La autosatisfacción es uno de los caminos en la búsqueda del placer, fundamental para gozar con uno mismo y con el otro
Por Dr. Walter Ghedin/INFOBAE
En general, se habla mucho más de la masturbación masculina que de la femenina, menos aún de los orgasmos que las mujeres experimentan cuando se masturban.
Si bien la mayoría de los varones terminan eyaculando como experiencia culminante y placentera, no todas las mujeres lo hacen. Los estudios revelan que un 14% de las mujeres que se masturban no llegan al orgasmo, porcentaje que se acerca al 16% que no lo obtienen durante el coito.
Si bien en uno y en otro caso hay causas confluyentes, la experiencia del contacto con el propio cuerpo tiene sus particularidades: tabúes, miedo a “dejarse ir”, falta de reconocimiento del cuerpo erógeno, o no estar convencida de hacerlo.
Es posible que estos factores dificulten la conexión con el deseo, las fantasías sexuales y las sensaciones que provienen del cuerpo cuando es tocado.
Sin embargo, en el relato de muchas de estas mujeres que se masturban y no llegan al orgasmo, refieren que se sintieron igual de satisfechas por el contacto y las sensaciones eróticas que despierta. Para ellas tocar y sentir es una experiencia de por sí satisfactoria. Las mujeres tienen menos afinidad por algunos estímulos externos como puede ser la pornografía, sin embargo, se animan cada vez más al uso de vibradores y juguetes sexuales, lo cual ayuda para concentrar la atención e incrementar el placer.
La masturbación es una experiencia necesaria y saludable que ayuda al autoconocimiento y la estima personal a medida que se van venciendo inhibiciones y creencias represivas.
Si bien los tiempos han cambiado, existen todavía muchas mujeres que lo censuran por cuestiones culturales o religiosas, otras que sienten pudor, otras que no se animan a masturbarse frente a su pareja o pedir ser masturbada.
Si bien las fantasías son necesarias para estimular el deseo, existen otras opciones que ayudan: lectura erótica, películas eróticas o pornos, juguetes sexuales (dildos), vibradores, etc. En realidad, el uso de estímulos externos potencia el componente imaginario (fantasías).
Las mujeres tienen más variedad de fantasías que los hombres, cuando dejan volar la imaginación se animan a mucho más: sexo grupal, con mujeres, con amantes, con ex, con su actual pareja, con gente que vio y le resultó atractiva, etc.
Las más jóvenes fantasean con ídolos, influencers, personajes de moda, etc., como ha sido desde que empezó la cultura de la imagen; quizá nuestras abuelas lo hacían con las voces de los galanes de la radio que ellas después completaban con la imaginación. Las épocas cambian y traen nuevos estímulos para alimentar los “ratones”.
Respecto a cuestiones emocionales, la relajación y una mejor conexión con el cuerpo favorece llegar al orgasmo, por el contrario, la inhibición, la poca relación con el cuerpo físico y la imagen negativa pueden atentar contra el placer.
El misterio del clítoris
Durante siglos la construcción de la feminidad estuvo asociada solo a la procreación y sus representantes: ovario, útero, vagina. A partir de ella se definieron los atributos rígidos del género cuyo eje central ha sido la reproducción de la especie en desmedro del placer y de la autonomía femenina.
Sin embargo, el gran marginado ha sido el clítoris; desplazado por el reinado útero/vaginal y bajo el amparo de la gran madre naturaleza y toda la pléyade de invocaciones religiosas y teorías psicológicas que le han otorgado a la procreación un valor superlativo.
El pequeño órgano habría seguido en el olvido y la marginalidad si no fuera por las lesbianas y las feministas que reivindicaron su accionar dentro del marco del placer no reproductivo.
La ciencia sexológica les dio la razón (investigaciones de los sexólogos Máster y Johnson) al afirmar que la vagina por sí misma no puede disparar el orgasmo y que el pequeño órgano es el que está preparado por la biología y la fisiología para semejante función.
Y aunque algunas (y algunos) aún siguen esperando la “madurez” del orgasmo vaginal (que no existe) tendrán que aceptar que la naturaleza le dio a la mujer un órgano específico para el placer: el clítoris.
El clítoris es altamente sensible al roce, por lo tanto, toda mujer seguramente ha sabido congraciarse con sus favores.
La masturbación femenina siempre ha sido un gran tabú, pero en la intimidad esos tabúes pueden romperse o transgredirse. La represión sobre esta práctica ha sido tan poderosa que muchas a pesar del intenso placer del roce, han sucumbido a la idea del pecado, de lo abyecto, de lo sucio, de la inmadurez o del status de mujer.
La mujer entonces posee un órgano específicamente dedicado al placer como es el clítoris (en el hombre el pene comparte la doble función de orinar y eyacular). El clítoris no es entonces un pene atrofiado (aunque proviene de estructuras embriológicas comunes que después se diferencian), es una estructura primaria (no es un resto anatómico derivado del pene), con una función específica inscripta en un orden evolutivo, cuya representación subjetiva sufre la influencia de factores culturales.
La procreación como condición incuestionable del género femenino durante siglos impidió la aparición y manifestación del placer. El temor arcaico por el placer femenino fue siempre una obsesión para los hombres y las instituciones ligadas al poder. Ese miedo basado en que la mujer se revele y adquiera poder estuvo presente durante siglos y aún hoy se mantiene.
Pero no culpemos solo a los hombres de ser tan persistentes en sus defensas del poder, también existen muchas mujeres que sostienen que la desigualdad entre los géneros debe persistir porque es la base de la familia y son reglas determinadas por la naturaleza.
La resistencia al cambio está presente tanto en hombres como en mujeres que no cejan en decir y manifestar su desacuerdo con la flexibilidad de los géneros haciendo extensiva su oposición a todo aquello que se llame diversidad sexual o salga de las normas impuestas. El poder del clítoris significa la primacía del placer, una amenaza que debe ser combatida por la represión y el control.
El autoerotismo una fuente de conocimiento del cuerpo como experiencia; integración necesaria para estar con uno mismo y con el otro. La atención autoerótica en el adulto reproduce el desarrollo de la sexualidad desde el comienzo de la vida: descubro y reconozco mis placeres para luego abrirme al otro. En esta interacción dinámica entre uno mismo y el otro se basa todo vínculo sexual. El refinamiento de la conexión incluye dar y recibir un conjunto de prácticas que nos complace y complace al otro. Recuperar el cuerpo erógeno femenino es retomar la senda del desarrollo y la maduración que nunca debió cortarse ni desviarse, tan solo debía seguir su curso hasta la configuración adulta del mundo propio.
* Walter Ghedin, (MN 74.794), es médico psiquiatra y sexólogo