El agresor de Morella León López fue condenado a 17 años y 10 meses de prisión, por los delitos de de violencia psicológica y sexual, y amenaza. Sin embargo, fue absuelto por del delito de esclavitud sexual, por falta de elementos probatorios. La sobreviviente estuvo encerrada en varios inmuebles de Maracay por más de tres décadas.
por Crónica.Uno
Luego de un proceso de más de tres años, Matías Salazar Moure fue condenado a 17 años y 10 meses de prisión, por mantener en cautiverio a Morella León López, durante 31 años.
Pasadas las 9:00 p. m. del martes, 20 de junio, Morella conoció la sentencia de su agresor, luego de más de nueve horas de audiencia en los tribunales de Maracay, estado Aragua.
Morella, confirmó a Crónica.Uno que a Matías Salazar Moure lo condenaron por los delitos de violencia psicológica y sexual, y amenaza. Sin embargo, fue absuelto por del delito de esclavitud sexual, por falta de elementos probatorios.
Matías, deberá estar en prisión hasta el 27 de noviembre de 2037. Y a pesar de que el Ministerio Publicó ordenó que él debía ir a la cárcel de Tocorón, este traslado no procedió y el hombre se mantiene privado de libertad en una comisaría estatal.
En estos tres años de proceso, Morella y varios periodistas que dieron cobertura a su caso fueron víctimas de hostigamiento en las redes sociales, por algunas cuentas que querían desprestigiar las declaraciones que ella ofreció.
Los hechos
En febrero de 2020, Morella escapó de un apartamento en el Conjunto Residencial Los Mangos, en la ciudad de Maracay, donde estuvo cautiva por Matías. La sobreviviente denunció que fue víctima de violencia física, sexual y psicológica.
Durante 31 años Matías mantuvo raptada a Morella, en distintos inmuebles del estado Aragua. En el apartamento de Los Mangos fue donde la mujer pasó más tiempo, específicamente 18 años.
Los familiares de Morella la buscaron desde que escapó de casa con su novio, Matías Salazar, a los 17 años de edad. En anteriores entrevistas que ella concedió a Crónica.Uno, contó que se dejó llevar por las falsas promesas de su agresor.
La madre de la sobreviviente, quien ya falleció, denunció la desaparición de su hija ante la antigua Policía Técnica Judicial, actualmente el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc), pero los funcionarios le dijeron que la joven se había ido por su voluntad y que debían esperar que apareciera, posiblemente embarazada.
Sin embargo, los parientes de Morella no perdieron la esperanza de encontrarla, ni siquiera cambiaron de domicilio o número telefónico a la espera de una comunicación con ella. Y así fue. En 2020, cuando Morella escapó, dio a los funcionarios el número de su casa, el cual no olvidó.
Cuando Morella escuchaba las llaves y se abría la puerta del apartamento, comenzaba a temblar. Su mente se paralizaba del miedo y automáticamente seguía las reglas de él. La instrucción, o una de tantas, era aguardar en la habitación hasta que Matías Enrique Salazar Moure cerrara la puerta.
Cuando él llegaba el tono de voz de Morella debía ser muy bajo y pausado, al igual que su caminar. Si alguna orden de Matías no se cumplía, comenzaba la tortura psicológica: repetir, repetir y repetir la misma instrucción hasta el cansancio, hasta que ella se doblegara mucho más.
—¿Qué te dije? —le preguntó Matías.
—Que debo esperar que cierres la puerta para poder salir del cuarto.
—¿Qué te dije? —reiteró.
—Que debo esperar que cierres la puerta para poder salir.
Esa noche Morella salió de su habitación antes de que Matías cerrara la puerta. Como castigo repitió la instrucción desde las 11:00 p. m., cuando él llegó a “visitarla”, hasta más o menos la 1:00 a. m.
