Es 100 veces más potente que la morfina, cruza el Océano Pacífico y usa a los carteles mexicanos para distribuirse por los países desarrollados
por Laureano Pérez Izquierdo/INFOBAE
Algunos son legales. La mayoría, en cambio, son clandestinos. O están a mitad de camino de sobrevivir dentro de la ley. Todos, eso sí, se encuentran dentro de los parámetros de pereza institucional que tolera la mayoría de los entes regulatorios chinos. Decenas de miles de laboratorios producen fentanilo como si fueran simples chips o zapatillas. Comprimen millones de dosis en una jornada laboral, sin conocer lo que es un fin de semana.
Una solitaria y rudimentaria máquina -arrumbada en un galpón- puede producir entre 3 mil y 5 mil tabletas por hora. El mamotreto industrial puede comprarse en dos minutos por Alibaba por menos de mil dólares. Tardará pocos días en llegar a destino. Si el negocio avanza la inversión para crecer no será significativa: con 5 mil dólares más se adquirirá un procesador con mayor capacidad que permita elaborar entre 10 mil y 18 mil píldoras. Se aceptan todas las tarjetas y formas de pago. La discreción además está garantizada: no se hacen preguntas ni hay formularios para completar.
El fentanilo es uno de los más potentes opioides. Es cien veces más poderoso que la morfina y una dosis indefinida puede provocar una sobredosis mortal, como está ocurriendo en los Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Alemania y Australia. Salió al mercado en 1963 como un anestésico intravenoso, pero debieron pasar generaciones para que su consumo se extendiera. Es que la pastilla sintética hecha en esas cuevas ilegales desparramadas por todo China no llega acompañada de un sello de calidad: con que solo una tableta tenga una composición defectuosa el adicto puede padecer convulsiones que apagarán su vida en minutos. Esos mejunjes tienen otra característica: suelen hacerse sin mucha precisión.
La amapola contiene varios compuestos alcaloides. El más importante de ellos es la morfina. Los opiáceos alivian los dolores y provocan sedación y euforia al imitar productos químicos naturales como las endorfinas, palabra que nace por la contracción de “morfinas endógenas”. Estos químicos, por su parte, interactúan con una serie de conectores del sistema nervioso denominados receptores opioides.
Existe una amplia gama de medicamentos que estimulan este receptor y todos ellos producen analgesia y euforia. La medicina los utiliza para un fin concreto: aliviar los dolores producidos por un cáncer avanzado o por una operación. No debería ser recomendado bajo ninguna otra circunstancia, de acuerdo a la doctora Anna Lembke, de la Universidad de Stanford, una de las máximas voces que se oponen a este tipo de prácticas médicas, algo que se extendió en las últimas décadas y contribuyó a la epidemia.
Es que este tipo de drogas conllevan un riesgo sucesivo de dependencia y sobredosis. El fentanilo, cuyo uso extensivo explotó en los últimos años, es el más claro ejemplo. Los rasgos característicos de su consumo -sin prescripción médica- son la reducción del grado de conciencia, la contracción de las pupilas y la depresión respiratoria asociada con pérdida de reflejos y el riesgo de aspiración. Un cóctel potencialmente mortal: puede conducir a un un paro cardio respiratorio y la consiguiente muerte. Si se ingiere por vía oral, se metaboliza por el hígado. Esto significa que, después de su consumo, la mayor parte del medicamento se elimina a medida que pasa del intestino a través del hígado y antes de que pueda llegar al sistema sanguíneo. Pero aquellos que lo consumen de manera adictiva eligen un camino más efectivo y directo para alcanzar sus efectos sedantes: la administración por sangre. Una inyección que puede ser mortal.
Hay más variantes al fentanilo, todas peores: alfentanil, sufentanil, remifentanil y carfentanil. Este último es 100 veces más fuerte que el de uso más extendido y aunque es para la práctica veterinaria, el número de adictos que se inclinan por este tipo de droga es cada vez mayor. Todo este abanico provoca una sedación casi instantánea. Como también es casi instantánea el efecto sobre el aparato respiratorio. La ventana de tiempo de un paro suele ser demasiado corta como para actuar si se entra en una crisis. Para peor, estos colapsos suelen ser inadvertidos.
