De niño, en Becerril (César), donde nació en 1954, Rafael Orozco vislumbró que su destino estaba en el acordeón vallenato. Lo mismo le había pasado, en Villanueva (La Guajira) a Israel Romero (1955). Ambos eran hijos de acordeoneros. Sus hermanos habían seguido la misma senda. “No tenía para donde más coger”, decía Israel Romero cuando recordaba esos tiempos. Y más en Villanueva, donde Escolástico Romero, su padre, era un héroe musical. Pero Israel no tenía más opción: no solo estaba la familia. En cada calle de su pueblo había una familia de acordeoneros.
Por eltiempo.com
Tal vez, de haber seguido ese curso aparentemente natural de la historia familiar, Rafael Orozco e Israel Romero no habrían sido compañeros en esa institución musical que generaciones de colombianos conocen como El Binomio de Oro, sino rivales de acordeón.
Pero mucho antes de que estos dos grandes del vallenato se encontraran, el destino como acordeonero de Rafael se vio truncado por un trágico accidente familiar, relacionado con uno de sus hermanos. Contaría, años después, que el golpe fue tan duro que un día la madre, Cristina Maestre, recogió todos los acordeones y dijo que en su familia nadie más volvería a ser acordeonero.
“Ya más o menos sabía tocar el acordeón -le contó Orozco en una entrevista dada en el último año de su vida al espacio de televisión Página Social-. No se me ha olvidado. Pero ella me quitó la idea del acordeón y me vine a estudiar a Valledupar, en el colegio Loperena, y me le salí a la mamá por la tangente, salí cantante”.
Era apenas un niño. En las aulas conoció al otro gran cantante de su generación. Diomedes Díaz, unos cuantos años más joven que él pero valiente a la hora de competir con una voz que en su momento les sonaba rara a muchos.
Se encontraron como rivales en esos concursos de canto escolares.
En esa competencia, Orozco -que compuso solo dos canciones en su vida- escuchó por primera vez Carinito de mi vida, de la autoría de Diomedes, la canción con la que comenzaría una carrera que lo convertiría en uno de los grandes cantantes clásicos del vallenato.
De hecho, la vallenatología ubica en un pedestal a cuatro grandes voces: Poncho Zuleta (1949), Jorge Oñate (1948-2021), Rafael Orozco (1954-1992) y Diomedes Díaz (1957). Hoy son el Olimpo musical, entonces, los dos últimos eran apenas unos niños.
Mientras Orozco empezaba a foguearse en parrandas, a espaldas de su familia, el acordeonero Emilio Oviedo intentaba dar la talla de los juglares que tocaban, cantaban y componían. El mismo Oviedo reconocía que iba a grabar un disco y no se oía bonito, su propia voz no le sonaba como quería. Este acordeonero nacido en Costilla, hoy es una leyenda de la producción musical vallenata y lo consideran el descubridor de los talentos más grandes del vallenato desde los años 70 para acá. Pero entonces vivía una realidad: era hora, en pos de la belleza del vallenato, de abrirle espacio a los cantores vallenatos.
Una transición del juglar al dúo acordeón y voz
“Los acordeoneros antes cantaban ellos mismos -le dijo Oviedo a EL TIEMPO hace unos años-. Pero, cuando yo grababa, veía que mi voz no era comercial. Sentía que no era agradable. Entonces, inventé eso de poner un cantante. Nadie lo hacía. Yo hice la división entre la voz y el acordeón. El primero fue Jorge Oñate. Lo descubrí porque estaba haciendo una producción, iba a cantar yo, pero un familiar suyo me pidió que lo dejara cantar un tema. Lo di por bien hecho y le dije: “Mándamelo”. Cuando oí su voz, ya no quise cantar, sino que le dejé ocho canciones. Yo canté cuatro nada más”.
Pero apenas cogió confianza, Jorge Oñate lo dejó y se fue con el grupo de los Hermanos López. Esa sería la constante en la vida de Oviedo, descubrir talentos, lanzarlos y verlos ir, recordaría el acordeonero.
Al verse sin Oñate, Oviedo puso sus ojos en Rafael Orozco, todavía estudiante del Loperena. “Le oí la voz y grabamos Cariñito de mi vida. Con esa canción sacamos a Diomedes Díaz como compositor, a Rafael Orozco como cantante y a mi persona en el acordeón. Así se abrieron los caminos, tanto que hicimos un segundo trabajo. Fue cuando lo enamoraron, lo conquistaron y me lo quitaron…”
El destino estaba haciendo lo suyo. La familia de Orozco solo se enteró del giro que le había dado a su talento musical cuando su música al lado de Oviedo ya estaba al aire. Ya estaba cerca el encuentro con Israel Romero, que ya era acordeonista -era el menor de la familia y ya sus hermanos mayores se habían dado cuenta, desde pequeñito cuando lo ponían a tocar en las parrandas, de que podía ser el más virtuoso-, pero aún no alcanzaba la fama.