Durante tres décadas el miedo paralizó a Morella. Matías, el hombre de quien se enamoró en su adolescencia, le hizo sentir que la vigilaba día y noche mientras ella estaba cautiva en un apartamento. La minimizó como mujer, la dominó tanto que ella no fue capaz de pedir ayuda a algún vecino ni de llamar a su familia para contarles el horror que vivía.
Morella León López estuvo 31 años raptada en varios inmuebles del estado Aragua, los últimos 18 años los pasó en el apartamento C-43 de la torre C, en el Conjunto Residencial Los Mangos, en la avenida Constitución de Maracay. Aunque su madre denunció en la antigua Policía Técnica Judicial (PTJ), actualmente Cuerpo de Investigaciones Penales y Criminalísticas (Cicpc), los funcionarios no investigaron porque alegaron que ella se había ido con su novio por voluntad propia. Además, asumieron que la joven regresaría pronto a casa embarazada.
El 24 de enero de 2020 escapó, tras detallar minuciosamente el orden de las llaves que estaban en el apartamento y probarlas en la puerta. Los últimos meses de su cautiverio se incrementó la violencia física y sexual, y este fue uno de los impulsos que la llevó a vencer el miedo de tomar el manojo. Solo en dos ocasiones se había atrevido a tocar las llaves que estaban en la casa, pero Matías se dio cuenta en la primera oportunidad y las consecuencias fueron severas.
Al lograr abrir la puerta, Morella caminó casi dos horas hasta encontrar la dirección del Instituto de la Mujer de Aragua, pues escuchó en un programa radial que las mujeres víctimas de violencia podían acudir ahí para pedir ayuda. Formalizó la denuncia y el 27 de enero fue detenido su agresor, quien dijo a las autoridades que ella tenía problemas mentales y había escapado.
En nota de prensa del 11 de febrero de 2020, el Ministerio Público informó que imputó a Matías por violencia física y psicológica, amenaza, violencia sexual y esclavitud sexual. Han pasado dos años desde entonces y Morella desconoce cómo va el proceso judicial.
La mujer temerosa que salió del cautiverio hoy es otra. Luce sus rizos abundantes en una media cola: mientras estuvo raptada por Matías debía llevar el cabello bien sujeto para cumplir otra de sus órdenes. Ahora tiñe sus canas de negro y le dio vida a la cabellera que por años no pudo cuidar.
Morella ríe, su sonrisa le ilumina sus pequeños ojos oscuros. Aunque le cuesta hacer amigos, es desenvuelta con quien tiene confianza y demuestra un gran vocabulario al hablar. Usa pantalones ajustados y lleva sandalias. En su cuello cuelga una cadena que hace juego con sus zarcillos de perlas pequeñas.
Se maquilla y cuida sus cejas. Es una mujer que demuestra seguridad y la fortaleza de un roble. Habla de su caso por más doloroso que sea, porque tiene la esperanza de que la sociedad no juzgue a quienes viven en carne propia la violencia.
Miedo: El enemigo que la encerró en su mente
Morella admite que el miedo fue su principal enemigo. Frecuentemente, le dolía el pecho y su respiración se agitaba, no era necesario ver a Matías para sentir pavor. Aunque tuvo un teléfono celular (con funciones básicas) no fue capaz de llamar a nadie para pedir ayuda, porque estaba convencida de que Matías podría enterarse y esto traería severas consecuencias.
Matías solía llamarla para preguntarle por qué la luz de la cocina estaba apagada o por qué la cortina de la sala se había corrido. Ella no se explicaba cómo su agresor sabía ese tipo de detalles si no estaba en el apartamento. La respuesta la obtuvo luego de que se escapó, cuando se enteró de que Fanny*, otra presunta víctima de Matías, estaba cautiva en un apartamento también en el piso cuatro pero de la torre D del mismo conjunto residencial. El balcón tenía vista al inmueble donde estaba Morella.
