La hermosa dama de Hollywood inspiró una época dorada, donde ella reinó como “símbolo sexual”. Desde el gabinete de la nostalgia, la gracia del poeta uruguayo Mario Benedetti alumbra sobre la arena blanca un homenaje de lujo: “¿Y si Dios fuera mujer? / pregunta Juan sin inmutarse, / vaya, vaya si Dios fuera mujer / es posible que agnósticos y ateos / no dijéramos no con la cabeza / y dijéramos sí con las entrañas”.
Sería como Raquel Welch, responde la imaginación, exacerbada por la imagen de la diva, semidesnuda, salvando a la humanidad de los dinosaurios, en el film “Un millón de años antes de Cristo”, el cual le aseguró un futuro estelar. Esa misma película que recreó miles de fantasías eróticas entre sus fanáticos.
Jo Raquel Tejada, nacida en Chicago, un día como hoy, deslumbró la gran pantalla, no solo por sus dones esculturales, sino por la gracia de su inteligencia. Alumna aventajada, madre abnegada (Damon y Tahnee), inteligente y emprendedora, acompañó sus encantos con una visión renovadora. Una estrella con ideas futuristas, la señora Welch, a quien pronto la reconocerían como “El Cuerpo”, descubrió, en 1980, que la disciplina aprehendida a través del yoga le garantizaría desarrollar sus proyectos.
“No muevo mis brazos cuando bailo. ¡Esa es mi firma!”, rubricó, en 1997, durante el programa de televisión “Seinfeld”. El público de los Estados Unidos cultivó ese mito, al punto que, en otro popular programa, “Dos hombres y medio”, Raquel es referida como la inspiración de los “primeros sueños húmedos” de los Harper, susprotagonistas.
Talentosa y subyugante, casi todas las películas suyas convertían en oro cada fotograma. Con elegancia de diosa, Raquel confesó que el secreto de su eterna juventud es “una combinación de yoga, entrenamiento con pesas, una dieta equilibrada y un buen maquillaje”. Y con sagacidad y encanto dirige ahora su propia línea de cosméticos y una colección de pelucas y extensiones, para que las mujeres de su edad reten siempre lo inexorable.
Fama y fortuna que hacen que el mito de Raquel Welch haya trascendido, de la condición simplista de “sex symbol” a un ícono universal de la femineidad. Basta aludir la célebre cita del futbolista argentino, Diego Armando Maradona: “Fue un lindo gol, pero no una maravilla. Raquel Welch es una maravilla”.
Especialista en el género, Hugh Heffner, fundador del imperio “sexopólico” de Playboy, opinó acerca de Raquel, que ella definió con precisión el espíritu de la revolución sexual de la segunda mitad del pasado siglo. En el filme “Cien rifles”, ella instaura la moda de las “camisetas mojadas”, cuando se baña, gloriosa, ante un tren de soldados que ella ayuda a emboscar. “¡¿Señor, usted nunca ha visto a una mujer bañándose!?”, le dice en un perfecto y gracioso español al oficial, antes de dispararle con un rifle.
Raquel, la hija del ingeniero aeroespacial Armando Tejada Urquizo, pariente de la que fue presidenta de Bolivia, Lidia Gueiler Tejada, debutó en el mundo del cine acompañando a otra leyenda, Elvis Presley, como figurante (un rol de colegiala junto a Teri Garr) en el musical Roustabout, en 1964.
También obtuvo pequeños papeles en series de televisión muy vistas entonces, como “Hechizada” o “El virginiano”. Voluptuosa y con una sonrisa olímpica, pronto accedería a momentos más trascendentes, aún cuando ya era madre y estaba casada con el primero de sus cuatro maridos, James Welch, a quien inmortalizó al mantener su apellido. Luego estaría ligada conyugalmente con Patrick Curtis (1967–1972), Andre Weinfeld (1980–1990) y Richard Palmer (1999–2011). Glamur ilimitado.
Grata y poderosa, la diva incrementó su caché en cada nueva faceta, donde aparece trabajando con las estrellas y directores de mayor prestigio. En 1966 hizo la comedia “Dispara fuerte, más fuerte, no lo entiendo”, con Marcello Mastroianni, bajo dirección de Eduardo De Filippo; también la película de intriga “La mujer de cemento” (1968), con Frank Sinatra, además de sendos westerns: “¡Uno fue Bandolero!”, con James Stewart y Dean Martin, y “100 Rifles”, con Burt Reynolds y Fernando Lamas.
En 1967, representó a “La lujuria”, en la comedia “Bedazzled”, protagonizada por Dudley Moore. En 1972 rodó “Barba Azul”, junto con Richard Burton, así como una adaptación de la novela “El príncipe y el mendigo”, dirigida, en 1978, por Richard Fleischer. Todo ese brillo la colocaron al lado de otras estrellas como Mae West, Kevin McCarthy, Ernest Borgnine y Diana Dors, bajo la dirección de maestros como Stanley Donen y Herbert Ross. Antológica.
En 1974, un Premio Globo de Oro refrendó su espectacular trayectoria. Con “Los tres mosqueteros” y “Los cuatro mosqueteros”, adaptaciones del clásico de Alejandro Dumas, dirigidas por Richard Lester. El reparto incluyó a luminarias de entonces, como Michael York, Oliver Reed, Richard Chamberlain, Charlton Heston, Faye Dunaway, Christopher Lee y Geraldine Chaplin.
Provista con el don de la música, Raquel Welch compartió escenario en Broadway y en la TV. Relevó, con éxito, a Lauren Bacall en “La mujer del año”, y a Julie Andrews en “Víctor, Victoria”. Hizo un especial con el cantante Tom Jones, donde participaron John Wayne y Bob Hope. Después protagonizó un recital en Las Vegas, y en 1987 coqueteó con la música dance al grabar la canción “This Girl’s In Town”. Como ella es.
Y, tal vez instigada por el pensamiento de Michel Foucault, Raquel afirmó, en una entrevista reciente: “Nuestra cultura ha llegado a un punto en el que todos somos literalmente adictos al sexo”. En las paredes recónditas de alguna eterna morada, nuestra admiración aparece instaurada en imágenes de doña Raquel Welch. Y en nuestro íntimo diario apuntamos algunos versos de William Butler Yeats, para ella: “Cuántos amaron tus momentos de alegre gracia / y con falso amor o de verdad amaron tu belleza, / pero solo un hombre amó en ti tu alma peregrina / y amó los sufrimientos de tu cambiante cara. (…) Y entre un montón de estrellas ocultó su rostro”. Aquí una canción de cumpleaños para la bienamada.
El Farandi