En la actualidad, la mayoría de los laboratorios -o pseudo laboratorios- que producen este medicamento se encuentran en China. “Tienen un récord histórico de corrupción. Sólo buscan hacer dinero, violan las leyes locales y son quienes más dañan la imagen del país”, aclara un analista canadiense en actividad que prefiere mantener su identidad al margen. El número total de sótanos dispuestos en aquel extenso país es inespecífico, incluso para quienes conocen desde hace años este submundo. De acuerdo con una investigación de octubre de 2019 del diario The New York Times -basándose en información del Departamento de Estado- existen “entre 160.000 y 400.000 compañías químicas que operan legalmente, ilegalmente o en algún punto intermedio, una estimación expansiva que refleja tanto la inmensidad de la industria como la escasez de la información disponible”.
Por su parte, el periodista especializado David Armstrong, de ProPublica y STAT News, señaló en una antigua entrevista que muchos funcionarios judiciales y de seguridad del régimen chino hacen poco esfuerzo para descubrir la fuente de producción y cuando lo hacen no parecen estar muy dispuestos a determinar si la pastilla es o no legítima. Una de las explicaciones que se encuentran es que al no padecer China esta singular epidemia no es algo que requiera demasiado control.
Para el reportero, algunas de las compañías “son legítimas”. “El problema es que están enviando el producto aquí donde se está utilizando de manera ilícita. Y en muchos casos, las compañías farmacéuticas que están haciendo esto dicen que solo lo están proporcionando para fines de investigación. Pero no parece que haya ningún esfuerzo serio para descubrir la fuente del comprador y si realmente son investigadores o lo están utilizando para tal fin”, dijo en declaraciones a la National Public Radio.
Desde 2016 que Armstrong investiga los vaivenes de esta potente adicción, tiempos en los cuales Barack Obama aún regía los destinos de los Estados Unidos y las disputas con Beijing todavía no habían adquirido la forma actual. Es decir, el problema no es nuevo. La alerta estaba encendida y su administración comenzó a secuestrar cargamentos de pastillas, pero también de precursores y máquinas compresoras que llegaban por correo para ser fabricadas en casa. Las estampillas de aduana tenían un origen: Made in China.
Un informe de RAND Corporation publicado en 2019 y titulado El Futuro del fentanilo y otros opioides sintéticos “identificó múltiples empresas chinas que están dispuestos a enviar un kilogramo de fentanilo casi puro a los Estados Unidos entre 2.000 a 5.000 dólares”, muchísimo más barato que la misma cantidad de heroína mexicana cuyo valor asciende a los 25 mil dólares. Eso explica su auge. Después será revendido a otros precios.
“Gran parte del fentanilo actual y sustancias relacionadas se originan en China. Según agentes federales, estas sustancias llegan al mercado de los Estados Unidos directamente de fabricantes chinos en carga o por correo o servicio de paquetería privado (por ejemplo, UPS, FedEx), de contrabando desde México, o pasado de contrabando desde Canadá luego de ser presionado como píldoras recetadas falsificadas”, dice el mismo estudio del reconocido think tank con base en Santa Monica, California.
Esta operación no es a la vista de todos. Cuando se trata de compras directas no escriben Alibaba en sus ordenadores. Los mercaderes -no los carteles mexicanos, que trabajan a otra escala- recurren a un mundo desconocido para el común de la gente: la web oscura. ¿La forma favorita de cancelar la transacción? Pagos mediante criptomonedas. Difíciles de rastrear.
Una investigación del Instituto Australiano de Criminología -dependiente del gobierno- lo corrobora: “El medicamento también estaba disponible en la darknet entre 800 y 2.500 dólares el gramo”. El kilo era vendido originalmente en 2.500 dólares por los productores chinos. Ganancias extraordinarias.