“Por eso yo no era capaz de asomarme, porque me daba miedo que él viera. Yo estaba convencida de que él me vigilaba de alguna forma y eso me daba pánico. Cuántas mujeres que son víctimas de violencia salen a su trabajo, tienen celulares o contacto con sus familias y aún así están encerradas en su mente sin denunciar o huir de su agresor”, dijo Morella.
Según los vecinos de Los Mangos, Matías vivía en la torre D con su esposa Fanny, a quien no veían mucho, y con su hija María*. Habitantes que compartieron con él aseguraron que es un hombre muy educado, que siempre vestía de negro y aparentaba tener dinero, por sus vehículos y porque en algunas ocasiones canceló arreglos del edificio él solo, bajo el compromiso de que el resto de los residentes le pagara después.
Morella no estaba al tanto del dinero que tenía su victimario, porque cada vez que había un desperfecto en el apartamento él no lo arreglaba. La ducha se dañó en 2017 y desde entonces ella se bañó con “perolitos”; en el baño tampoco había luz porque había que reparar el sócate y el drenaje estaba tapado.
Ella dormía en un colchón que estaba encima de un jergón. Los únicos lugares de la vivienda que tenían luz eran el cuarto y la cocina, en las demás áreas no había sócates.
Cuando Morella le pedía mantequilla para rellenar la arepa, Matías le respondía que estaba muy costosa. Y las veces que llevaba comida muchos eran productos del Comité Local de Abastecimiento y Producción (Clap).
“Solo el drenaje de la ducha servía de los tres de la casa. La batea no se usaba porque estaba roto el tubo, yo enjabonaba mi ropa a mano en la bañera y luego lavaba con el tobo del fregadero para no cargar esa agua hasta la ducha”.
La psicólogo social, Yorelis Acosta, explicó que el miedo es una emoción innata muy poderosa que experimentan todos los seres humanos, por lo tanto, cualquier mensaje que apunte hacia el miedo va a tener un efecto en el otro. Puede ser real o imaginario.
“Generalmente, asociamos la violencia con el golpe o los gritos, pero hay otros tipos de violencia que están más referidos a aspectos no materiales como las emociones o el lenguaje, que también tienen un efecto directo sobre las personas. Y esas acciones, también violentas, generan reacciones”, detalló la investigadora de la Universidad Central de Venezuela (UCV).
Morella asegura que Matías la descalificaba como mujer frecuentemente. Le repetía que debía caminar lento y hablar pausado, porque de esa forma lo hacían las damas.
“Él prefería el desgaste emocional, pasó de la violencia física, que durante años la usó, a usar la violencia emocional y psicológica. Me hacía sentir ridícula, me comparaba con amigas, me insultaba y se burlaba de mí. En los últimos meses volvió a usar la violencia física”.
La psicólogo Acosta explicó que otra manera de producir miedo es a través de la amenaza, no necesariamente se debe amarrar o pegarle a la víctima, porque solo con la intención o un gesto de poder tendrá consecuencias que generan miedo.
“La amenaza constante y gradual va agotando al otro y va disminuyendo las fuerzas, se va introduciendo en su mente y va disminuyendo su voluntad. Al final está generando un daño psicológico, neutralizando la voluntad del otro, deshumanizando, disminuyéndolo como persona y haciendo que viva con miedo. En casos de aislamiento no se experimenta otro tipo de emociones, como la paz u optimismo, solo se conoce el miedo”.
Morella frecuentemente peleaba con ella misma y se hablaba en voz alta. Envalentonada se convencía de que lo iba a enfrentar cuando él regresara, pero cuando la visitaba se paralizaba de miedo, sin cumplir sus promesas.
Las rabietas que agarraba en el cautiverio le producían dolores de cabeza, que se extendían a los ojos y el cuello, y le resultaban insoportables. “Me molestaba la luz, eran muy fuertes los dolores. Pasé dos años así”.
Acosta señaló que las emociones tienen dimensiones fisiológicas como como sudoración, dolor en el pecho, dificultad respiratoria. Cuando es muy intenso, se sufren ataques de pánico, que son la unión de varios síntomas.
