El Consejo Editorial
02 DE SEPTIEMBRE 2015
A fines del mes pasado, el presidente Nicolás Maduro de Venezuela declaró el estado de emergencia en las zonas que colindan con Colombia, cerrando la frontera y ordenó una redada masiva de inmigrantes colombianos. En un decreto emitido el 21 de agosto, advirtió que el tráfico de drogas, el contrabando y la violencia rampante en la frontera hicieron necesario suspender los derechos básicos, como las reuniones públicas y manifestaciones. Después que las autoridades venezolanas desalojaron a colombianos de sus casas, algunas viviendas fueron marcados con la letra D, lo que significa que serían demolidas.
No hay, de hecho, alguna crisis que requiera estas medidas extraordinarias a lo largo de la frontera, donde los colombianos y venezolanos han convivido amigablemente a través de los buenos y malos momentos. Todo ha sido un montaje, una crisis fabricada por un presidente cada vez más impopular que está desesperado para reforzar el apoyo de su partido antes de las elecciones parlamentarias previstas para el mes de diciembre.
La popularidad del Sr. Maduro cayó a 24 por ciento en julio, lo que refleja la creciente consternación pública con las políticas gubernamentales que han llevado al aumento de la inflación, una moneda devaluada severamente y el empeoramiento de la escasez de alimentos. Para evitar una derrota a moretones en las urnas, el Sr. Maduro ha encarcelado a destacados políticos de la oposición y ordenó que los demás sean descalificados de aparecer en la boleta electoral.
El saco de pelea del Sr. Maduro ha sido Estados Unidos, acusándolo de trabajar bajo cuerda para derrocarlo del poder. Pero a medida que las relaciones entre Washington y Caracas han mejorado marginalmente, el Sr. Maduro ha optado por desviar la atención de los problemas del país recogiendo peleas innecesarias con sus vecinos. A principios de este año, reavivó una disputa territorial largamente latente con Guyana después de enterarse de que Exxon Mobil había descubierto reservas de petróleo en aguas de Guyana, alegando tener derecho a una cantidad de dos tercios de Guyana, un pequeño país de cerca de 800.000 personas.
Luego Sr. Maduro volvió su atención a la frontera occidental, donde sus payasadas han interrumpido un importante corredor comercial, ha separado familias y desplazado a cientos de personas de sus hogares. Mientras las fuerzas de seguridad venezolanas comenzaron a buscar casa en casa a los colombianos que el gobierno dijo que estaban en el país sin autorización, cientos de colombianos huyeron a pie a través de la frontera, algunos a pié a través de un río fangoso, llevando unas pocas pertenencias encima.
Las autoridades colombianas se han abstenido con sensatez de una guerra de palabras que podría aumentar el fervor nacionalista en Venezuela. El Sr. Maduro, por su parte, ha sido característicamente simplista. La semana pasada la televisión venezolana lo mostró haciendo ejercicios de hombros en una máquina de gimnasio que parecía demasiado pequeña para su cuerpo fornido. Sonriendo ampliamente, desafió a un destacado político colombiano a una pelea a puñetazos. El Sr. Maduro debería centrarse en la pelea real que tiene a la mano: en las urnas. Alienar aún más a sus vecinos sólo profundizará los muchos problemas de Venezuela.
Traducción libre del inglés por lapatilla.com