En esta trama donde la viuda y la isla que poseen en Las Bahamas podrían ser protagonistas, hay de todo: sexo, poder y mucho dinero. El magnate ha dejado llorando a muchos pero muy entusiasmados a otros, como Rafael Ramírez, mientras en la sombra y como personajes secundarios surge la siempre atractiva figura de mujeres jóvenes y bellas cuyo silencio abruma en estos días.
A Cat Island, la isla privada que adquirió Oswaldo Cisneros en Las Bahamas, fueron invitados desde Irene Sáez hasta Carlos Andrés Pérez, todos alojados en la mansión cinco estrellas que años atrás fue la casa vacacional de los altos cargos del gobierno de Estados Unidos y que Cisneros adquirió como parte de toda la propiedad.
Remodelada a todo lujo, allí se retiraba el empresario a pescar, uno de sus deportes favoritos, aunque sin saberlo compartía la zona con celebridades de Hollywood como Eddy Murphy, Johny Deep o Beyonce, quienes también compraron islas privadas en Las Bahamas valuadas en 15 millones de dólares promedio, una cifra que para Cisneros no significó nunca mayor complicación.
Con un número de empleados digno de Downton Abbey, la servidumbre siempre fue rigurosamente seleccionada y muchos siguen trabajando allí desde el primer día. Gente de extrema confianza que ha visto desfilar en la isla no solo a la crema y nata de la economía y la política venezolana, sino a las diferentes esposas y novias del magnate, cada una con su particular estilo y un denominador común: jóvenes y bellas.
Recordado hasta por sus empleados más humildes como un hombre bueno y justo, Cisneros no vaciló en ayudar a algunos de ellos a comprar su vivienda, así como en el contrato de trabajo se incluía el disfrute de vacaciones en la casa de la isla dos veces al año, donde podían ir los trabajadores con su familia a descansar en semejante paraíso. Lo quisieron mucho y, gracias a su enérgica intervención, algunos retiraron la renuncia al trabajo en aquella mansión donde, cuando se sentían presuntamente maltratados por la nueva señora de la casa, Mireya Blavia de Cisneros, recurrían a él para quejarse por la conducta de la hoy viuda, quizás el personaje más polémico en esta trama.
«Sentíamos pánico cuando ella llegaba a la isla», narró uno de ellos ya retirado. «Podía pasarle el dedo al piso debajo de la cama para ver si estaba limpio y llamaba a los empleados a la hora que fuera para que se despertaran y limpiaran».
Y al lado de esta imagen convive también la de la mujer que, incluso hoy, genera envidia y asombro a su paso. Alguien que la conoció bien la define así: donde ella aparece, todo cambia.
«Esa mujer parece que flota. Altísima, con ojos verdes preciosos, el cabello perfecto, no alza la voz pero intimida. Es muy desconfiada, controladora, inclemente, una generala. Del tipo pasivo-agresiva que no confronta sino conspira a tus espaldas o encarga a otro de regañarte. Te puede llamar a las 11 de la noche para exigirte algo urgente relacionado con el trabajo o para informarte que mañana en la mañana, salimos de viaje».
Como muchas de las examantes de Cisneros – siempre más jóvenes que él, muy bonitas, de melena larga, y herederas «en vida» de buenos cargos o apartamentos en zonas de lujo en Caracas-, por donde pasa Mireya, llama la atención.
Una estampa que intimida y ha hecho llorar en público a más de una empleada las cuales no renuncian al trabajo porque el sueldo suele compensar sus exigencias. En venganza, critican a sus espaldas no solo su temperamento sino porque no siempre se sabe vestir para la ocasión.
«Abusa de los encajes, lo brillante, la joyería y el negro, así la reunión sea a las 10 de la mañana…siempre anda vestida como si fuese a una fiesta».
Y si bien su oficina de Panamá es propiedad de Tobías Carrero, donde no paga alquiler alguno, la viuda oficial de Oswaldo Cisneros no derrocha dinero en exceso y menos en asuntos que tengan que ver con su labor social. Puede visitar una joyería en la Quinta Avenida de Nueva York y comprarse cualquier maravilla de marca para luego pelear con los empleados porque gastaron dinero en agua mineral o galletas para algún invitado a la oficina.
