239 casos de femicidios se registraron en Venezuela en 2021, según la organización venezolana Utopix
por Raúl Márquez/LaNación
Dos historias de violencia de género que reflejan una parte de las consecuencias psicológicas que devienen de tan terrible situación. Dos mujeres que estuvieron a punto de perder la vida, pero que ahora, con el apoyo de especialistas y su apego a la vida, luchan por seguir adelante
Invadida por el terror y abrazada a sus hijitos, le rogaba a gritos que no les hiciera daño, que los dejara en paz. Entre tanto, él seguía golpeando, con todas sus fuerzas, la puerta de metal que los separaba.
Estaba desquiciado, fuera de sí, como un animal salvaje. La escena volvía a repetirse, pero esta vez, el ataque de que era objeto aquella dama de 33 años adquiría visos de tragedia. Ella sentía que su integridad física y la de sus niños corría peligro.
Era como una ola que iba in crescendo, con cada discusión, con cada golpiza, la violencia subía de tono. Entonces, en medio de sus insultos y amenazas, entendió que era el momento de ponerle punto final a aquel calvario en que se había convertido esa relación.
La historia se había iniciado unos diez años atrás. Como suele ocurrir, a las primeras de cambio, el idilio los envolvió y compartieron buenos momentos. Producto de ello, llegaron los niños. Sin embargo, al cabo de tres años de vida en común, Lucía (nombre ficticio) notó que, de un instante a otro, las cosas podían cambiar.
—Comenzó a prohibirme muchas cosas. “Que no quiero que te pintes”, “Que tú no le vas a lucir a nadie”, fueron sus primeros reclamos. Además, comenzó a tratarme con desprecio y a compararme con otras personas, algo que me hacía sentir muy mal. Pero yo seguí y seguí; y, lo peor, me llené de muchachos—.
A pesar de todo, Lucía luchaba por mantener su hogar. De vez en cuando, le hablaba con buenas palabras y en tono conciliador, exhortándolo a que cambiara, que dejara de humillarla, que todo tenía un límite y que, de continuar con esa actitud, ella sacaría fuerzas para dejarlo. No obstante, él hacía caso omiso a la muchacha.
En tal sentido, le prohibió que compartiera con sus amistades. Incluso llegó a dañarle la ropa que, según él, ella utilizaba para coquetearles a los demás. Asimismo, le destruyó algunos cosméticos, como pintalabios, aduciendo que no los necesitaba, pues su lugar era estar en la casa.
Y entonces llegaron los golpes. Violencia física que se incrementaba cuando bebía. Lucía recuerda que, luego de esos maltratos, él le pedía perdón, le pedía nuevas oportunidades. Todo se convirtió en un círculo vicioso.
En cuanto a los niños, comenta que, aunque no los golpeaba, sí los trataba muy mal. Vociferaba que ellos eran cómplices de sus supuestas infidelidades. Esto era algo que hacía sufrir mucho a los infantes, subraya la dama de ojos claros, mientras conversamos bajo el ardiente sol de “La puerta del llano”.
La mejor decisión
En el mes de junio de 2021, ella, finalmente, tomó la mejor decisión. Miró lo que había sido su vida junto a él. El hecho de que por estar a su lado, dejó de estudiar, dedicada solo a los oficios de la casa, abandonando sus anhelos profesionales. Entonces se llenó de valor y le dijo que se separaran. Así fue. Sin embargo, unos meses después, el calvario retornaría con mayor crudeza.
—En enero de este año ya no teníamos nada, él se fue a trabajar fuera del país y luego volvió, quizá pensando que ya se me había pasado la rabia. Pienso que actuaba así por culpa mía. Y es que uno es, a menudo, culpable de lo que le pasa, pues de tonta siempre les está dando oportunidades, cayendo en las promesas y ruegos de los hombres—.
Lucía relata que un día regresó del extranjero. Ella pensaba que había cambiado, pero no. Si bien ya habían terminado, el hombre lo primero que hizo fue acusarla de infiel. En este orden de ideas, le indicaba que su acusación se basaba en lo que le había develado un supuesto espiritista.
—Ese día llegó con los insultos. Pidiéndome que le diera mi celular para revisar los mensajes que yo estaba intercambiando con alguien, con un amante. Ante esto, le dije que no, que, primero, eso no era así. Y que, por otra parte, ya nosotros no teníamos nada—.
Era de noche y no había energía eléctrica. En medio de la oscuridad, la discusión desembocó en un nuevo ataque por parte de ese hombre, de quien una vez estuvo enamorada. «Fue horrible. Los niños gritaban, mientras él descargaba su furia en mí».
Al día siguiente, la muchacha se atrevió a denunciarlo ante las autoridades. De la sede de Politáchira El Piñal, su caso fue remitido a la Prefectura de la capital fernandense. Al cabo de las entrevistas respectivas, Lucía volvió a casa con una cita.
