Los temores sobre la economía china hunden los precios y sacuden las Bolsas
Sería excesivo interpretar las convulsiones de las Bolsas mundiales como el efecto directo del hundimiento del precio del petróleo. Los temores que aquejan a la economía global, causa final de las frecuentes caídas (ayer los mercados europeos se dejaron entre el 2% y el 3% de sus cotizaciones en otra jornada nefasta), tienen raíces más profundas; el crash de los precios del petróleo es solo una ramificación peligrosa que puede tener consecuencias dañinas para la estabilidad de varios países productores.
El núcleo de esta crisis está en China. Los mercados de inversión entienden que Pekín no está siendo capaz de recuperar el crecimiento suficiente para sostener el empleo; el dinero está huyendo del país, hasta el punto de que algunos cálculos privados cuantifican la fuga de capitales en unos 140.000 millones de dólares en diciembre; las reservas chinas de divisas han caído en unos 500.000 millones de dólares durante 2015.
La crisis china está sembrando el pánico en las expectativas de crecimiento mundial, como difundió ayer —con mucha moderación— el Fondo Monetario Internacional. La cadena causal ya está formada y solo podrá romperse si Pekín demuestra que puede reconducir su economía a tasas superiores al 9%, si es capaz de construir un mercado de acciones relativamente estable y si no se le va de la mano la depreciación del remimbi.
El crash del petróleo es un efecto secundario de esta crisis, pero de efectos devastadores. Desde el mes de agosto puede observarse que existe una correlación prácticamente exacta entre la caída de la divisa china y el abaratamiento del brent. Es verdad que el desplome de los precios puede explicarse por factores coyunturales: el exceso de oferta (aunque no explique la brusca caída de precios), la entrada en el mercado de la producción de Irán (por el momento modesta), el deseo político de Arabia Saudí de castigar a países como Rusia y Venezuela o la táctica endiablada de bajar los precios seguida por los saudíes para acabar con el fracking, que ha acabado por ser irreversible.
Pero el factor decisivo es que a corto plazo nadie espera la recuperación china ni la del grupo de países emergentes. Con un agravante que convierte el hundimiento del crudo en una pesadilla estratégica a corto plazo: la OPEP ha perdido la capacidad para manejar la producción y, por tanto, los precios. Desde los países consumidores se han organizado políticas de ahorro energético que, aunque a duras penas, están dando resultados; el invierno es cálido y el consumo baja; pero la OPEP no puede modular la producción, porque sus socios no sobrevivirían con cuotas más bajas de mercado.
Probablemente lo peor está por llegar. Sin necesidad de recurrir al catastrofismo de los que sostienen que está produciendo un seísmo más grave que el crash de 2008, hay que advertir que varios países productores están sufriendo ya serias dificultades. Es muy probable que tales dificultades les lleven a recurrir al Fondo Monetario Internacional (el caso más evidente es Venezuela). Si no se corrige la crisis china y su peligrosa derivada del crash petrolero, la economía global corre el riesgo de una brusca y peligrosa desaceleración.
El País