Una oficina modesta, por cierto, nada parecida a la espectacular mansión que habita en otra isla, Ocean Reef, construida artificialmente sobre el Pacifico, frente a Panama City y para uso exclusivo de multimillonarios y supermillonarios. Porque si bien la mayoría de las edificaciones en Ocean Reef son elegantes edificios pequeños con todas las comodidades y lujos posibles, la mansión Cisneros – cuya construcción Oswaldo vigiló personalmente a pesar de que sabía que no iba a vivir allí-, no es un edificio sino una casa de varios pisos, una residencia con lujo extremo y cuyo primer nivel está destinado exclusivamente al personal de seguridad y escoltas que cuidan a la viuda y su familia.
La mansión tiene marina privada, por supuesto, y nadie puede visitarla sin haber sido previamente invitado, entre ellos uno de sus mejores amigos, el cantante Miguel Bosé, cuyos hijos coincidieron con los de ella en algún colegio, lo que selló una amistad para siempre.
También su abogado Silvestre Tovar es otro de los invitados bienvenido y constante, uno de sus amigos más cercanos y quien estuvo junto a ella en la lectura via zoom del testamento. «Ese hombre es un F-16», lo definen y aseguran que años atrás registró una empresa en Panamá, Cygni Enterprises Corporation, sobre la cual poco se conoce.
«Conocí a Oswaldo cuando le fui a vender un bote». Cuenta ella sin problema. «Se lo vendí, él se enamoró de mí y nos casamos». Así como asegura que la adopción de tantos hijos fue su manera de ayudar, nadie sabe cómo convenció a Oswaldo para que le abriera un trust muy jugoso a su nombre, aunque menor al que posee la segunda esposa, Ela Fontanals, quien se sigue apellidando Cisneros y usa los aviones del ex como si fuesen propios.
«Mireya siempre está pendiente de esos niños«, narra un ex empleado en su defensa, quien asegura que recientemente la familia sufrió un impasse porque una de las hijas adoptadas de Mireya y Oswaldo se comprometió con un joven venezolano sin mayor fortuna, lo que generó la clásica historia de amor imposible que, por lo visto, va a terminar en boda.
Toda una paradoja porque quizás no se casen con Capitulación de Bienes- como se casó Mireya con Oswaldo-, ya que todo hace suponer que el tema de la herencia de Oswaldo Cisneros seguirá sin resolverse quién sabe por cuánto tiempo y mucho menos se podrá adivinar a corto plazo hacia dónde se inclinará la balanza de la justicia, tan cara en estos días.
Pero en el centro de todo esto está el discreto Oswaldo Cisneros, protagonista de uno de los golpes de Estado financieros más grandes que se ha dado en el campo de las empresas, cuando convirtió Coca Cola en Pepsi Cola, movida que le produjo miles de millones de dólares.
El artífice de acciones audaces en el campo financiero, el gran personaje de su propia historia. Recordado por sus empleados como un hombre amable y caballeroso, el halago no busca cumplir con la clásica apología post mortem sino que forma parte de las contradicciones de un veterano, implacable en los negocios pero que, dicen las malas lenguas, se dejó seducir por un personaje segundón y muy poderoso, Rafael Ramirez.
«Cisneros fue envuelto por Rafael Ramírez, entonces todopoderoso en el gobierno y en Pdvsa. Fue llevado al negocio petrolero por Ramírez, una movida que le hizo desembolsar más de mil millones de dólares en el bloque Petrodelta, que contribuyó también a las actuales complicaciones de su herencia», dice una fuente confiable.
Y en este guión interminable, se rumora que Rafael Ramirez quiere rescatar para sí el bloque petrolero a precio de gallina flaca y anda en busca de un inversor que ponga su cara y oferte dinero por ella.
Mientras tanto, y como el cocodrilo que persigue al capitán Garfio con un reloj en la panza, el tiempo sigue corriendo en contra de los herederos porque a finales de junio se comenzará a saber toda la información sobre las cuentas, haberes y deudas, y una vez cerrado el inventario, los albaceas testamentarios- suspendidos temporalmente-, se dedicarán a hacer lo suyo, en caso de que la viuda Mireya Cisneros pierda la demanda que ha interpuesto en contra de ellos.
Y al lado del cocodrilo se les acerca también un tiburón enorme llamado Seniat que ya les ha mostrado las fauces a toda la familia y en poco tiempo se tragará quién sabe cuánto, como ocurrió en la película de Spielberg, tan buena como ésta y que transcurre en vivo y directo entre las turbulentas aguas Caracas y Panamá, Las Bahamas, la islas flotantes en el Pacífico, sin excluir Roma y Las Mercedes, dos locaciones convenientemente olvidadas en algún rincón de esta historia y donde dos chicas, bellas y jóvenes, guardan un silencio muy sonoro.