Nicolae Ceaușescu fue el último dictador comunista de Europa, pero su régimen fue mucho más allá, estuvo marcado por excentricidades y fastuosos eventos culturales antes de ser fusilado junto a su esposa Elena, el 25 de diciembre de 1989 por 80 soldados, quienes les dispararon 120 balas en la ciudad de Târgoviște.
El 21 de agosto de 1968, el líder comunista organizó una manifestación que transformó su poder político, para ese entonces, el hijo de un campesino rumano ya tenía más de un año en el poder, sin embargo hasta ese momento había sido visto como una marioneta de los jerarcas del partido, hasta que se opuso a la invasión rusa a Checoslovaquia.
A partir de entonces, comenzó a popularizarse a nivel internacional la figura de Ceaușescu, convirtiéndose en un estadista internacional, al tiempo que inspiró un nuevo sentimiento de orgullo nacional, de que ya no eran una colonia de Moscú.
Ceaușescu incluso recibió respaldo de sectores no comunistas, que lo respaldaron por su conducta patriótica y acrecentó el culto a su personalidad, ya que no solo miraba al pasado de Rumanía, también modernizó e industrializó al país e invirtió en nuevas grandes fábricas.
Su gobierno se caracterizó por combinar las artes escénicas con las manifestaciones de masas, que servían a un propósito político dirigido a la oposición, para persuadirlos de apoyar al partido comunista, y para ello jugó un rol estelar el aparato de propaganda a través de los medios de comunicación.
Comienzo de la debacle
Elena Ceaușescu, la esposa de Nicolae, dejó el colegio a los 14 años con buenas notas en costura, pero los medios de comunicación se vieron obligados a darle un toque intelectual en el que debía tener un papel especial en ciudades en las que había investigaciones científicas o académicas, es decir que debía estar asociada a la ciencia, educación y cultura.
Hasta ese momento, los grandes espectáculos de Ceaușescu se habían inspirado en grandes acontecimientos reales, pero a principios de los 80 comenzó a cambiar el guión, las nuevas fábricas se quedaron obsoletas, la crisis del petróleo encarecía la energía, había escasez de alimentos y cortes de electricidad, y para ello, la solución fue intentar cambiar la realidad.
Según los periódicos, la economía rumana seguía creciendo rápidamente, pero las estadísticas no era ciertas, no estaban basadas en hechos: la gente no tenía suficiente agua para bañarse, faltaba papel higiénico, jabón y solo se podía comprar pan racionado, pese a que quería demostrar que su plan agrícola era mejor que el soviético.
Debido a ese contexto, la cúpula comunista comenzó a ver a su líder con otros ojos, como una fuente de consuelo en el que mediante los espectáculos artísticos se seguía reflejando productos de calidad.
Ceaușescu decía que la catástrofe económica que vivía el país era culpa de los extranjeros, concretamente de los bancos internacionales que no le prestaban dinero, y aseguraba que tenía la solución: exportar productos agrícolas para pagar la deuda externa que ascendía a los 10 mil millones de dólares, al tiempo que los supermercados estaban vacíos.
La caída de los Ceaușescu
La realidad terminó alcanzando al teatro de Ceaușescu, luego de que el último desfile tuvo un espectáculo que no fue real: las canciones y gritos venían de los altavoces, ya que los participantes, al igual que la mayoría de rumanos hacía colas toda la noche para comprar.
El 31 de diciembre de 1989, Ceaușescu organizó una concentración ante el edificio del comité central del partido comunista, pero para sorpresa de su líder, en medio de su discurso, fue abucheado por un grupo de infiltrados ante el susurro de Elena a su esposo de ofrecer un aumento salarial para calmar a la multitud.
En las horas siguientes de aquel episodio lo que reinó fue la tensión y la represión en las calles de Bucarest y otras ciudades del país por parte de cuerpos de seguridad leales al dictador, quienes dispararon a la población y a militares descontentos con el régimen.
La violencia desencadenó en el suicidio del ministro de Defensa y en la huida de los Ceaușescu hacia una zona segura, donde, cuatro días después fueron capturados, juzgados y ajusticiados en un juicio sin valor legal que se extendió durante dos horas.
Los Ceaușescu fueron declarados culpables por corrupción y destrucción de la economía rumana, siendo fusilados el 25 de diciembre de 1989. Murió a los 71 años de edad, tras permanecer 23 años en el poder.