Así fue como Maduro perdió su falsa guerra

El presidente Nicolás Maduro atribuyó la estruendosa derrota histórica que sufrió el chavismo a lo que insiste en calificar como “una guerra económica”, pero no hay indicios de que tal conflagración exista,  porque su gobierno justamente tiene desde hace tiempo todas las armas, y maneja cada rincón de la quebrada economía venezolana como si fuera un cuartel.

Pero el gobernante va a tener aún más dificultades para explicar esta tesis, si se considera que todas las encuestas serias demuestran que la tal guerra no existe, al menos para el 78% de los venezolanos consultados por la firma Datanálisis.

Sería difícil para el gobierno convencer hasta a sus propios seguidores de que fuerzas ocultas pueden doblegar al sistema político y económico más poderosos que ha existido en Venezuela desde aquel lejano 5 de julio de 1811.

Maduro atribuye la escasez a enemigos que estarían por encima de las Fuerzas Armadas, de los ejércitos de fiscales civiles y militares y del propio Estado. Serían agentes capaces de esconder los alimentos, de subirles los precios, de alterar las leyes mismas de la economía.

Si el comandante en jefe del ejército “patriota y chavista” admite su derrota, admite entonces su incapacidad. Como se quejaba una señora chavista en una interminable cola del Abasto Bicentenario, “Maduro sí deja que se lo hagan. Chávez no dejaba, hubiera puesto un camión de comida ahí en la esquina para todo el mundo”.

Maduro ejerce desde hace un año con poderes absolutos para gobernar por decreto gracias a la Ley Habilitante que le otorgó la genuflexa Asamblea Nacional. Es la segunda en su mandato de tres años.

Es fama entre los analistas políticos y entre cualquier persona común que el poder es para ejercerlo, de modo pues que desde el punto de vista de un chavista, ese poder entregado por Chávez ha quedado como pólvora mojada.

Estudios de opinión pública desarman el discurso apologético de Maduro y crean una disonancia con la realidad muy difícil de digerir entre los electores.

La gente sabe también desde hace tiempo que el gobierno ha expropiado y maneja importantes redes de supermercados, que a través de Pdvsa, Pdval y Mercal controlan la distribución de todos los productos básicos en el país. “No se mueve un kilo de arroz sin que el gobierno lo sepa”, comentaba un empresario.

Convengamos en que mucha gente tal vez no tiene claro todavía que el gobierno ha pasado a ser el primer importador del país, superando al sector privado. Y todo lo que importan las empresas privadas también pasa por manos del Estado, que le paga directamente a los proveedores en el exterior.

En palabras del expresidente de Fedecámaras Jorge Roig, ser empresario en Venezuela es ser en realidad “concesionario” de un sistema de controles absolutos.

Además de las divisas y las importaciones de materias primas y bienes terminados, el gobierno también fija los precios y los márgenes de ganancias de las empresas, expropia producción para redirigirla al sistema estatal y fija prioridades para las inversiones.

Sobre todo privilegia la importación desde sus países aliados, en detrimento de la nacional.

También controla la renta del país a través del petróleo de Pdvsa y todos los ingresos y deuda de la petrolera, que administra como una caja chica.

Es uno de los principales empleadores del país, que responde con frecuentes aumentos salariales para atenuar sin lograrlo la acelerada tasa de inflación que devora el ingreso de los hogares.

Con todo y eso el 90% de los venezolanos dice que hace colas y el 87% sufre racionamiento y el 55% cree que los controles sólo empeoran los problemas de desabastecimiento.

Por encima de todas estas cifras, el 50% culpa a Maduro de los problemas del país, lo que no es cualquier cosa si se considera que el 79% de la valoración sobre la situación es negativa.

Entonces, el hombre que tiene poderes especiales para gobernar por decreto, que tenía una Asamblea Nacional y todos los demás poderes públicos complacientes a sus mandatos, que tenía la herencia de Hugo Chávez y hasta su testamento político, viene a decir ahora que una guerra económica cuyos generales, armas y estrategias son dudosas, recuerda más bien a otro presidente sin credibilidad que gobernó una vez Venezuela y la llevó a cabo una fracasada política económica muy parecida a la actual, por cierto.

Ese hombre, llamado Jaime Lusinchi, justificó su derrota con una frase que quedó para la historia: “la banca me engañó”, en referencia a la falta de “dinero fresco” que viniera a fortalecer las quebradas arcas del país. Ese ese gobierno, como el de Maduro, solía pagar puntualmente todos sus compromisos de deuda externa.

 @omarlugo/El Estímulo