Proceso judicial
El caso de Morella se encuentra en fase de juicio desde diciembre de 2020. Sin embargo, desde agosto de 2021 el tribunal no le ha notificado si se llevan a cabo las audiencias y ella no ha recibido más información.
“La última información que obtuve es que han llamado a los expertos del equipo multidisciplinario que me interrogaron, como psicólogos forenses, psiquiatras, para la declaración, Me da mucha ansiedad, no termino de entender por qué el tribunal no me notifica de nada, que por ley deben hacerlo”.
En la primera audiencia pública que tuvieron organizaciones civiles venezolanas con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), en octubre de 2021, Diyuli Chourio, presidenta de Vida Jurídica, destacó que siete de cada 10 mujeres no se atreven a denunciar hechos de violencia porque no creen en la justicia de Venezuela.
Cuando las mujeres víctimas se atreven a acudir a las instituciones deben afrontar varios desafíos extras como escasez de gasolina y transporte, y falta de materiales para tomar la denuncia. “No hay perspectiva de género dentro del sistema judicial”.
Matías se encuentra detenido en los calabozos de la Policía del estado Aragua, aunque el Ministerio Público solicitó su traslado al penal de Tocorón, en diciembre de 2020. En la misma causa está el caso de Fanny, quien estuvo desaparecida por 23 años, luego de que decidiera irse con su novio Matías. Esta mujer y su hija María* son otras presuntas víctimas de Matías.
En cautiverio nació María, quien recibía educación y tenía una vida aparentemente normal, según los vecinos del Conjunto Residencial Los Mangos. Habitantes de estos edificios vieron en distintas ocasiones a Matías con su hija, cuando la llevaba a la escuela.
Madre e hija fueron rescatadas del apartamento por las autoridades el 30 de enero de 2020. Su familia acudió a la fiscalía luego de que por redes sociales leyeron del caso de Morella.
“La defensa de él dice que supuestamente ese apartamento era mío y que tenía carro, pero dónde está mi licencia, o la constancia de que el carro o el apartamento son míos”, indicó Morella.
Seguir adelante en medio de una pandemia
Han pasado dos años desde que Morella escapó. Ha afrontado la adaptación a la vida con la ayuda de su familia. Tiene empleo a sus 51 años y para ella es un gran avance, ya que le costó conseguir un sitio estable para trabajar por su edad y porque no tiene experiencia.
La adaptación al confinamiento no fue problema para ella, estaba acostumbrada al encierro, aunque esta vez era con la paz de su familia. Sin embargo, la pandemia de COVID-19 ha evitado que pueda reencontrarse con su hermano y con otros familiares.
“He conocido a sobrinos a través del celular. A mi papá lo he visto, pero es mayor y debe cuidarse de contraer el virus, por eso no lo veo frecuentemente”, dijo.
Por la pandemia y el esquema de 7+7 que se empleó en Venezuela para afrontar los casos del nuevo coronavirus, no pudo continuar con las consultas psicológicas ni con la nutricionista. Le tocó seguir sola por no poder costear consultas privadas.
El sol aún afecta su piel, exponerse durante varias horas le ha ocasionado comezón e inflamación en los brazos y el cuello. Tiene pendiente continuar con los trabajos de odontología y ha podido retomar la lectura lentamente, pues antes no podía leer más de un párrafo.
Aumentó cinco kilos desde entonces y en el último chequeo sus valores se encontraban normales, sin embargo, se cansaba si caminaba por varios minutos. Cuando escapó tenía desnutrición severa, pesaba 38 kilos, el peso aproximado de un niño de 11 años
“Encerrada pasé casi cuatro días sin comer porque él no aparecía. Me daba mucha sed, me llevaba el agua al cuarto y me daban muchas ganas de orinar. Terminando el segundo día de ayuno sentía calambres en las piernas. Cuando volvía a comer, la comida me caía muy mal y me dolía tragar”.