—Cuando le entregué la cita, su reacción fue aún más violenta que el día anterior. Se me abalanzó, me golpeó durísimo, me pateó. Yo también, en medio de todo, me defendí como pude. Los niños gritaban. El más pequeño, el de seis años, se desmayó. Luego salimos corriendo de casa. A mis hijos los dejé en donde una vecina y me dirigí otra vez a la policía. Nuevamente me entrevistaron. Luego, dos funcionarios se fueron conmigo para la casa. Junto con mi hijo mayor entramos, con el fin de buscar unas cosas y ropas, cuando él se me abalanza con un cuchillo. Intentó herirme, pero, gracias a Dios, no pudo. Entonces, los efectivos intervinieron. Me salvé de milagro —.
Actualmente, Lucía recibe el asesoramiento legal y las orientaciones necesarias por parte de psicólogos de un programa dedicado a este tipo de casos de violencia de género. Espera, con su relato, alertar a las mujeres para que denuncien a tiempo y eviten formar parte de las estadísticas.
Según la organización venezolana Utopix, en el 2021 se registraron a nivel nacional 239 femicidios. «Valórense, quiéranse. Denuncien a tiempo, antes de que sea tarde. Háganlo por sus hijos, pues esas inocentes criaturas no merecen vivir en esa zozobra».
«Me violó aprovechando que estaba medicada»
En abril del año pasado, Julieta, nombre ficticio a petición de la víctima, vivió la peor pesadilla que toda mujer puede tener: fue vilmente violada por su expareja, mientras se encontraba bajo los efectos de una serie de medicinas que le habían prescrito contra la depresión.
—Esa mañana desperté aún con algo de los efectos de los medicamentos que mi psiquiatra me había recetado. Y entonces me enfrenté a la peor sensación que he tenido en mi vida: descubrir que había sido abusada. Que esa persona, que en un momento pensé que acompañaría el periplo final de mi vida, se había comportado como el peor hombre. Un monstruo que profanó mi intimidad—.
Ambos habían vivido historias anteriores. Habían compartido con otras personas. Estuvieron solos un tiempo, hasta que el destino los reencontró, pues se conocían desde la infancia.
Como toda historia de pareja, los primeros meses fueron de maravilla. Sin embargo, pasado el primer año, ella ya comenzaba a detectar un trasfondo oscuro en su comportamiento. Era obvio que tenía problemas de alcoholismo.
En efecto, más temprano de lo esperado, el idilio se convirtió en frustración. De este modo, pasaron cinco años, hasta aquella aciaga mañana de abril, cuando los peores vaticinios sobre los alcances de la conducta de él se materializaron.
Meses después, Julieta, de conversación educada y vivaz, hace un balance de esta última etapa de su existencia y no duda en exhortar a quienes viven bajo el yugo de la violencia de género, sea psicológica, verbal o física, a salir cuanto antes de ese submundo.
—Uno los perdona, les da nuevas oportunidades, pero al final ellos nunca cambian; creo que, contrariamente, se saben dueños de nuestras voluntades. En mi caso, por querer ayudarlo a salir adelante, a combatir ese plagio del alcoholismo, resulté afectada, humillada, golpeada. Y lo peor es que siempre mantuve en silencio sus maltratos y amenazas—.
Recuerda, en este orden de ideas, que en una ocasión, bajo los efectos del alcohol, la amenazó desde la calle con una machetilla de 20 pulgadas. «Con esta te voy a matar», gritaba, acusándola de infiel, cuenta Julieta, con seriedad.
Un día, en que él le rogó que lo perdonara, ella accedió, con la condición de que asistiera a un grupo de Alcohólicos Anónimos o a un especialista. Efectivamente, asistió a la consulta de un psiquiatra, donde, preliminarmente, lo diagnosticaron con trastorno mental, con tendencia a la psicopatía.
Por otra parte, contactó a unas religiosas que le proporcionaron un tratamiento, que él medio cumplió a regañadientes.
«A pesar de todo, yo trataba de ver sus cualidades. Por ejemplo, que cuando no bebía y se lo proponía, era un hombre trabajador y conocedor de las labores del campo. La desgracia fue que nunca aprovechó esas oportunidades».
Julieta, en los actuales momentos, forma parte del grupo de «sobrevivientes», que bajo el amparo de instituciones como el Instituto Tachirense de la Mujer –Intamujer-, y la ONG internacional Hias, así como las prefecturas de cada municipio de la entidad andina, entre otros, reciben las terapias psicológicas de rigor, así como las orientaciones judiciales de cada caso.
Síguenos en nuestro Telegram, Twitter, Facebook, Instagram y recibe de inmediato los hechos noticiosos al día y a la hora