Crónica Negra | El que le pega a su familia…

homicidio

«El Lolo nunca entendió que un adicto no puede ponerse a vender y comenzó a consumirse la droga…”

Wilmer Poleo/Últimas Noticias

El Lolo había recibido un kilo de droga a consignación, con la esperanza de ganarse una buena cantidad de dinero al vender el estupefaciente al detal, tal y como habían hecho varios de sus amigos del barrio. El problema es que sus amigos se tomaban el negocio en serio y no eran capaces de consumir ni un solo gramo de la droga que les vendían fiada.

El Lolo pensó que haría como ellos y se llevó la mercancía. La tía Felipa me dijo que él sabía de sobras que jugaba con candela pues los narcos no entienden razones, que si se me perdió, que si la policía me la quito, que si esto, que si lo otro. Tal día debes llevarle la plata y y en eso no hay discusión. Forma parte del código.

Pero el Lolo, quien nunca entendió que un adicto no puede ponerse a vender, comenzó a consumirse la droga junto con una novia nueva que tenía y luego no alcanzó a reunir ni siquiera la cuarta parte de lo que debía pagarles a los narcos. Mil cosas pasaron por su cabeza, que si mudarse para otro barrio, que si irse de Caracas, que si meterles un cuento chino. Finalmente desecho todas las ideas locas que se le vinieron a la mente, porque sabía que si huía, los narcos matarían a varios miembros de su familia y además lo seguirían buscando hasta el fin del mundo.

Se armó de valor y acudió a la cita con la persona que le había dado la droga a consignación. Le dijo que la policía le había quitado gran parte de la droga y que además tuvo que pagarles vacuna, pero que le dieran una semana de plazo porque él les iba a conseguir su dinero. El narco lo amenazó de inmediato y le dijo que le iba a dar una semana, pero que ahora tendría que darles un recargo y que si no cumplía lo iban a picar en pedacitos vivo.

El Lolo llegó a su casa temblando de miedo. En una ocasión presenció como torturaban a un jovencito que les había robado una droga a los narcos. Lo amarraron de pies y manos y comenzaron a echarle plástico derretido encima, luego le dispararon en las piernas y los pies y finalmente comenzaron a desmembrarlo, pero sin haberlo matado todavía.

El muchacho murió cuando iban por la mitad, pero igual continuaron picándolo.

El Lolo sudaba copiosamente y temblaba al caminar. Necesitaba droga urgente, su cuerpo lo pedía, pero más necesitaba aquel dinero ajeno que se había consumido en menos de quince días. Buscó su pistola y salió a la avenida, intentó robar una Toyota Fortuner que estaba estacionada frente a una casa con las puertas abiertas y sin pensarlo dos veces sacó su arma y se abalanzó contra la mujer que estaba en el puesto del copiloto y la sacó del vehículo y le ordenó al hombre que arrancará, pero el hombre se tiró de la camioneta y el Lolo no hallaba que hacer, cuando tomó el control del volante comenzaron a sonar los primeros disparos. El dueño resultó ser un petejota y lo perseguía disparándole. Llegó al final de la calle y dobló a la izquierda, pero era una calle ciega. Se bajó y corrió por unas escaleras y se internó en un barrio cercano y fue así como logró escapar.

El plagio. A Roberto Ramos se lo llevaron el 7 de junio cuando ya iban a ser las seis de la mañana. A esa hora solía salir todos los días para dirigirse a atender su negocio, la disco tienda Roylu, de Los Teques.

Ya se encontraba en la puerta cuando lo sorprendieron aquellos hombres armados, uno de los cuales se tapaba el rostro con una capucha.

Roberto era muy querido en la ciudad de Los Teques, era un hombre muy trabajador y quienes lo conocieron aseguran que siempre fue un hombre recto, de profundos principios morales, un gran amigo y muy buen padre.

Luego de recorrer largo trecho en una camioneta finalmente lo bajaron y lo hicieron caminar por un terreno enmontado y en el camino le iban dando golpes para que se apurara. Todos gritaban, daban órdenes y le pegaban, menos el hombre que tenía puesta la capucha quien se limitaba a caminar. Uno de los secuestradores tenía una pierna más pequeña que la otra y caminaba como si estuviera danzando y dando brinquitos al mismo tiempo. Tras una larga caminata llegaron a un paraje bastante alejado de la carretera, en el que fue amarrado a una mata de mago.

Era obvio que el lugar era utilizado para ese tipo de cosas porque había basura de envases de alimentos y bolsas plásticas por doquier.

Roberto pensó que solo lo tendrían un rato allí y que luego lo llevarían para alguna vivienda, pues era lógico suponer que de noche hacia un frío inclemente en aquel paraje. Pero llegó la noche y solo le trajeron un poco de café caliente y una sabana, con la cual medio lo arroparon.

Ya tenía una semana en poder de aquellos hombres y solo había logrado entablar comunicación con el que tenía una pierna más larga que la otra que era quien se quedaba cuidándolo por las noches. Fue este quien le dijo que él mismo día que lo trajeron a él habían liberado a un agricultor de San Pedro porque la familia se había portado bien y había pagado el rescate y también le dijo que el jefe de ellos era el hombre que llevaba puesta la capucha.

Una noche, el comerciante se despertó sobresaltado porque había escuchado una voz conocida. Aguzó el oído y no tenía la menor duda de que había escuchado aquella voz en algún lado. Luego se percató de que quienes discutían era el hombre de la capucha con el flaco del problema en la pierna y otro integrante de la banda al que la ropa le quedaba exageradamente ajustada. La voz conocida provenía del hombre de la capucha.

El comerciante tosió de manera involuntaria y los tres hombres voltearon al unísono y lo miraron con rencor.

“Coño de la madre, creo que me reconoció. Ahora vamos a tener que matarlo”, dijo el que usaba la capucha.

“¿Cómo que matarlo, no y que necesitas urgentemente la plata?”, intervino el joven del problema en la pierna.

“Lo matamos pa’l coño y seguimos negociando”, respondió el de la capucha.

Habían transcurrido cuatro meses desde que se llevaron al comerciante cuando los funcionarios del Cicpc lograron esclarecer el caso y detuvieron a diez delincuentes, que formaban parte de la banda criminal. Muchos de estos delincuentes habían participado el día que se lo llevaron, pero ni siquiera sabían a qué sitio exactamente lo habían trasladado y mucho menos qué había pasado con él, pero sí sabían que el autor del plagio había sido Anderson Ramos Vega, conocido como el Lolo, quien resultó ser sobrino del infortunado. La policía logró agarrar a la mama del delincuente y a un hermano, pero no fue sino cuatro meses después cuando la Guardia Nacional Bolivariana lo detuvo cuando asaltaba un autobús en Las Adjuntas, armado con una escopeta.

El Cicpc logró interrogarlo y lograron determinar que el cadáver de la víctima había sido enterrado en esa zona boscosa del sector Las Cadenas, la cual comunica con Ramo Verde y con el parque nacional Macarao. Todos los integrantes del grupo están detenidos.