Romero se había enamorado de una muchacha que estudaiba en un internado de Manaure. Viajó hasta allá para verla en un bingo bailable. En la fiesta, estaban Rafael Orozco y Emilio Oviedo. El romance de Israel y la estudiante no continuó, pero su encuentro con Orozco dejó una semilla artística. “Creo que Dios me puso ahí para que Rafael y yo nos diéramos la primera vez la mano”, recordó Israel en una entrevista para la revista Bocas.
El nacimiento del Binomio de Oro
Orozco y Romero se reencontrarían en Barranquilla tiempo después.
“Rafael ya tenía fama -relataba Oviedo-. Era tan asediado por la gente que había que ponerle vigilancia en los hoteles desde Cariñito de mi vida”.
Motivos diferentes llevaron al cantante y al acordeonero a Barranquilla. Orozco iba a estudiar Administración de Empresas en la Universidad Autónoma del Caribe. Romero probaba suerte en la Universidad Libre. Una parranda, en honor a Mario Ceballos, rector de la Universidad Autónoma del Caribe, los volvió a reunir. Había química musical y personal. La juventud, la visión artística de ambos generó una ola popular un “¿por qué no tocan juntos?”, algo muy común entre el público vallenato.
Oviedo, que presentía que su unión musical con Orozco quedaba atrás, cuenta que ya se había fijado en la voz de Diomedes, aunque muchos le dijeran que “ese hombre si canta feo” o “como ovejo amarrado”. Así, Oviedo descubrió al último de los cuatro grandes.
Al Binomio de Oro no le quedaba más que nacer, en Barranquilla.
Rafael explicaba que de “Oro”, significaba “Organización Romero Orozco”, algo que decidieron casi desde el principio. La primera canción: La Creciente, fue más que una creciente un tsunami para sus vidas y para la historia del vallenato.
Si la fama ya acosaba a Orozco cuando estaba con Oviedo, con La Creciente, las enamoradas se desbordaron. “Recuerdo que cuando estaba estudiando -dijo Orozco-, con mi primer disco con Emilio Oviedo iba a la universidad normalmente. Cuando grabé con El Binomio no pude volver”.
Vendrían 16 años de gloria.Recordaba el músico, que muchas a lo largo de los años querían tocar o besar ese emblemático lunar en el mentón que lo hacía inolvidable. No importaba que desde la primera canción pusiera en evidencia que el corazón del cantante era de la mujer que se nombraba en la primera estrofa: “Ya llega la mujer que yo más quiero, por la que me desespero y hasta pierdo la cabeza… ¡Clara!”.
Se había casado con Clara Elena Cabello en marzo de 1976, en el mismo año en que el Binomio de Oro irrumpió con un formato de orquesta vallenata, vestuario y coreografías que hacían ver que no hablaban por molestar cuando decían que su proyecto era hacer en el vallenato lo que orquestas de alcance internacional como La Sonora Matancera o El Gran Combo de Puerto Rico habían hecho con sus músicas.
Además, el Binomio, desde el comienzo, funcionó como una empresa. Este ejemplo fue un legado para los grupos que llegaron después, por eso vallenatólogos como Rafael Oñate Rivero indican que “con el Binomio llegó la institucionalidad empresarial a la música vallenata. El orden que impusieron en su grupo llegó al punto de constituir pólizas de garantía contra invalidez, vejez y muerte, para toda la agrupación”. Era algo inédito en la carrera de los conjuntos del género hasta ese momento”.
Orozco y Romero grabaron 19 discos juntos. Llegaron a públicos masivos a donde el género no había llegado aún, incluido el público bogotano en masa. Su vallenato era más romántico que el de sus predecesores y aunque ya las élites bogotanas habían visto el potencial y habían acogido a la música de acordéon. El Binomio con Relicario de besos, Sombra perdida, Dime pajarito, El Higuerón y el Chacunchá lo volvieron masivo.
Salieron del país mil veces. Llegaron a escenarios como el Madison Square Garden y aún así los críticaban. Que eran demasiado románticos, que por qué se vestían de esmoquin, que por qué aparecían de amarillo y negro. Ellos ayudaron a forjar el estrellato vallenato. Clara Cabello recordaba que los juzgaban hasta por los instrumentos que introducían en la banda.
