María Martínez, enfermera, no llega a su casa tras terminar su guardia. Del hospital se va a las colas para comprar comida, donde tarda hasta 12 horas. Los precios del mercado negro de alimentos se volvieron insostenibles para los trabajadores que ganan un pequeño porcentaje superior al salario mínimo
El calor azota, algunos se resguardan del representativo sol marabino con toallas. A pesar de que -como si se tratase de una feria- vendedores ambulantes vociferan los precios de sus productos, los ánimos de quienes se mantienen de pie en una cola para comprar artículos de primera necesidad por horas, se caldean.
A Sinergi Morales, ama de casa, ya «no le da la base» para comprar productos «bachaqueados» para sus dos hijos de siete y tres años. No tiene trabajo y solo viven de lo que gana su esposo reparando aires acondicionados. Toma medidas extremas y se va desde las 9.00 de la noche a hacer una especie de vigilia en las adyacencias de Bicentenario de 5 de Julio. A las 12.00 del mediodía logró salir la semana pasada del supermercado con arroz, harina y crema dental.
Jeny González, docente de un plantel público, llegó el viernes a las 6.00 de la mañana para comprar pañales. A las 6.00 de la tarde se devolvió a su casa con las manos vacías. Lo volvió a intentar ayer, esta vez desde las 4.00 de la mañana, pero ya la cola rodeaba el recinto. «Hace más de dos meses que no sé qué es comprar regulado».
En una tienda de revendedores compra un solo pañal por 150 bolívares. Une esfuerzos con su esposo, empleado de la zona industrial y se privan de otros gastos. «No puedo darme el lujo de comprar un refresco o ropa, todo es comida y las cosas de las niñas».
María Martínez, enfermera, luego de salir de su guardia nocturna, se dirige inmediatamente a las colas con el mismo objetivo. Afirma que generalmente pasa ocho horas tratando de comprar comida. Cuando se acentuaron los racionamientos eléctricos en la región zuliana la situación empeoró. Reporta que por un apagón, pasó hasta 12 horas esperando sin éxito entrar a un supermercado ubicado en Delicias para comprar aceite, jabón, lavaplatos, harina y arroz.
Su sueldo de 13 mil 275 bolívares mensuales le restringe recurrir a los quioscos de los «bachaqueros». «Antes era más pasable la situación, pero ya en Las Pulgas no se puede comprar», dice parada en las afueras de Bicentenario de 5 de Julio. «Después de pasar estrés porque faltan los implementos médicos en el hospital, me voy a pasar el estrés de la escasez de comida».
A su lado Matilde Bertel, ama de casa, asiente. Su nieto corre alrededor del estacionamiento de la tienda y explica: «Antes un paquete de pañales estaba en mil bolívares en Las Pulgas y ahora está en cinco mil bolívares». A las 11.00 de la mañana suma ocho horas de espera. Desde las 3.00 de la mañana ronda el abasto para comprar el producto.
Otra clienta, que prefirió no identificarse, esperaba con un bastón a que saliera su padre, quien se encontraba en una larga cola de discapacitados en las que piezas metálicas y yesos predominaban. Desde su fractura de tobillo no trabaja y no puede comprar los productos en el mercado negro. Dice que en las tiendas «toman más en cuenta a los ‘bachaqueros’ que a los discapacitados». A pesar de su condición, la historia la repite todos los días, como el viernes, cuando pasó cinco horas bajo el sol en un comercio de La Limpia para comprar dos paquetes de pasta, arroz y harina, además de una unidad de mantequilla.
Alixel Cabrera/La Verdad