El profesor de la Universidad de Oxford, Reino Unido, Mark Graham realizó en 2017 un mapeo que muestra cómo el comercio de esta droga se desarrolla en su país, en los Estados Unidos, en Alemania y en Australia principalmente. “Sin embargo, esto no significa necesariamente que China no sea el sitio fundamental de producción”. Lo explica fácil: los demás focos de venta actúan como intermediarios y trafican localmente por la “web oscura” las pastillas, el polvo o los parches, otra de las formas de consumo.
En Australia, por ejemplo, un estudio del Instituto de Criminología -de marzo de 2019- analizó las listas de fentanilo en seis mercados ilegales de la darknet. Entre los descubrimientos establecieron que alrededor de 100 vendedores podían disponer entre 15 y 22 kilogramos de la droga en un día. Sin embargo, sabían que la cifra estaba muy por debajo de la realidad. El peligro está en aumento.
Un tráfico que crece
El drama no es únicamente norteamericano. El Reino Unido, por ejemplo, ve cómo el uso de esta droga se bifurca cada vez más en su población, aunque sin que haya sido declarada epidemia en su territorio. Un documento del Consejo Consultivo sobre el Uso Indebido de Drogas (ACMD, por sus siglas en inglés), al que tuvo acceso Infobae, muestra cómo impacta en la sociedad británica este potente opioide. “Las tasas de muertes registradas que involucran variantes de fentanilo en el Reino Unido han aumentado en la última década, y es probable que el número de muertes estén subestimadas, ya que no siempre se realizan análisis forenses suficientemente detallados”, señala el informe de enero de este año que llegó a manos de Priti Patel, ministra del Interior de aquel país.
El gobierno británico fue advertido por el Consejo respecto a la gravedad del asunto. Es que una dosis mínima de este químico equivale a grandes cantidades de morfina. “Debido a esto, los usuarios se enfrentan a un alto riesgo de sobredosis accidental que conduce a enfermedades respiratorias potencialmente fatales”, indica la larga investigación firmada por el doctor Owen Bowden-Jones y el profesor Simon Thomas, ambos directores del organismo estatal independiente.
Los especialistas británicos saben que una de las claves para el éxito en el tráfico de este narcótico se da por su escaso volumen, “cantidades pequeñas y fáciles de ocultar” que aseguran que llegue a los consumidores sin mayores interferencias. “Pueden generar efectos eufóricos similares a los producidos por cantidades mucho mayores de opiáceos derivados de plantas tradicionales, como la morfina y la heroína”, explican Bowden Jones y Thomas. Ambos sintetizan que los brotes que surgieron en los Estados Unidos en un principio pudieron ser controlados hasta 2012, momento en el cual la fuente de origen ya estaba demasiado lejos de lo límites del país: los proveedores estaban ilocalizables en el extranjero.
“Desde 2013 hubo un aumento sustancial en la disponibilidad internacional de opioides sintéticos producidos ilícitamente, incluidos los fentanilos. Estos se obtuvieron principalmente de China”, señala el detallado informe del gobierno del Reino Unido. El documento explica que una aceitada industria farmacéutica combinada con mecanismos “internacionales de comunicación y pago online habilitados y los rápidos sistemas de transporte internacional para paquetes desarrollados para servir al comercio por Internet” fueron fundamentales para el desarrollo de la crisis actual.
Los datos de secuestro de drogas también señalan a la inmensa nación asiática. “De las 1300 nuevas incautaciones de opioides sintéticos reportadas, 940 (72%) fueron derivados de fentanilo”, estas vinieron en forma de parches, polvo y pastillas. “Se informó que la mayoría de las incautaciones se originaron en China”, señaló la investigación del ACMD.
