Terminar el 2022 observando el poco decoroso espectáculo que protagonizó una parte de la oposición venezolana nos llama obligatoriamente a la reflexión acerca del ejercicio de la política que se practica en el país, sus actores y de cómo éstos, a pesar de cometer error tras error y sufrir derrota tras derrota son reconocidos, aún, por diversos sectores de la comunidad internacional como la única y legítima oposición venezolana.
De entrada hay que preguntarse por la cualidad de esa parte de la oposición, sin dejar de lado por supuesto, el examen crítico al archipiélago de organizaciones que están a favor de un cambio de gobierno. Al respecto N. Bobbio (2006) nos dice que “…La calidad de la oposición implica en una primera instancia la efectividad de la oposición como expresión de alternativa potencial y real al ejercicio del gobierno, y en un segundo nivel que la oposición sea consistente de su papel y significado en el sistema democrático”.
Para ser una “expresión de alternativa potencial y real al ejercicio del gobierno” tal cuál menciona el autor, es necesario plantearse la toma del poder como objetivo primario. A mi parecer, el principio fundamental de la política debe ser la conquista de espacios de poder para hacer mejor la vida de los ciudadanos del país. Pero para hacerse del poder, en principio, hay que verse tomándolo, proyectarse haciéndolo suyo, concebirse en dicho asalto y acariciar a diario esa posibilidad (dentro de los cánones democráticos y constitucionales claro está). Esa proyección implica diseñar la ruta, las formas y luego construirlas, es convertirnos en una especie de arquitectos e ingenieros de la política. En este sentido Byung-Chul Han nos indica que: La arquitectura es «un tipo de elocuencia del poder que se expresa con formas». El poder crea formas, se manifiesta en formas. Es decir, el poder es cualquier cosa menos inhibidor o represor. Cuando el arquitecto configura el espacio, está engendrando una continuidad formal en la que él se recobra a sí mismo. Proyectando el espacio, se proyecta a sí mismo. Por así decirlo, el poder hace que él, que su sí mismo, se vuelva espacial y crezca espacialmente. El poder realiza en el mundo la extensión del cuerpo creador. (2016)
Al parecer, hay sectores que adversan a Maduro que aún no se ven en el poder, son los eternos perdedores, los históricos segunderos y su disputa es por el segundo lugar. No “son consistentes de su papel y significado en el sistema democrático” como dice Bobbio. Su incapacidad de verse y hacerse del poder, como un gobierno legítimamente electo, ha perjudicado a millones de venezolanos. Todo ello tiene su génesis en cómo perciben la política, cómo se formaron políticamente y cómo los vicios de la vieja política los ha arropado hasta el punto de no poder escapar de ella.
Históricamente, la gestión de la mayoría de los gobernantes que hemos tenido se ha centrado en las consecuencias y no en las causas. En palabras de C. Matus (2007), “El gobernante tradicional no trabaja con problemas, trabaja con soluciones… Confunde malestares con problemas…” Esa es la vieja política de la que hablo, no transforman, no
innovan, no salen de ese círculo vicioso, no se forman, no trascienden; trabajan con soluciones y no con causas. Son los reyes de los paños de agua tibia.
El gobierno nacional y algunos sectores de oposición han demostrado como se proyectan y como se ven a sí mismos en el ejercicio del poder. Serán para siempre arquitectos e ingenieros de segunda, con las mañas políticas de siempre, con el ejercicio de una política inerte, conservadora, del maquillaje. No son ni serán artífices de la construcción, ni constructores de un nuevo país.
Ésta situación me retrotrae a una conversación que sostuve con un amigo, al cual le increpaba la finalidad de la Misión Barrio Nuevo, Barrio Tricolor. Yo le insistía que ornamentar los sectores populares no era solución a los problemas de vivienda de la gente, por su parte, él reiteraba que era un avance y que las personas se sentían bien al ver su ranchito pintadito y alumbrado.
Ese episodio quedó marcado en mi mente y hoy lo recuerdo con mayor ahínco, luego de la cantidad de deslaves e inundaciones que se presentaron en todo el territorio nacional en 2022. No es posible que se justifique desde posiciones de comodidad, las acciones o programas errados de un gobierno (real o imaginario), en una suerte de solidaridad ideológica automática. ¿Qué sentido tiene gastar millones de dólares en pintar estructuras decadentes, con alto grado de peligrosidad para sus habitantes? Sí, ya sé, el sentido populista de proyectar una gestión y un trabajo ficticio en beneficio de la población. Eso es cómo perfumar el cuerpo de una persona que tiene diez días sin bañarse. En definitiva es maquillar la pobreza.
Por todo ello, es imperante diferenciarse de quienes hoy gobiernan y de quienes son reconocidos internacionalmente como la única fuerza que adversa al gobierno nacional. Es un deber cívico y moral hacer las cosas de maneras distintas, producir fuerzas, encausarlas, generar una visión de país diferente para producir realidades disímiles, pensar en el poder y lo que se puede hacer desde el poder. Ese poder que está, como dice Han, «destinado a producir fuerzas, a hacerlas crecer y ordenarlas más que a obstaculizarlas, doblegarlas o destruirlas».