El engaño es tan viejo como la primera tentación del hombre. La culebra, su símbolo, argumentó y finalmente convenció a Adán de que el árbol que estaba colocado en el centro del paraíso terrenal encerraba el secreto que los podía transformar en dioses. Nada más y nada menos que el conocimiento pleno del bien y del mal.
El animal se enroscaba en el árbol y en la conciencia del recién creado mientras susurraba repetidamente “y serás como aquel que te creó”. Accediendo a la tentación, pronto se dio cuenta de que todo había sido una vulgar puesta en escena, pero era demasiado tarde.
Las mejores batallas se ganan sin luchar. Entre la fuerza y el fraude, armas primordiales, mejor la segunda que te permite obtener el botín intacto gracias a esa mezcla de ingenuidad y necedad que nubla la visión y apura las equivocaciones. El aprovecharse de la insensatez e irreflexividad del contrincante es parte sustancial de cualquier intento de dominación. Sun Tzu, en su Arte de la Guerra lo describe esplendorosamente: “todo el arte de la guerra está basado en el uso del engaño, es decir, la guerra total merced a falsedades y mentiras”. La culebra original ya lo sabía.
El gobierno de Nicolás Maduro es una tramoya. Usa a destajo “operaciones psicológicas y operaciones de información” con el fin de mostrar como cierto lo que es falso. En el mundo de ficciones del socialismo del siglo XXI todo es posible. Millones de casas, millones de consultas médicas, millones de graduandos, cientos de miles de toneladas de hortalizas cultivadas en los balcones de las ciudades, así como también transcurren guerras, conspiraciones, celadas, atentados, e incluso batallas que se dan en el inframundo, entre brujos y paleros, un remedo de lo que no ocurre en ningún otro lado. Miles de minutos invertidos en esas puestas en escena que se transmiten en cadena nacional, y que enfocan lo que ellos quieren poner de relieve, y usando los viejos trucos de la televisión, transforman los inventos más estrafalarios en versiones verosímiles que la gente asume como necesariamente ciertas. En esos momentos hasta el agudo intelecto del actor principal parece absolutamente cierto.
Pero todo es falso y la ficción concluye cuando se apagan las cámaras y toda la comparsa se quita las máscaras y el maquillaje. Son meras actividades psicológicas, planeadas para controlar la conducta de la masa, crear una atmósfera de apoyo y forzar una voluntad de cooperar que de otra manera no lograrían. Como la culebra aquella, dejan colar una oportunidad, sugieren un resquicio, colocan la duda donde es, o simplemente te distraen mientras ellos siguen en su campaña, enfocados en el logro de sus objetivos.
El aparato propagandístico del régimen funciona a todo vapor. Producen y difunden aquella información, ideas, doctrinas o llamamientos que tienen el objeto de influenciar las emociones, opiniones, actitudes o comportamientos de una audiencia determinada. Por ejemplo, ellos serán los últimos en reconocer responsabilidad alguna en la actual crisis económica. Intentan de todo, pero coloquemos la lupa en el esfuerzo de demostrar que la maldad está en lo que ellos llaman “simplificación”.
Según ese argumento la escasez es el producto de que los empresarios, en lugar de empacar los productos en envases pequeños, lo colocan en envases grandes. Y luego sueltan una conclusión aritmética: Menos productos, más grandes, alcanzan a ser repartidos a menos gente. Y eso lo repiten cientos de veces, colocando como voceros a supuestos obreros, eficacísimos en descubrir la artera jugada de los malvados especuladores. No dicen, por ejemplo, que eso en primer lugar no es cierto. Nadie ha visto un paquete de harina precocida de 5 kilos, ni una panela de jabón de baño de 1 kilo. Tampoco que vendan el azúcar en paquetes de 40 kilos. Nadie ha visto nada por el estilo en los productos regulados y por esa misma razón escasos. Pero ellos lo repiten hasta que la gente comienza a dudar.
La guerra económica, planteada así, ambiguamente, como para que signifique cualquier cosa, es un escudo propagandístico detrás del cual se han refugiado para justificar cualquier monto del fracaso gubernamental. Sin embargo, tampoco es cierta.
