Iker Casillas ha anunciado este martes su retirada definitiva del fútbol. Un año y tres meses después del infarto que sufrió mientras entrenaba con el Oporto y que le ha mantenido alejado de los terrenos de juego desde entonces, el portero madrileño, de 39 años, ha oficializado lo que ya había ido dejando entrever en los últimos meses. “Hoy es uno de los días más importantes, y a la vez difíciles, de mi carrera deportiva: ha llegado el momento de decir adiós”, ha señalado Casillas en sus redes sociales. “Dejo atrás los tres palos que me vieron crecer como portero, los que en cada momento me colocaron en mi sitio y me obligaron a mantener los pies en la tierra, esos tres palos a los que tanto debo y que seguro que echaré de menos. Y allí también os dejaré a vosotros, mis fieles aliados, allí colgaré mis guantes”, ha profundizado el mostoleño.
Lo importante es el camino que recorres y la gente que te acompaña, no el destino al que te lleva, porque eso con trabajo y esfuerzo, llega solo y creo que puedo decir, sin dudar, que ha sido el camino y el destino soñado #Grac1as pic.twitter.com/xb8ucs9REh
— Iker Casillas (@IkerCasillas) August 4, 2020
Desde aquel 1 de mayo en el que Casillas dio el susto, las especulaciones sobre su futuro siempre se habían encontrado con la oposición frontal del propio Iker, que quería esperar a los dictámenes médicos para tomar la decisión y ser el dueño de su destino, poder anunciar él mismo su retirada del fútbol, hecho que finalmente se ha producido. Aquel infarto le aparta de la vida deportiva y le abre las puertas del Olimpo, cuya entrada tenía comprada desde hace mucho tiempo.
Con Iker se va el capitán que levantó al cielo de Sudáfrica la Copa del Mundo. El que alzó las dos Eurocopas en Viena y Kiev. El héroe madridista de Glasgow en la Novena, el capitán de la Décima, el niño que dejó el instituto una buena mañana en plena clase de diseño porque Heynckes necesitaba un portero de urgencia para viajar a Noruega a jugar contra el Rosenborg. Con Iker se nos van los últimos 20 años de fútbol, dos décadas imborrables que ahora pasan directamente a la hemeroteca, al recuerdo, al cajón del cerebro donde se almacenan los buenos momentos.
Aunque las primeras páginas de su historia pertenezcan a aquel viaje a Rosenborg, no será más que el prólogo de una leyenda escritas en letras de oro, un relato que comenzó el 12 de septiembre de 1999 en San Mamés. Las lesiones de Bodo Illgner y Albano Bizarri le daban la alternativa a un chaval de 18 años que se encadenaría a los palos y no dejaría el puesto. Al final de temporada acabaría siendo titular en la final de la Champions, frente al Valencia, en París. La primera de las tres Copas de Europa que lucen en su palmarés.
Una tremenda sala de trofeos en la que se incluyen además dos Eurocopas y un Mundial, el torneo que elevó su categoría de héroe madridista a deidad del fútbol español. Su parada a Robben en la final fue tan decisiva como el gol de Iniesta y, si no se celebró con la misma efusividad fue porque no había resuello en las gargantas que debían gritar su acción. Iker sacó el pie, desvió el balón y también el lápiz divino que estaba escribiendo en la historia el triunfo holandés. Aquella noche los brazos y los labios que alzaron y besaron el trofeo más preciado del fútbol fueron los suyos.
Iker Casillas cuelga los guantes antes de lo que él hubiera querido y sin poder decidir él la hora del adiós. En sus manos reposa gran parte del patrimonio del deporte nacional. Con sus manos ha protegido los sueños del Real Madrid y de la selección desde el siglo XX hasta hoy. Hasta hoy. Iker dice adiós. Y el fútbol español le dice gracias.