Tras su cara amable y los millones de amigos que las habitan, hay un lado oscuro: la facilidad que ofrecen a las empresas tecnológicas de controlar nuestra vida y comerciar con nuestros datos.
El 15 de marzo de 2016, el ciudadano de Misuri Winston Smith demandó a Facebook por entrometerse en su privacidad y vender a terceros sus búsquedas de información sobre el cáncer de pulmón. De paso, también denunció a varias instituciones de salud, como las sociedades norteamericanas contra el cáncer y la sociedad de oncología.
El espionaje tecnológico es simple, y Facebook lo hace de forma sistemática cada vez que usamos su entorno. Con las llamadas tracking cookies, que se instalan automáticamente en los ordenadores, la red social se queda con muchos datos sobre el usuario: las páginas que visita, sus búsquedas, sus gustos.
Curiosamente, el citado quijote de Misuri, Winston Smith, se llama igual que el protagonista de la novela de George Orwell 1984, que dibujó un mundo en el que todos los ciudadanos eran vigilados por el Gran Hermano. Facebook niega las acusaciones, aunque no es la primera demanda a la que se enfrenta.
En 2012 un juez falló a su favor cuando cuatro personas la denunciaron por violar las leyes de protección de la intimidad al grabar lo que hacen los usuarios mientras visitan su plataforma, incluso cuando han cerrado la sesión.
¿Nunca te has preguntado por qué Facebook y empresas similares valen tantos miles de millones? ¿Qué venden, si son de acceso gratuito y nadie paga por navegar en ellas? El escritor de ciencia ficción Robert A. Heinlein decía que “no hay nada como una comida gratis”. En castizo: nadie da duros a cuatro pesetas. ¿Quieres buscadores y cuentas de correo gratuitos, y hablar con tus amigos y enviar todo tipo de cosas por internet sin soltar un céntimo? Te lo doy, pero vas a tener que pagar.
¿Cómo? Cediéndome tu vida. Si no entras al trapo, tendrás que moverte por la red de forma anónima, jamás comprar un smartphone ni registrarte en un servicio gratuito de internet. ¿Se entiende ahora por qué Facebook pagó 21.800 millones de dólares por WhatsApp, una empresa con treinta trabajadores cuyo producto es una aplicación para móvil gratuita, sin anuncios ni publicidad? Pues porque con ella se garantiza el acceso a más de 600 millones de móviles y sus agendas.
Según las condiciones que aceptas cuando te suscribes a Facebook, te avienes a que puedan controlar todos tus mensajes y los archivos que guardes en ellos. El dueño de la compañía, Mark Zuckerberg, que siendo un tipo incapaz de relacionarse con otras personas ha creado la red social virtual más popular del planeta, dijo que su empresa era “una residencia de estudiantes bien iluminada” donde “vayas donde vayas vas a ver a tus amigos”.
Lo que no mencionó es que también te vigila y vende lo que haces. Gracias a lo que realizas en la red saben mucho sobre ti, y lo conocen porque han instalado un sistema de seguimiento en tus dispositivos electrónicos. El arma de espionaje ya no son los micrófonos ni la videovigilancia: son las citadas tracking cookies, que graban toda tu vida online.
No es la única compañía que actúa así. En 2010 el director de Google Eric Schmidt se vanagloriaba de que ellos sabían al momento dónde estábamos y lo que hacíamos. Pero ni él ni Zuckerberg han sido los primeros en plantear una vigilancia orwelliana. En 1985, Erich Mielke, director de la policía secreta de la República Democrática Alemana (RDA), la temida Stasi admirablemente retratada en la película La vida de los otros, creó una red para espiar a los dieciséis millones de ciudadanos del país por orden del máximo líder Erich Honecker.
La Stasi recabó datos de juzgados, bancos, aseguradoras, oficinas de correos, hospitales, empresas de radio y televisión y bibliotecas, que, unidos a los de la propia policía secreta, permitieron a Mielke saberlo todo sobre los alemanes orientales: los libros que leían, el médico al que iban, con quien se relacionaban…
Se trataba de crear al hombre de cristal, que viviría en un país donde todo era visible por bien del Estado y, supuestamente, del propio ciudadano.
La caída del Muro de Berlín sepultó este proyecto llamado Regularización del Uso de Datos Almacenados, pero unas décadas después la idea ha sido llevada a la práctica, a escala mundial, por Google, Facebook y otras empresas de big data.
El objetivo ya no son unos pocos millones de personas, sino miles de millones. Y sin tener que pagar un dólar a informantes ni espías, porque no los necesitan. Son los propios espiados los que regalan de buen grado la información, con la que Serguéi Mijáilovich Brin, uno de los fundadores de Google, ha hecho una fortuna de 26.000 millones de dólares. Y si la Stasi espiaba por el bien del alemán oriental, Google lo hace por el “bien del consumidor”.