Canadá padece una situación mucho peor. “Todos los días en Canadá, 12 personas mueren por sobredosis de opioides”, advierte una campaña de concientización hecha por el gobierno del primer ministro Justin Trudeau. Sin contar Quebec, la administración canadiense informó que entre enero y diciembre de 2019 murieron 3.823 personas víctimas de sobredosis de opioides. La mayoría de ellas, un 77%, con fentanilo. Casi el 70 por ciento tenía entre 20 y 49 años; el resto, más de 50. Desde enero de 2016, la suma total de muertos alcanza los 15.393. Los datos pertenecen al Departamento de Salud. Las provincias más afectadas son las occidentales, aquellas más cercanas a los envíos desde Oriente. Particularmente dos son las que más lo sufren: British Columbia y Alberta.
Canadá también ve en China el origen del tráfico dentro de sus fronteras. “China sigue siendo el principal país de origen del fentanilo en Canadá. El originario de China se obtiene principalmente de la Internet oscura y generalmente está en forma de polvo. Se pueden crear nuevos análogos haciendo cambios mínimos a los existentes, lo que dificulta que los esfuerzos de regulación del gobierno chino se mantengan por delante de los productores de drogas ilícitas”, señala la administración de América del Norte.
La metodología de tráfico es idéntica que en los Estados Unidos y que en el Reino Unido. “Los productos comprados en línea a menudo se envían por correo a través de numerosas técnicas de embalaje en un esfuerzo por disfrazar o evitar la detección”, indica el Departamento de Defensa de Trudeau.
El fracaso local en el combate a estas cuevas farmacológicas tienen un padre: la Comisión Nacional de Control de Narcóticos de China (NNCC, por sus siglas en inglés), conducida por Yang Fengrui. Cada cierto tiempo, el funcionario del régimen ofrece informes sobre el avance sobre los traficantes locales. No es mucho lo que puede mostrar, salvo intenciones. En el Partido Comunista (PCC) lo ven de reojo: creen que sus resultados son dañinos para la imagen de la nación. Mucho más ahora en tiempos de coronavirus.
En Australia, la situación es menos desesperante que en el resto de los países, aunque no lo suficiente como para afirmar que está controlada. Es así que las alertas son emitidas continuamente en sus principales ciudades. La última de ellas fue en Sydney, el pasado 22 de febrero por la circulación de este veneno que preferentemente se consume en forma de polvo y es confundido con cocaína y heroína. El gobierno de Nueva Gales del Sur hizo sonar las sirenas.
De acuerdo al Australian Boureau of Statistics -con datos de 2018, los últimos procesados- “los opioides representaron poco más de 3 muertes por día” ese año. ”La mayoría de estas muertes inducidas por opioides fueron sobredosis involuntarias en hombres de mediana edad que implicaban el uso de opioides farmacéuticos, a menudo en presencia de otras sustancias. El daño relacionado con los opioides, incluida la mortalidad, es un problema grave de salud pública tanto en Australia como a nivel internacional”, remarca el organismo gubernamental.
La Comisión de Inteligencia Criminal Australiana, dependiente del gobierno, elaboró un informe en el que pone de relieve el incremento del consumo de estos narcóticos. “Al comparar los datos de agosto y diciembre de 2018, el consumo promedio ponderado por la población de fentanilo disminuyó en las ciudades capitales y aumentó en los sitios regionales. Los niveles de consumo siguen siendo altos, particularmente en áreas regionales, con un consumo promedio que excede el de la ciudad capital. Tasmania tuvo el mayor consumo promedio estimado en la capital en diciembre de 2018, mientras que Queensland y Australia del Sur tuvieron el mayor consumo regional promedio estimado”, señala el documento al que accedió Infobae.
En los Estados Unidos, los índices son mucho más alarmantes: en ese mismo período 31 mil norteamericanos murieron por sobredosis con opioides sintéticos, según información de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés). Y si se extiende el período de 1999 a 2018, casi 450.000 las víctimas mortales a causa de una sobredosis de cualquier opioide, tanto recetados como ilícitos. La mayoría de esas tabletas llevaba una inscripción: fentanilo, una droga que se supone calma el dolor, pero que es probable que pueda terminar con la vida.