El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, se dio este viernes un baño de masas jaleado por miles de simpatizantes del FSLN, que celebraron con el mandatario el 39º aniversario de la revolución sandinista, ondeando banderas rojinegras que alfombraron la Plaza de la Fe de Managua.
En medio de un ambiente festivo, ancianos, adultos, jóvenes y niños ataviados con símbolos del Frente Sandinista de Liberación Nacional se unieron en una sola voz en defensa de Ortega, en una coyuntura en la que una gran mayoría de nicaragüenses exigen su dimisión por su gestión al frente del Gobierno, que dio lugar a las revueltas que comenzaron el 18 de abril.
En el contexto de las protestas populares, la población opositora, a la que el Gobierno acusa de intento de golpe de Estado, ha celebrado en los últimos tres meses decenas de manifestaciones y protestas, en las que se pide la paz, la justicia y la libertad para el país, términos que, paradójicamente, coinciden con los que utiliza Ortega en su discurso.
Y de igual modo, en las marchas o concentraciones de unos y de otros, de orteguistas y opositores, suenan las mismas canciones tradicionales, los mismos himnos, las mismas arengas en favor de una Nicaragua libre y justa, pero en situaciones diferentes, en contextos distintos y por motivos dispares.
Unos buscan que finalicen las protestas y el consiguiente cese de la violencia, a condición de que el comandante se quede al frente del poder, mientras otros insisten en su petición de que Ortega y su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo, abandonen la Presidencia y se adelanten las elecciones.
«El comandante se queda», frente a «de que se van, se van (Ortega y Murillo)». Son dos de los gritos de guerra de los bandos enfrentados, miembros de la misma familia en algunos casos, cuya opción política opuesta los ha llevado a romper la relación que otorgan los lazos de sangre.
Un simpatizante de Ortega que pidió ser identificado como Juan Antonio dijo a Efe que Nicaragua «mejoró en todos los aspectos» desde que el presidente llegó al poder hace once años, «y esa es la razón» por la que todos los nicaragüenses deberían «agradecerle y hacer que se quede por muchos años».
«En nuestro país hubo mucha corrupción, muchos problemas con la salud pública y con la educación, pero con la llegada de Daniel, todo se arregló y esas personas (opositores) lo agradecen pidiendo su dimisión y generando violencia en todo el país», dijo el sandinista.
Preguntado por la autoría de los asesinatos de 351 personas desde el 18 de abril, Juan Antonio aseguró no saber «quién ha matado a esa gente, pero no ha sido nadie que trabaje para el Gobierno» de Ortega. «Eso sí lo puedo decir, porque estoy muy seguro», agregó.
El mismo discurso se repitió en diversas ocasiones entre los simpatizantes de Ortega, quienes, siguiendo las consignas del mandatario y usando sus mismas palabras, no admiten que los autores de esas muertes hayan sido las «fuerzas combinadas» sandinistas, formadas por policías, parapolicías, paramilitares y antimotines.
Insisten, tal y como explicó Wilma, simpatizante de Ortega, a Efe, que «todo es porque le quieren quitar el poder a Daniel para ponerse ellos, mediante un golpe de Estado».
En la misma línea que Juan Antonio, Wilma, quien no supo responder a la pregunta de quiénes son «ellos», los que buscan ocupar el lugar de Ortega, aseguró que «ningún miembro» del Gobierno «mató a nadie».
Al término de la celebración, se elevó el sonido de la música y sonaron los cohetes mientras los asistentes despedían a su líder entre gritos de «el pueblo unido jamás será vencido» o «el comandante se queda», entre otros.
Este año, la celebración del aniversario de la revolución se llevó a cabo en una coyuntura nunca antes vivida en Nicaragua, en el contexto de una sangrienta crisis sociopolítica y el clamor popular por la renuncia del mandatario por parte de miles de nicaragüenses.