El día después de la tragedia en Maracaibo

Periodistas del diario Versión Final visitaron la zona de desastre, donde aún permanecían los techos colapsados, las paredes agrietadas, y las calles cubiertas de escombros. Todo quedó impregnado de un recuerdo amargo, como si la explosión no hubiera terminado. La tragedia del galpón de “Gallo Verde” no solo dejó destrucción: dejó una herida abierta en una comunidad que hoy llora en silencio, pero que se mantiene de pie

por Versión Final

El dolor en el parcelamiento «Unidad, Lucha y Batalla» no se describe. Se siente en cada paso que por sus polvorientas y devastadas calles dieron todos aquellos que, por una razón u otra, se acercaron a donde se estremeció la tierra el jueves.

Sobre las 3:00 p.m. de este viernes 12 de septiembre, un día y seis horas después de la explosión de la fábrica de fuegos artificiales, a la “zona cero” no solo llegó la solidaridad, también la palabra de Dios, las alabanzas y la compañía de muchos.

Los vecinos permanecían aferrados a lo poco que quedó. Entre los escombros de lo que hasta hace 24 horas era su hogar, algunos sentados, otros caminando, y algunos simplemente observando todo a su alrededor, en absoluto silencio. No se van. No pueden. Es su lugar, su vida, su historia.

Muchos damnificados pasaron la noche allí por decisión propia, entre el olor persistente a pólvora y los restos de cajas de fuegos artificiales que salieron volando desde “la cohetera”, esos mismos que justo a los escombros cayeron a metros —e incluso cuadras— más allá.

Foto: Neiro Palmar

Una zona de desastre con techos colapsados, paredes agrietadas, y calles cubiertas de escombros. Todo quedó impregnado de un recuerdo amargo, como si la explosión no hubiera terminado.

En el barrio “Unidad, Lucha y Batalla”, un nombre que hoy pesa más que nunca, y que fue fundado hace 13 años, viven personas humildes, obreros, madres solteras, adultos mayores, niños, trabajadores. Zulianos que, aunque no perdieron familiares, vieron desaparecer en segundos lo que con tanto sacrificio construyeron durante años: su casa, su esfuerzo, su futuro.

Carmelita Arrieta, de 61 años, y su esposo José Tomás Hernández, no se movieron de su terreno. La explosión les arrebató toda su vivienda, pero no su fe ni su gentileza. “Nos salvamos por segundos. Fue un milagro de Dios”, dijo Carmelita, mientras su voz se quebraba entre gratitud y tristeza. A su alrededor, solo polvo, cables colgando y pedazos de su vida esparcidos por el suelo.

Mientras las autoridades se movilizan para ayudar y solventar este problema, en la zona de la explosión los afectados esperan por respuestas. No basta con sobrevivir; ahora hay que volver a empezar. Cada lámina de zinc, cada bolsa de comida, pero sobre todo tratar de resolver un nuevo techo, se vuelve crucial.

La tragedia del galpón de “Gallo Verde” no solo dejó destrucción: dejó una herida abierta en una comunidad que hoy llora en silencio, pero que se mantiene de pie. Entre plegarias, promesas de ayuda y la esperanza terca de quien no tiene otra opción más que resistir. ¡Dios nunca abandona!

Foto: Neiro Palmar