En los años 80, la rivalidad de la niñez de Orozco y Diomedes Díaz pasó a los grandes escenarios y ciudades.
Ambos decían que eran grandes amigos en privado. Pero era el público el que promovía la comparación entre quién tenía más seguidores, si el cantante de Caracas Caracas (por cierto, en Venezuela el dúo marcó una época con esa canción), o el cantante de Todo es para ti. De hecho, aun Romero resiente que cuando se promovía ese álbum de El Cacique de La Junta, en comerciales de la televisión nacional mostraban una panorámica de un público enardecido. “Esa imagen, ese público, fue de una presentación nuestra”, reclama el acordeonero.
Orozco era disciplinado con su voz, lo dijo en la entrevista mencionada. Decía que se hacía chequeos constantes por las presentaciones iban una tras otra, sin detenerse, porque del Binomio de Oro dependían 18 familias (las de todo el grupo). “El don que Dios me dio es mi voz, que me lo ha dado todo -decía-. Para mí es todo lo que tengo, lo que significó y lo que soy”.
Los escenarios eran cada vez más grandes y más largas las giras. Cuarenta y cinco días duró el último tramo de conciertos en Venezuela entre abril y mayo de 1992. Todos conocían al Binomio de Oro en Colombia, aunque no les gustara el vallenato. Habían desfilado por todos los shows musicales del país y sonaban en todas partes.
El fin de una época
Orozco tenía un apartado postal en el que recibía cartas de admiradoras y admiradores por igual. Decía que su oficina procuraba responderlas todas, él firmaba los autógrafos para enviarlas con sus fotos. Era parte del trabajo, decía.
Para el 9 de junio de 1992, cuando volvió a su casa en Barranquilla después de esa larga ausencia en Venezuela, Orozco ya tenía tres hijas. Kelly Johana, Wendy y Loraine. La mayor ya era adolescente. Dos días después, el fatídico 11 de junio, en honor al fin de la temporada escolar de las hijas se hizo una fiesta en la casa. A las 9 p.m. timbraron dos miembros del conjunto de Diomedes Díaz -Alfonso Ariza de la Hoz y Francisco Corena-,para pedirle a Orozco prestados unos instrumentos y algo de dinero. El vocalista de canciones como Que será de mi y Dime pajarito los atendía en la puerta cuando sonaron los disparos 45 minutos después. Dicen que un solo tirador descargó diez disparos -9 impactaron- sobre el ídolo vallenato. No llegó vivo a la Clínica del Caribe.
Días después saldría a la luz su romance con María Angélica Navarro, por entonces novia del narcotraficante José Reinaldo ‘El Nano’ Fiallo Jácome. Aunque existen otras teorías, la investigación arrojó como resultado que efectivamente, había sido el guardaespaldas de Fiallo quien hizo los disparos. Ambos: Fiallo y el guardaespaldas tuvieron muertes violentas poco después y los músicos de Diomedes que acudieron a casa de Orozco esa noche fueron desaparecidos (los sacaron de sus casas a la fuerza y no se volvió a saber de ellos) después de rendir indagatoria.
Israel Romero, que se había quedado en Venezuela detrás de la gira, dice que cayó por muchos días en un silencio profundo, un shock.
Pero decidió seguir con el grupo, tomó las riendas y no volvió a tener un solo cantante en el frente (tampoco un solo acordeonero), lo que convirtio al Binomio en “La universidad del Vallenato”, un conjunto que apostó por nuevas voces y acordeoneros y aún sigue sacando álbumes y girando por el mundo. Muchos de esos cantantes que sucedieron a Rafael Orozco en el conjunto -como Jean Carlos Centeno, Jorge Celedón, Alejandro Palacio, Orlando Acosta y Dubán Bayona- hicieron después de su paso por ‘El BInomio’ carreras independientes.
Cuando fue asesinado, Rafael Orozco Maestre apenas tenía 39 años y muchos sueños por delante. Al recordar ese final da escalofrío, aún 30 años después de su tragedia, volver a esa entrevista que dio en televisión en 1991, en la que dijo que nada lo separaría del Binomio, y cuando la periodista le preguntaba que si Dios le daba la oportunidad de escuchar por última vez una canción de las suyas al momento de morir cuál sería. Él respondió entonces, pensando que el momento estaba muy lejano, que le gustaría oír la primera, la que le dio comienzo a su amado proyecto musical: “Esa que dice: ‘Un grande nubarrón se alza en el cielo, ya se aproxima una fuerte tormenta…’”.
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