Las porciones de arepas acompañadas de huevos o mantequilla, granos o arroz, debían rendir porque no sabía cuándo volvería Matías a llevarle comida.
En su nuevo empleo se adapta al uso de la computadora y del programa Excel. Y poco a poco ha ido acostumbrándose al uso de los celulares inteligentes.
“En 2020, cuando tuve mi primer trabajo, me comencé a movilizar y me perdí mucho, me tocó caminar bastantes cuadras. Yo quería recuperar mi independencia pero me daba miedo, caminaba cinco cuadras y regresaba porque no sabía a dónde ir. Mis hermanas me decían que saliera”, dijo y agregó que desconocía Valencia, su ciudad natal.
A través de las redes sociales logró reencontrarse con sus amigas del colegio. “Ellas habían acordado que la primera que supiera de mí le iba a avisar al resto. Mis amigas también estuvieron pendientes de mí”.
Su madre: Un punto débil
Morella habla con fortaleza del horror que vivió con el hombre de quien se enamoró en su adolescencia. Pero aún le cuesta hablar de su mamá, quien la buscó hasta los últimos días antes de su muerte.
Elba López Pinto murió de un infarto el 4 de diciembre de 2011, a los 75 años. Las hermanas de Morella cuentan que crio a sus cinco hijos sola, con el apoyo de su papá, Francisco, la imagen paterna para todos los hermanos.
“Un primo me dijo que mi mamá rezaba mucho por mí y que nunca se olvidó de mí. Mis hermanas me dijeron que no me sintiera culpable, porque mi mamá no tiene nada que perdonarme, me piden que deje el sentimiento de culpa. Yo lo que quería era hablar con mi mamá y no hay forma ni manera, hay cosas que no puedo cambiar ya”, detalló Morella.
El 23 de diciembre de 1988 Morella huyó de su casa, en Valencia, estado Carabobo, para irse a vivir con su novio a la ciudad de Maracay, a más de 50 kilómetros de distancia. Viajó convencida de las promesas de su novio Enrique, como se presentó Matías. Estaba por cumplir la mayoría de edad.
Matías y Morella se conocieron cuando ella tenía 17 y él 23 años. La adolescente viajó a Maracay, con una amiga del liceo, a buscar información para iniciar sus estudios universitarios y el joven, quien pasaba por el terminal de pasajeros, les ofreció llevarlas en su carro.
Su madre no estaba convencida de la relación, no le gustaba que Morella pasara todo el día en la casa a la espera de una llamada de su novio. Tampoco estaba de acuerdo con las visitas a altas horas de la noche. Actualmente, entiende que Matías tomaba estas acciones para enemistarla con su familia.
El novio de la adolescente le decía que sus hermanas no querían verla feliz y que por eso ellos debían vivir juntos. Le prometió que la ayudaría a estudiar y pagaría sus consultas odontológicas, pero no cumplió.
La señora Elba, abogada y juez durante muchos años en el estado Carabobo, viajó muchas veces a Maracay y hasta consiguió la dirección de la madre de Matías, Margarita Moure, en el sector El Limón. Presuntamente, Moure le decía que Morella “estaba bien”.
A Morella le rompe el corazón recordar la última conversación con su madre, en el año 1988, cuando le exigió que no la buscara más. “Está bien hija, solo quería saber que estabas bien. Dios te bendiga”, fueron las últimas palabras de su madre.
La mejor amiga de la señora Elba también la acompañó en la búsqueda de Morella, pero falleció. Convencida de que algún día obtendría noticias de su hija no quiso cambiar de domicilio ni de número telefónico, esos fueron los mismos dígitos que recordó Morella el día que escapó y estos datos los suministró a la policía.
Morella aún tiene muchos planes, como hacer algún curso de formación en costura o repostería. También planea reencontrarse con familiares y viajar a Morrocoy.
(*) Nombres resguardados por petición de los familiares.