hizo su residencia en el hospital de Guatire y se desempeñó como médico general en el hospital de Carayaca.
El Hospital Central de la Defensa, dice, está desbordado por el incremento desmesurado de casos y la falta personal. «Realmente estamos sobrecargados de trabajo», afirma. Y no solo el personal médico, también el administrativo, el personal de limpieza… «Todos desempeñan una función importante».
Aproximadamente hay 500 pacientes en el hospital y todas las plantas, salvo el área de maternidad, adonde han trasladado a los pacientes oncológicos, están destinadas a atender pacientes con covid-19. «Y eso está pasando en toda España».
Ha trabajado jornadas de 24 horas y semanas enteras sin descanso. «Todos los días te enfrentas a decisiones trascendentales para otras personas y tienes que decidir a qué paciente beneficiar con un tratamiento o no, y si esa medida es positiva para otro paciente. Si bien la mayoría evoluciona favorablemente, he visto jóvenes que no. Y cuando un paciente se complica, anciano, joven, niño, es un golpe a tu trabajo, a tu profesión».
Reconoce que ha sido muy duro ver a familiares que no pueden despedir a un paciente que muere. «Psicológicamente te golpea. En el hospital el Servicio de Psiquiatría y Psicología Clínica es el que se encarga de transmitir la información de decesos a los familiares. Ellos tienen mejores herramientas para manejar estos casos de la mejor manera posible. Nos ha tocado informar, por ejemplo, a un familiar que está ingresado que un pariente falleció. Duro».
No duda en afirmar que en España las medidas para prevenir la propagación del covid-19 se tomaron tarde, pero «no es momento de buscar culpables. Invierto toda mi energía en poder ayudar. No es momento para reproches. Es importante saber qué se hizo mal para no repetirlo en un futuro, pero hoy hay cosas más importantes que atender», agrega Vethencourt.
No es pesimista, pero sí realista: las muertes por covid-19 continuarán. «Pero el confinamiento será clave para evitar que la propagación continúe. Las medidas de aislamiento tardan en hacer efecto, pero se está notando. Ahora lo más importante es no bajar la guardia, porque de lo contrario volveremos a observar un repunte con consecuencias catastróficas».
Cuando llega a su casa, donde lo esperan su esposa y sus hijos de 2 y 3 años, trata de ser lo más racional posible. Más de una vez ha sentido que tiene los síntomas de la enfermedad, «es algo inevitable». Es cuando intenta ser lo más objetivo posible. «Pero no niego que me preocupo por mi familia».
Apenas llega a casa, de desviste casi por completo en la puerta de su residencia. Toma un baño largo y han adoptado medidas para evitar el contagio. «No es fácil, pero lo vamos logrando».
Leonardo Silvio Estaba vive en Barcelona desde hace 20 años. Graduado en la Universidad Central de Venezuela, es cirujano digestivo hepato-bilio-pancreático, además de especialista en cirugía laparoscópica avanzada. También es director de cirugía mínimamente invasiva en el servicio de Cirugía Digestiva del Parc Sanitari San Joab de Deu de San Boi. Y pertenece a ese porcentaje de personal sanitario, cada vez mayor en España, contagiado con el covid-19.
«Desde hace unas semanas, cuando vimos que todo esto se avecinaba, mi esposa y yo comenzamos a tomar medidas. Pero cuando resulté positivo me mudé de cuarto, uso mascarilla todo el día, guantes la mayoría de las veces, mantenemos la distancia, estoy en una zona específica del sofá y mi esposa no entra al cuarto», dice el médico de 45 años de edad.
Fue en una guardia de domingo cuando ingresó el primer paciente con covid-19 al hospital. Tres médicos se contagiaron. Y a partir de entonces la enfermedad se descontroló en el recinto. «Pero nadie lo sabía, seguimos trabajando normal». A la semana ya había 7 casos más de personal sanitario enfermo. «Fue en ese momento cuando nos dimos cuenta de que en el hospital había un foco».
Se suspendieron todas las operaciones, las consultas externas y solo se atendía a pacientes ingresados. «El hospital se paralizó. Un paciente al que había operado comenzó a tener fiebre y falleció. Es cuando me hacen el test y di positivo. Desde ese momento estoy en casa aislado».
El hospital había colapsado en cuestión de pocas semanas. Se habilitaron todas las camas, además de un ala nueva que sirve como unidad de terapia intensiva que se llenó en cuestión de días, afirma el médico.
«El sistema sanitario español es muy bueno, de los mejores, desde el punto de vista de equipamiento y cómo funciona, así como de su personal. El problema es que ante una crisis así, si no tomas previsiones, todo va a fallar y fue lo que ocurrió. En mi hospital empezó a desaparecer el material. Era imposible reponer batas, guantes y otro tipo de materiales. La gente se volcó a comprar y el gobierno no daba respuestas. Al estallar la crisis nos damos cuenta de que los insumos que tenemos no son los adecuados para tratar una enfermedad de este tipo», comenta Silvio. Y agrega: «Si no tienes material adecuado, te contaminas».
Dice el médico que sus colegas se han vuelto especialistas en improvisar porque el material que llega es insuficiente. «Estoy aprendiendo cosas que jamás imaginé. Nos ponemos dos batas, por ejemplo, porque no tenemos las impermeables. Y el objetivo es cuidarnos al máximo».
El médico insiste en que lo ideal es que el covid-19 contagie a la mayor cantidad de personas para que exista la llamada inmunidad colectiva. «Lo ideal es que tengas un sistema sanitario que lo pueda atender o contenerlo, y que salga una vacuna en dos años». El problema está, dice, en saber cuán fiable será.