Otra operación psicológica es el mantenimiento de una larga y episódica telenovela. Hoy quiere a Obama y está a punto de reconciliarse fraternalmente, pero hasta ayer -Diosdado, por cierto, no se ha enterado de los cambios en el libreto- era el enemigo más conspicuo de la revolución bolivariana. La novela es una especie de seguidilla del “Chacal de la Trompeta” con elenco de leones. Por allí han pasado presidentes, reyes, empresarios, artistas, revolucionarios arrepentidos, y por supuesto, todos los líderes de la alternativa democrática. La gente se distrae con los excesos y la verborrea desmedida del presidente y sus secuaces, mientras la procesión del deterioro continúa. A falta de pan, circo, aunque sea malo, costoso e inconveniente.
Parte de esa telenovela de la revolución bolivariana se apoya en la difusión de rumores al mayor y al detal. Los rumores son un dato de información, verdadero o no, que se facilita a una audiencia y luego se propaga espontáneamente. Para que sea aceptable no debe tener conexión aparente con su verdadero promotor pues si se llegase a descubrir, podría dañar su futura credibilidad e invalidar la fuente para futuras acciones, por lo que los rumores caen en las áreas de la propaganda gris o negra.
Ellos son expertos en distraer las redes sociales con renuncias que no terminan siendo, peleas que nunca se comprueban, muertes que no se confirman y rebeliones que nunca terminan de concretarse. Todo vale si con ello la gente se olvida de que la verdadera tragedia es la realidad, esa que aparece cuando se clausura la cadena.
Por cierto, si en algo han sido extraordinariamente exitosos es en atribuirle todo el desastre al G2 cubano. Porque vamos a estar claros. Esto es una comedia del absurdo. Aquí nada está saliendo como ellos lo preveían. Pero resulta interesante ver como cada metida de pata del gobierno de inmediato es explicada por la intervención marionetera de la agencia de “inteligencia”. Ellos son los que supuestamente asesoran y dirigen a civiles y militares, y al parecer no hay palabra que salga de ninguno de ellos que no esté aprobada y lleve el sello de los omniscientes y omnipresentes asesores. No cabe duda de que ha sido un montaje excelente, porque descarga las culpas en otros y deja a los de aquí en el papel de ingenuos e inexperimentados Adanes.
Todo engaño tiene un único conjuro: Preguntarse en términos causales y de magnitudes si eso que están diciendo puede ser cierto. ¿Pudo entrar Chávez caminando al Hospital Militar? ¿Pudo dirigir un gabinete ejecutivo de ocho horas mientras yacía entubado y con infección pulmonar en el Hospital Militar? ¿Tenía algún chance de “estar curado”? ¿Sabía lo que hacía cuando designó a su sucesor? Si nos hubiésemos hecho las preguntas apropiadas hubiésemos obtenido las respuestas pertinentes.
Pero el artículo se refiere al último montaje. ¿Cuál es ese? El montaje de los CLAP, un experimento que no tiene más de tres meses. El presidente le venía dando la vuelta a una estrafalaria idea. A él le parecía excelente que su gobierno pudiera entregar a cada familia venezolana una bolsa quincenal o mensual de comida. ¿Pero cómo? Llegó a tenerlo claro a mediados de abril de 2016 cuando empieza a sugerir que todo el poder del gobierno debía ser para los CLAP. Gritaba una vieja consigna leninista, pero debidamente encapuchada, porque era lo mismo que decir que “todo el poder era para los soviets”.
De tanto protagonizar espectáculos televisivos el presidente ha llegado a creer que lo que dice en cadena se transforma en realidades. Allí, disfrazado de comandante-presidente todopoderoso, ordena y lee estadísticas sobre un mundo ficticio. Una de las órdenes fue que los recién inventados CLAP debían ser los encargados de ganar la guerra económica -que no existe- y llevar los productos -que tampoco existen- en unas bolsas -que no se pueden producir, porque no hay materia prima- a todas las familias venezolanas. Se oye bonito, luce bien, pero es imposible. ¿Por qué? Porque los CLAP no existen.
El 27 de abril del año en curso Aristóbulo Istúriz, flamante vicepresidente ejecutivo, definió la estrategia. Lo hizo desde el teatro de la Academia Militar de Venezuela. Allí, frente al alto gobierno, en cadena nacional, dijo lo siguiente: Los CLAP son instrumentos de defensa de la Revolución Bolivariana con la responsabilidad de garantizar la distribución de alimentos y medicamentos en el Casa por Casa, a través de los módulos de Barrio Adentro y del 0800 Salud”. Olvidó el vocero que ni Barrio Adentro ni el 0800 Salud funcionan, y que la crisis de todo el sector salud es inmensa, casi irrecuperable. Pero eso es solamente un detalle.
