Diogo Costa se erigió hoy como héroe nacional de Portugal al atajar los tres intentos de Eslovenia en la tanda de penaltis que definió el pase a cuartos de final de la Eurocopa 2024 para los lusitanos.
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Portugal elimina en los penaltis a Eslovenia con el crack como protagonista por sus fallos. Oblak le paró uno en la pórroga. Diogo Costa detuvo tres en la tanda.
En un partido para el recuerdo, en una noche que ni Cristiano ni Eslovenia olvidarán nunca, ante la gigantesca emoción que suscita el fútbol, la vida deparó otra oportunidad a uno de los mejores jugadores de siempre, el Cristiano más humilde que estrella, el más abatido que entero. Culpa de ello la tiene Diogo Costa, que detuvo tres penaltis en unos octavos espectaculares.
Portugal jugó para Cristiano. Roberto Martínez jugó para Cristiano. Los compañeros jugaron para Cristiano. Cristiano jugó para Cristiano. Todo giró en torno a él, a que pudiera romper la historia con un gol que le diferenciara del resto, como tantas veces, el único en anotar en seis Eurocopas distintas.
El ejercicio colectivo se convirtió en obsesión. Siempre ha sido expresivo hasta el límite el de Madeira. Lo de esta vez rozó lo tragicómico. Cada ocasión fallada era un teatrillo, un lamento, un aspaviento, hasta que acabó en lágrimas. Mediante esa superación personal ha construido tal grandeza Cristiano, una mezcla de hambre y agonía, de ambición y sufrimiento.
Con él se mascaba el gol, pero no llegaba. También el derrumbamiento, quizá definitivo, de un jugador para la historia. En cualquier caso, la obcecación por un gol suyo despistó a Portugal, pues basó su existencia en que Cristiano acabara su agonía y no en llevar el partido hacia una pausa más conveniente.
Sólo jugó un partido paralelo Rafael Leão, como siempre. Sus arrancadas destrozan defensas, aunque son menos efectivas de lo que deberían. Un par de veces arrolló en carrera a la zaga eslovena, que si por algún lado sufrió por el del jugador del Milan. Así vino la ocasión más clara, casi en el descanso, un remate de Palhinha desde el borde del área que impactó en el poste. En cualquier caso, Leão era un verso suelto como lo es casi siempre.
Incluso con un buen Vitinha, a Portugal le faltaba que Bruno Fernandes y Bernardo Silva hicieran suyo el partido junto a él, obstinados todos en jugar para su estrella en vez de para el equipo. Oblak sufrió más por impresiones que por certezas. Un tiro de falta en el que se tuvo que estirar fue realmente lo que más le hizo sufrir Cristiano.
Quiso calmar las cosas Roberto Martínez, aunque no pudo. Metió a Diogo Jota, quitó a Vitinha y dio galones a Cancelo para que por la derecha Portugal encontrara los agujeros que necesitaba. Estuvo fantástico el lateral del Barça, pero siempre había una pierna que ensuciaba su último pase. Oblak volvió a frenar una falta de Cristiano y entre tanto Eslovenia empezó a conquistar campo en algunos contragolpes. Sesko rozó el gol, de hecho, ante un Pepe mucho más vulnerable que otras veces. Este sí fue un Pepe de 41 años.
El yugo de la prórroga, el miedo a la decepción, a verse fuera de la Euro a manos de Eslovenia, arrugó a los portugueses, que perdieron la efusividad y el brío de Cristiano, fatigado física y mentalmente. Ni la entrada del revolucionario Conceiçao alteró el guion. Quedaban las arengas del capitán a la grada cada vez que provocaba un córner, mucho para él pero en realidad muy poco para Portugal. Aun así, tuvo la victoria antes del tiempo extra en un mano a mano que le sacó un Oblak, inconmensurable.
La prórroga adquirió tintes épicos, trágicos, pues el desenlace se debatía entre la historia de Cristiano con este torneo y con el fútbol, y la grandilocuencia de un portero tras el que se escudaba todo un país, Eslovenia, que llegó hasta aquí sin tapujos y lo corroboró en un final agonizante, legendario.
En pleno caos de sentimientos, Diogo Jota provocó un penalti y el mundo miró a Cristiano. Con 39 años pero la ansiedad por el gol de siempre, su disparo lo adivinó Oblak, colosal, para mantener en pie a los eslovenos y prolongar la pesadilla del ídolo, que clamó al cielo, que lloró como un niño, que se vio despidiéndose del fútbol sin un premio que parecía mayor que los cinco Balones de Oro logrados. Estremeció verle así mientras sus compañeros y la grada le levantaban, a él, precisamente a él, el que tantas veces les levantó a ellos.
Faltaban las emociones más fuertes, sin embargo. Una locura. Pepe se trastabilló y Sesko se plantó solo ante Diogo Costa, que hizo una parada inolvidable. Portugal agonizó, ya con Cristiano en shock, consciente de la oportunidad perdida y la presión que le venía por delante. Los penaltis. El todo o nada. La cara o la cruz. Y ahí apareció un Diogo Costa de otro planeta para detener tres y rescatar a Cristiano y a Portugal. Histórico.
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