He leído a varios articulistas identificados con el chavismo, entre ellos a José Vicente Rangel y Eleazar Díaz Rangel, alertar sobre un presunto plan de la oposición para generar violencia durante y después de las elecciones parlamentarias del venidero seis de diciembre.
Rangel dice poseer informaciones de inteligencia según las cuales en la oposición existe una estrategia destinada a generar violencia en dos supuestos escenarios. El primero de ellos, si se produce un resultado victorioso para el chavismo. El segundo, si aún ganando, no se le quiere reconocer a los factores agrupados en la Mesa de la Unidad Democrática una victoria que les garantice mayoría calificada en el seno del parlamento venezolano.
Por su parte, el profesor Eleazar, actual director del diario Últimas Noticias, manifiesta su preocupación en cuanto a lo que pueda hacer el gobierno de Estados Unidos, en caso de que la oposición decida desconocer «con fuerza» los resultados de las elecciones. Enfoques similares se leen con frecuencia en páginas como la hoy variopinta Aporrea.org, espacio en el cual aparecen críticas y defensas al gobierno de Nicolás Maduro.
Uno espera que antes de las elecciones el doctor Rangel y todo aquel que diga poseer informaciones al respecto presente pruebas , datos o indicios concretos que despejen las dudas sobre esos presuntos planes violentos. No es poca cosa lo que nos jugamos los venezolanos si esto se va por el despeñadero de la violencia. Como siempre, los pendejos pondrían los muertos, venga de donde venga la iniciativa de armar un vainero.
Una situación de tamaña gravedad no puede quedarse en “informes de inteligencia que indican tal o cual cosa”. Más allá de lo que uno pueda creer con respecto a factores de cualquier signo que ven ganancioso un episodio de violencia controlada o incontrolada, lo sano, lo justo, lo responsable con Venezuela y su gente, es «desembuchar» lo que se sepa al respecto, sobre todo si se tienen pruebas que vayan más allá de lo especulativo o de lo que se pueda estar proyectando en cualquiera de las salas situacionales del país. De lo contrario, esto no pasaría de ser percibido como una estratagema electoral, aún en el caso de que resultara cierto.
Los venezolanos tenemos derecho a saber cuánto hay de verdad en esto, y a tiempo. Quiénes, con nombres y apellidos, y pruebas con real contundencia, andarían en la política de convertir el venidero diciembre en un candelero que sustituya a la vía electoral como mecanismo para dirimir quien es mayoría y quien es minoría. Si esos datos no existen, ¿para qué hacerse eco de algo que carece de bases de sustentación?
Lo lógico, lo correcto, lo mandatorio, es que los factores que concurren al proceso electoral actúen en la dirección de evitar escenarios violentos. ¿Existen pruebas de que toda la coalición opositora, o alguno de sus componentes, anda en esa tónica? Pues que se presenten de una buena vez, incluso ante los propios directivos de los partidos que integran el bloque antigubernamental. O ante el Papa, si se trata de una verdad del tamaño de un templo.
La apuesta tiene que ser a que Venezuela pase la alcabala del seis de diciembre con cifras de votos, no de muertos, heridos o incluso de propiedades públicas y privadas destruidas por la locura. Cualquier resultado electoral no puede pasar de ser eso, una expresión de la voluntad de los ciudadanos, y con ella tienen que convivir el gobierno y la oposición, les sea favorable o no. Quiero visualizar un siete de diciembre en calma, con los actores políticos asumiendo el resultado y comprometiéndose a trabajar juntos por sacar al país de la cuneta. La violencia, venga de donde venga, es un invitado indeseable en la fiesta democrática que tendremos el próximo seis de diciembre. Que nadie le abra la puerta.