El presidente dijo en esa misma ocasión que para la fecha se habían constituido 5 mil 837 Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) para la defensa de la soberanía y seguridad alimentaria. Dicho eso pasó a “revelar” el secreto: “gracias a la aplicación de una “fórmula perfecta” con la integración de 11 mil 434 voceros, pertenecientes a UnaMujer, Unidades de Batalla Bolívar-Chávez (UBCh), Frente Francisco de Miranda (FFM), Comunas, Consejos Comunales y el Pueblo”. O sea, una mezcla mondonguera de organizaciones de base, que, de un día para otro, se constituyeron para concretar una nueva misión.
Son tan osados que incluso presentaron los primeros resultados: “Gracias a la inversión de 8 mil 500 millones de bolívares se han instalado 150 centros de acopio, logrando llegar a 248 municipios, 555 parroquias y 2 mil 813 comunidades, donde han sido distribuidas 26 mil 465 toneladas de alimentos”. No está de más decir que toda esa organización no logró entregar lo que consumen los venezolanos en un solo día. Y que el kilo de aquellos que repartieron promedió los 321,17 bolívares, incluido los costos operativos y logísticos. Esos resultados no pasan la prueba de una calculadora CASIO.
Porque lo que no está considerado en ese montaje es la magnitud del esfuerzo ni las causas que motivarían tal logística. Comencemos por lo esencial: La escasez es el resultado de un colapso productivo y la imposibilidad de importar lo que aquí no permiten que se produzca. Por lo tanto, no se puede distribuir aquello que no se ha producido. El problema no es de distribución sino de falta de productos.
Pero si los CLAP existieran realmente, ellos no serían capaces de dar la talla logística. Porque somos 7,2 millones de familias. Claro que, en las cuentas de Aristóbulo, solo cabe el 70% de ellas, tal vez las más pobres, unos 5,2 millones de familias. Para atenderlas se necesitarían 5 millones de bolsas que, gracias al colapso productivo provocado por el gobierno, no se pueden producir. Pero tampoco hay suficientes productos que embolsar. Supongamos que el gobierno, a través de los CLAP, quisiera dar todos los alimentos que necesita una familia para sobrevivir 15 días. Ello significaría la compra, acopio y entrega de 327.600 toneladas de alimentos.
¿Cuántos CLAP se necesitan para atender esa población? Solamente tenemos el dato siguiente: un consejo comunal tiene una cobertura promedio de 350 familias. Necesitarías 14.400 CLAP totalmente articulados a una red de distribución para repartir 42 millones de docenas de productos mensuales. Esa magnitud de productos es el equivalente a que cada CLAP se encargue de entregar 1.458 docenas de productos quincenales. ¿Dónde se almacenan? ¿Desde dónde se traen? ¿Con cuál transporte? ¿Con cuál regularidad? El régimen apuesta a una regularidad quincenal. Eso sería equivalente a repartir 58.320.000 docenas de productos mensuales. ¿Con cuál capacidad logística? ¿Con la heredada de Pdval-Mercal-Bicentenario?
Nadie ha visto ninguno de los centros de acopio en acción, y ya sabemos cuántos fraudes nos han pasado en cadena nacional. Porque lo que están haciendo es comprando parte de lo que llega a supermercados y macromercados -compra al detal-, para distribuir al mayor. Mejor dicho, para mostrar aquí y allá que el proyecto está funcionando, montar la propaganda y decir que están haciendo, aunque sabemos que es una misión imposible. ¿No era mejor permitir que la agroindustria nacional se encargase?
Mientras tanto el hambre transcurre por la vía rápida. Pero ahora tienen a quien reclamarle. Sucede que se incorporó a la telenovela un nuevo actor, una nueva trama. Pero sigue siendo la vieja novela, con actores envejecidos y argumentos desgastados. Tal vez deberían hacerle caso a Sun Tzu, que recomienda no repetir las tácticas porque tarde o temprano te las agarran en el aire.
El Estímulo