La parábola que recorrió Tommy Morrison a lo largo de su vida es quizás una de las más extravagantes de la historia del boxeo. Su destino deambuló entre la gloria y el ocaso a cada instante. Luces y sombras constantes. Su apellido saltó a la fama mundial con el papel protagónico que consiguió en Rocky V, justo en consonancia con el ascenso veloz de sus estadísticas oficiales como peleador arriba del ring. 13 años más tarde, la estela de esa estrella deportiva que llegó a estar casado con dos mujeres al mismo tiempo se apagó casi en silencio entre controversias, un recorrido de adicciones y el castigo de una enfermedad en su cuerpo.
Se subió al ring oficialmente hacia fines de 1988, dos años antes del estreno de la quinta entrega la mítica saga que protagonizó Sylvester Stallone. Si bien tenía solo 19 años, no era un novato: al terminar octavo año dejó la escuela, se fue a trabajar con su padre en la construcción y en Oklahoma terminó de darle forma a su pasión por el pugilismo. A los 10 años, ya tenía un tatuaje de dos guantes en el hombro que le había hecho su madre, una mujer que pasó nueve meses presa acusada de un crimen en un bar cuando Tommy tenía 4 años. Con esos antecedentes, el adolescente pueblerino peleó en un exótico certamen en el que participaban desde el personal de seguridad de bares hasta pandilleros de motocicletas. “Tenías que tener 21 años como mínimo para participar. Peleó con un seudónimo porque tenía 15 años. Le ganaba a tipos adultos. Fue dinero fácil para él», recordó su amigo Eric Elder en el fantástico documental titulado Tommy que forma parte de la producción 30 for 30 de ESPN. Hizo 21 presentaciones: ganó 20.
Allí le dio vida a una de sus tantas leyendas: aseguraba ser pariente del popular actor John Wayne por parte de su padre. Sus entrenadores, poco a poco, aprovecharon ese mito que nunca terminó del todo esclarecido y lo bautizaron como The Duke, apodo que también tenía el artista que ganó un Oscar en 1969 por su papel en el western True Grit.
En 1989 llegó su momento de explotar: realizó 19 peleas a lo largo de 12 meses, mantuvo su invicto y acumuló 15 KO, once de ellos en el primer round. La gran promesa blanca de los pesos pesados era un nombre habitual en las marquesinas de combate de ESPN durante los fines de semana y Frank Stallone, hermano de Sylvester y un fanático del pugilismo, lo vio. Le comentó sobre Morrison y rápidamente lo contrataron para que sea “Tommy Gunn”, el protagonista de la quinta entrega que en ese momento estaba produciendo el actor.
Según el sitio especializado IMDB, Rocky V es la menos valorada por los fanáticos de toda la gran saga (incluidos los spin off de Creed) y hasta marcó el cierre durante más de una década y media de la historia que popularizó Stallone. Sin embargo, esa deslucida producción hizo que “Tommy Gunn” se transformara en una celebridad y que todas las miradas se depositaran en su verdadera vida arriba del ring.
El muchacho rubio y pueblerino de Oklahoma, de golpe, era una celebridad. La gran esperanza blanca que siempre Norteamérica está rastreando en el boxeo, más en una época donde la divisional estelar era dominada por Lennox Lewis, Mike Tyson, George Foreman y Evander Holyfield. A tres años de su debut, ya tenía una oportunidad de ser campeón mundial –amparado en su récord de 28-0– contra Ray Mercer, un medallista de oro olímpico en Seúl de 1988 que venía de obtener el título previamente.
Al unísono, las malas juntas comenzaron a erosionar sus posibilidades de ser una gloria del boxeo. A Tommy “no le gustaba estar solo” y sus entrenadores recordaron esto en el citado documental estrenado en 2017: “Teníamos amigos en los bares y a la medianoche nos llamaban: ‘Oigan, vengan a buscar a su muchacho, está desmayado en el piso. Será mejor que vengan antes que los medios’». Morrison se paseaba con su séquito de amigos de turno en limusinas y recorría los bares invitando tragos a los cerca de 20 hombres que habitualmente lo acompañaban. Su equipo de trabajo había identificado un círculo vicioso: lo convencían que se enfocara en su carrera porque eso le daría varios millones para disfrutar años más tarde y él se mostraba reflexivo. Días más tarde, otra vez llegaba el llamado de los bares.
No era la única situación peculiar que vivía el deportista fuera del cuadrilátero: estaba en pareja con dos mujeres al mismo tiempo sin que entre ellas supieran la existencia de la otra. Esto sin contar las múltiples relaciones ocasionales que tenía en sus distintas noches de juerga, a tal punto que los integrantes de su entorno aseguraron que llegó a tener una “relación por día» con distintas personas.
