«En diez días gastamos menos de lo que pensábamos». En Buenos Aires la depreciación de la moneda hizo perder el poder adquisitivo de los argentinos pero los turistas se frotan las manos, con vacaciones mucho más baratas de lo previsto.
Pedro Pereira de Azevedo, un abogado brasileño de Belo Horizonte, aprovecha su última noche en la capital argentina con su mujer y sus tres hijos. Para él, esta primera estadía en Buenos Aires fue más ventajosa que lo esperado.
«Fuimos a comer afuera más veces. Habíamos previsto un presupuesto de 7.000 reales (1.670 dólares), al final gastamos entre 3,000 y 3.500», constata este padre de familia mientras se sacan las últimas fotos de recuerdo frente a la Casa Rosada, la sede del Gobierno.
A su llegada el 5 de septiembre, el peso acababa de perder en pocos días 20% de su valor frente al dólar. Y aunque el real sufrió también algunas sacudidas, resistió más que la moneda argentina, que se ha depreciado 50% este año.
«Pudimos comprar todo lo que queríamos, visitar todos los sitios turísticos de Buenos Aires», se congratula el brasileño. «¡Incluso hicimos la visita VIP al estadio de Boca Juniors!», que cuesta el doble que el precio básico, se entusiasma una de sus hijas.
No muy lejos de la Bombonera, el mítico estadio emplazado en el popular barrio de La Boca, Lori Berhow, una estadounidense que vive en Chile y disfruta de unos días de vacaciones con su hermano, reconoce ser una afortunada de poder beneficiarse de un cambio tan «favorable».
«Ayer fuimos al restaurante y tuvimos una comida completa por unos 60 dólares. Normalmente esto debería costarnos unos 100 dólares», explica la mujer.
La misma sorpresa tuvo Pauline Gauthier, una joven turista francesa que pasea por las calles del tradicional barrio de San Telmo con su pareja.
«En las guías turísticas, dicen que los precios en Argentina son más caros que en otros lugares de América Latina. Pero, finalmente, desde hace diez días gastamos menos de lo que pensábamos», cuenta.
«Todo es el doble»
Para los Argentinos, amantes de salir de su país, la realidad es bastante diferente.
Romina Valenzisi, una abogada argentina de 34 años, parte en 15 días de vacaciones a España e Italia. Hace seis meses compró los pasajes a pagar en seis cuotas sin interés, una forma de comprar numerosos productos en Argentina para tratar de paliar la inflación (40% estimada para 2018).
Pero con un dólar que pasó de unos 18 pesos en enero a unos 38 y hasta 40 pesos en septiembre, el alojamoiento y la comida durante su viaje hacen peligrar su presupuesto.
«Ahora tengo que pagar los hoteles. Es todo el doble, sale de mi presupuesto», se alarma la viajera. «Gastaré menos plata, no haré ‘shopping'», agrega.
«Nuestras ventas para los viajes al extranjero bajaron de 25 a 30% estas últimas semanas», confirma Vincent Chevalier, dueño de una agencia de viajes en Buenos Aires desde hace 28 años. «Y la crisis comienza a afectar también el turismo interno», subraya.
Gonzalo Sastre, dueño de un hotel en el centro de la capital, también registra una baja de las reservas de sus compatriotas: «Cuando el peso estaba normal se trabajaba bien con los locales en la semana, mayormente gente que venía por trabajo. Ahora las empresas mandan menos gente», sostiene.
Pero su hotel está lleno para las próximas dos semanas, «mayormente brasileños», aclara.
«En la región, hay un turismo muy oportunista ligado al precio de la moneda», explica Chevalier.
Por el contrario, operadores turísticos de países vecinos, especialmente de Chile y de Uruguay, temen un derrumbe del número de turistas argentinos.
En Uruguay, destino de veraneo usual para los argentinos, el gobierno anunció una exención de impuesto para los turistas llegados desde el otro lado del Río de la Plata AFP