Preocupación, angustia, temores, expectativas negativas, incertidumbre, y otros estados de ánimo y sensaciones para nada emparentadas con el optimismo son los que se hacen presentes en grandes capas de la población, más allá de la ubicación ideológica, política y social de cada quien.
Estamos en un momento crítico de nuestra historia como país. No me atrevo a llegar al extremo de hablar de crisis humanitaria, como algunos gustan de bautizar la actual situación. Pero vemos que frente a lo que ocurre en nuestro día a día como nación existe una ausencia de políticas acertadas, una hoja de ruta que nos dé a los venezolanos la certeza de que si bien estamos atravesando un túnel de dificultades hay una luz al final y un baquiano capaz de guiarnos.
Pudiéramos enfrascarnos en este momento en buscar culpables del severo problema que tenemos en materia de distribución de alimentos y de otros productos como medicinas o repuestos. Y en apuntar dedos acusadores por el grave deterioro del poder adquisitivo del Bolívar, y por ende de los venezolanos. La inflación nos está empobreciendo. Es el impuesto más cruel porque sobre todo se lleva por el medio a los que menos tienen.
Poco ganaríamos en concentrarnos en la búsqueda de los culpables, más allá de hacer catarsis. Que si la culpa es de los bachaqueros o es del gobierno. Que si es una guerra económica o una manifestación de incompetencia de quienes detentan el poder. Eso por supuesto es importante dirimirlo. Pero por sí sólo no nos sacará del brollo en el cual estamos metidos.
Hace bastante tiempo que no cruzo unas palabras con el presidente Nicolás Maduro, y si tuviera la oportunidad le repetiría buena parte de lo que hoy escribo, más algunos agregados. Le diría, por ejemplo, que se detenga a pensar en su responsabilidad histórica, en lo peligroso que puede ser para la estabilidad política y social del país seguir postergando la toma de decisiones, que deberían nacer de la consulta más amplia y a la vez más rápida posible.
La población, sin importar cómo piense o cómo vote, necesita ser escuchada. Y sobre todo necesita tener confianza en que sus gobernantes y su liderazgo social, económico y político están haciendo todo lo posible, y en conjunto, para darle soluciones a sus problemas más apremiantes. La dignidad de un pueblo no se puede seguir diluyendo en colas y más colas. Este no es un toro que pueda ser lidiado con cálculos electorales o retórica. Quien lleva el volante de una nación debe saber girar para evitar los barrancos, y , como conductor que se precie de serlo, detenerse a preguntar cuando se siente No sé que piensa el conductor. Pero este humilde pasajero siente que vamos por la ruta equivocada y el motor recalentado. Hay que detenerse a evaluar el camino, a rectificar rumbos, e incluso dar la vuelta en u si es necesario. Ninguna rectificación es tardía, sobre todo cuando es inevitable rectificar.
Ese no parece ser el espíritu predominante en las altas esferas del poder. No sé bajo cuales premisas están leyendo la coyuntura, pero en la calle se respira inconformidad, desesperanza, pesimismo frente al presente y frente al futuro. Y esto no tiene que ver con ubicación política, vuelvo a recalcarlo. Y tampoco tiene que ver con el resultado de las parlamentarias. En cualquier escenario la rectificación es un paso imprescindible para que salgamos de este pantano económico. ¿Para qué demorarla más?
Diálogo amplio y concreto, rectificación, autocrítica, unidad nacional para enfrentar y vencer la crisis, llamado sin exclusiones a todo el sector privado y a la diversidad sindical. Hablarle con la verdad al país sobre la magnitud de la crisis y los escenarios planteados. Y, por supuesto, apretarse los pantalones y tomar las medidas que la situación reclama. No queda de otra, si queremos evitar convulsiones que pueden resultar fatales.