Los carriles de su promisoria trayectoria y su desbalanceada vida personal parecían chocar. El primer cimbronazo de la constante gloria y ocaso que fueron sus días lo padeció contra Mercer sobre el ring montado en Atlantic City el 18 de octubre de 1991.
El gigante rubio parecía que iba a arrasar a su rival. Los rounds iniciales lo mostraron dominando y hasta Mercer repite hasta la actualidad que nunca lo habían golpeado “tan fuerte” como aquel día lo hizo Morrison. Hasta ese quinto asalto, todos creían que sería el momento de ver a Tommy en lo más alto. Podía ser por KO o por las tarjetas, pero se encaminaba a un triunfo inexorable. Iba a ser el campeón mundial de los pesados de la Organización Mundial de Boxeo (OMB). Algo falló.
“Lo había enfrentado también para la clasificación a los Juegos Olímpicos. Le gané, fue fácil. Él pegaba fuerte, pero tenía datos de que consumía esteroides. Tuvimos la conferencia de prensa en New York, en el Times Square, y nos sacamos las remeras. Mi guardaespaldas había ganado un concurso del hombre más fuerte del mundo dos veces. Cuando le vio la espalda, me dijo ‘eso es a base de esteroides’”, dijo Mercer en una entrevista con el sitio The Mayweather Channel durante 2017. La estrategia, según explicó en el documental, fue la de esperar que Morrison se cansara producto del consumo de estas hormonas. Y así fue en el quinto round. La impresionante postal de aquel brutal nocaut fue portada de la revista The Ring de esa edición.
La gran esperanza blanca pasó a ser una decepción en un abrir y cerrar de ojos. Todos pensaron que su proyección había sido exagerada a raíz de su paso por el cine. Tommy recapacitó finalmente. Retomó la senda boxística. Ocho nocauts a lo largo de 13 meses en sus presentaciones ante Bobby Quarry, Jerry Halstead, Kimmuel Odum, Art Tucker, Joe Hipp, Marshall Tillman, Carl Williams y Dan Murphy. Mostró que tenía potencial y su nivel no era un invento del cine. Tuvo también su cuota épica en ese recorrido, cuando venció en el 9° asalto a The Boss Hipp con las manos fracturadas y la mandíbula lesionada. Las críticas otra vez eran elogios y nuevamente la chance de ser campeón mundial se presentaba ante él.
Siete de junio de 1993, Las Vegas. Rival: George Foreman. Big George había atravesado una década fuera de los rings tras sus días doradas contra Joe Frazier o Muhammad Ali. Desde 1987 en adelante, fecha de su vuelta, sólo había perdido una pelea sobre 28 y había sido contra Evander Holyfield por las coronas mundiales de la divisional. A los 44 años, Foreman era un justificado candidato al título vacante de la Organización Mundial de Boxeo (OMB) al igual que Morrison. Tommy soñaba con redimirse. Y lo logró: el combate fue deslucido para los espectadores, pero su equipo asegura que fue “la mejor pelea en la carrera de Tommy”. Aquella noche sold out y con varios millones de dólares en juego, los jueces lo vieron ganador de manera unánime por 117-110, 118-109 y 117-110.
“Era un buen pegador. Tenía buen estilo, porque podía golpear y movía bien la cabeza. Pensé que tendría buena carrera. La fama puede ser difícil. Un día, nadie te presta atención. Al siguiente, eres este chico guapo y popular del que todos quieren un pedazo y tu mundo entero explota. Y si no está preparado para ello, puede llevarlo a un viaje que lo lleve más rápido de lo que desea al último día de su vida”, recordó Foreman en 2013 en declaraciones que replicó el diario Los Angeles Times.
Tommy estaba otra vez en carrera. Tenía un contrato de más de 8 millones de dólares sobre la mesa para pelear en 1994 con la intención de llegar a un combate estelar ante Lennox Lewis, uno de los pesados más importantes del momento. “Tommy se estaba metiendo en problemas”, recordaron desde su equipo en la producción que dirigieron para ESPN Erin Leyden y Gentry Kirby. Tras superar a Tim Tomashek, le organizaron una pelea que debería ser sencilla y preparatoria para toparse finalmente con el gigante británico.
En octubre de 1993, todo estaba dado para que celebrara en Tulsa, su lugar de residencia. Michael Bentt, de reconocida carrera en el amateurismo pero poco rendimiento profesional, sería su probador. En los papeles, no había demasiado de qué preocuparse y Morrison así lo expuso con sus actitudes. La noche previa a la velada, los testigos aseguran que fue a un concierto y bebió cerveza. Al otro día, The Duke vivió tal vez la velada más triste de su carrera y perdió por nocaut en el primer round. “Así se esfumó el cheque de ocho millones de dólares de Tommy Morrison”, gritó automáticamente el relator del combate cuando se consumó el inesperado resultado. En segundos, pasó de ser millonario a ganar unos pocos miles de dólares que no alcanzaban para sostener su desordenado estilo de vida. Adiós cinturón mundial.
Gloria, ocaso, reinvención. Otra vez la fórmula se repetía. Se recluyó en Oklahoma, cambió su look baby face por una barba candado y se alejó de las “distracciones de la ciudad” en un ambiente de mayor calma. Dos años más tarde, lograba una nueva chance en su vida. Ese sendero lo digitó con seis nocauts, un triunfo en decisión unánime y un empate. Su nombre volvía a ser interesante y buena parte de eso tenía que ver sus peleas atractivas, como la que protagonizó a mediados de 1995 ante Donovan Ruddock, el hombre que había peleado contra Lennox Lewis y había dejado expuesto a Mike Tyson a pesar de no poder derrotarlo. Cayó, se levantó y en el sexto round terminó el combate con un zurdazo brutal al mentón de Razor que lo dejó tendido sobre el centro del ring.
La ruta había sido más larga, pero la chance estelar había llegado. En Atlantic City, peleó en octubre de 1995 ante Lennox Lewis, quien había perdido su invicto y su cetro mundial un año antes. La llama mágica de Tommy se había apagado y no logró hacer pie en los seis asaltos que duró la batalla hasta que Lewis lo venció por KO.
Sin embargo, todavía quedaban varios capítulos en la historia de Morrison. La mayoría de ellos escandalosos, controversiales u oscuros. Sus auxiliares creyeron que todavía había un modo de revivir su carrera y llamaron a Don King con la idea de relanzar su trayectoria y alcanzaron un trato millonario que terminaría con un combate ante Tyson. Era el principio del fin…
El 10 de febrero de 1996, la Comisión Atlética de Nevada impidió la pelea que iba a realizar ante Arthur Weathers por “razones médicas” sin dar más especificaciones. Los resultados de su examen de sangre de rutina habían arrojado que tenía HIV. “En esa época si tenias HIV te morías, era una sentencia de muerte”, recordó su mánager Tony Holden en el documental.
Cinco días más tarde, con la noticia como portada de todos los medios, el muchacho de 27 años dio una conferencia de prensa en Tulsa: “En los últimos tres días me he estado contactando con la gente que tuve algún contacto físico durante los últimos tres o cuatro años. Hay muchos compañeros de práctica con los que he trabajado durante los últimos años. Si hay alguien que siente que ha estado en contacto conmigo ya sea directa o indirectamente, les ruego que se hagan el análisis. Hubo un momento de mi vida en el que tuve un estilo de vida permisivo, alocado e imprudente. Sabía que cualquiera podía contraer esta enfermedad, pero también creí que las posibilidades de contraerla eran muy escasas”, dijo al mundo. El tema tuvo coletazos insólitos: en diarios locales informaban que los centros de prueba de HIV habían subido sus consultas notablemente y que el caso de Tommy generaba “preocupación” en esa comunidad. Su hermano relacionó su enfermedad con las medicinas para mejorar el rendimiento sexual que se inyectaba.
Para esa época, Dawn Freeman-Hosterman, una de sus dos novias, encontró una carta de Dawn Brady, su otra pareja formal. Ambas acordaron una reunión y se enteraron que desde hacía tiempo había estado saliendo con ambas. Morrison tomó una decisión en medio de esta extraña situación personal: le propuso a Hosterman casarse en Las Vegas y así lo hicieron en mayo de 1996. Sin embargo, no cortó su relación con Brady. Meses más tarde, Tommy “cruzó la frontera” con su otra pareja para también contraer matrimonio. “Terminé teniendo un certificado de que estábamos casados”, recordó ella en el documental sobre esa unión en México.
El espiral de conflictos creció considerablemente. Intentó ser comentarista televisivo de boxeo, pero un nuevo escándalo lo dominó tras ser detenido manejando ebrio y perdió su puesto. El ocaso había llegado. Se puso implantes en los bíceps para tener una imagen similar a la de su juventud. La cicatriz se infectó y complicó su salud. Dejó de tomar sus medicinas para el HIV y como contrapartida se acentuó el abuso en el consumo de cocaína, según recordó su madre. Para el año 2000, se había separado de Hosterman. “Tenía un buen corazón, pero un alma muy turbulenta”, lo recordó ella en una entrevista que replicó el diario Tulsa World en 2013.
En enero del 2000 terminó en prisión tras ser detenido en Arkansas con metanfetaminas, cocaína y armas. Un año más tarde, fue puesto en libertad a pesar de la condena a 10 años y busco revivir su carrera deportiva. Poco quedaba en el aspecto y en las declaraciones de aquel Tommy que había encandilado al mundo en Rocky V. Comenzó una nueva batalla que hasta estos días sigue inconclusa: aseguraba que el examen de HIV positivo había sido una mentira para perjudicarlo o un error.
Tuvo tres presentaciones como pugilista tras aquella suspendida pelea contra Weathers. En noviembre de 1996 venció en Tokio a Marcus Rhode en una velada que tuvo como actor central a Foreman, quien lo invitó a boxear. Para febrero del 2007 reapareció en los cuadriláteros frente a John Castle ya con 38 años. Peleó en West Virgina y por esos años el The New York Times explicó que Tommy se había realizado dos análisis de sangre para respaldar su afirmación de que no estaba infectado con HIV. El artículo planteaba por entonces su controversial caso, con miradas a favor de la postura del boxeador y en contra. “Se han destruido muchas carreras en el camino sin ninguna razón. La mía ciertamente ha sido una de ellas”, replicó sus palabras el citado medio por entonces. El interrogante estaba centrado en la posibilidad de un “falso positivo” o la duda sobre la autenticidad de los nuevos exámenes que había presentado el pugilista.
En junio de ese 2007, tuvo un fugaz paso por la jaula de las artes marciales mixtas con una victoria por KO ante John Stover en el primer asalto entre el abucheo de los presentes en un combate que tuvo también su polémica porque se modificaron las reglas horas antes de saltar al octágono. En el medio de todo esto, su ex agente Radny Lang acusó a Tommy en sitio de ESPN por manipulación de sus exámenes de sangre, pero Morrison lo desmintió. El evento se realizó fuera de la jurisdicción de la comisión estatal de boxeo.
Su último recuerdo, mucho más desde lo estadístico que desde lo mediático, se dio con una pelea en la ciudad mexicana de León ante su compatriota Matt Weishaar. Aquel febrero de 2008, un Morrison excedido de peso, visiblemente desmejorado desde lo físico, le ganó por KO en el tercer round para cerrar una historia de 48 presentaciones (42 KO) victoriosas y 3 derrotas en el pugilismo. Aunque sus últimas tres peleas estuvieron fuera de las reglamentaciones oficiales.
Acusado por delito de drogas, en 2011 se vieron sus últimas imágenes. La estela de la gran promesa blanca se había esfumado hacía casi dos décadas. Morrison fue fotografiado por la Policía ante esa denuncia y también se conoció un video declarando. Demacrado físicamente, desorientado en sus palabras ante las autoridades, ya no era el Morrison risueño y hábil declarante de sus años dorados.
Acompañado por Trisha, su nueva esposa, murió el 1 de septiembre de 2013 bajo el más estricto silencio a raíz de un delicado estado de salud por culpa de una enfermedad que nunca quedó clara. Los dos años previos había estado peleando contra su condición médica débil. “Me miraba pero no me veía”, recordó en el documental su histórico manager sobre la última visita que le realizó a su viejo amigo.
Su historia, todavía hoy, sigue viva. Trisha se casó con él en el 2011 y aseguró días antes de su muerte que el problema de salud de Tommy se había desencadenado porque un médico le había dejado un trozo de gasa quirúrgica durante ocho días tras una intervención médica. También acompañaba a Morrison en su cruzada: por entonces, le aseguró a ESPN que Tommy tenía síndrome de Guillain-Barré pero nunca confirmó el HIV. Hasta la actualidad, todavía continúan con la batalla legal sobre el boxeador que falleció a los 44 años. Según el sitio especializado world boxing news, la corte de Las Vegas reconsideraría su caso y volvería a investigar los exámenes.
Al unísono, como si el recuerdo de sus dos vidas insistieran por seguir latiendo, sus dos hijos también son boxeadores rentados acompañados por su histórico manager. Trey Morrison es el más parecido a su padre físicamente: con 31 años, suma 16 victorias; todas por nocaut. James tiene 30 años y su tarjeta acumula 17 triunfos (15 por KO) y 2 empates. Ambos están invictos, reseña INFOBAE