EL 26 DE SEPTIEMBRE DE 2001 escribí esa crónica para El Universal donde daba cuenta del periplo que nos tocó emprender desde Hong Kong a Caracas, a mi familia y a mí, tras haber presenciado en esa ciudad china el ataque al World Trade Center, desde el 11/9 mejor conocido como “Las Torres Gemelas”.
DE HONG KONG A CARACAS
Esta es la historia de una odisea signada por el miedo, la angustia, agotadores chequeos e incertidumbre, que comienza en Hong Kong, pasa por Nueva York, y culmina en Maiquetía una semana después
Nelson Bocaranda Sardi
Especial para El Univeral
En la narración que a continuación detallo doy cuenta del periplo que con mi familia comenzó en China a partir del día de los atentados en Nueva York y Washington. Tuvimos que esperar cuatro días antes de que se nos confirmase la apertura de los vuelos hacia EEUU. El domingo 16 nuestro día comenzó a las siete de la mañana en el aeropuerto de Hong Kong (7 de la noche del sábado 15 en New York) tratando de abordar un avión de Cathay Pacific que nos sacara hasta Tokio para de allí abordar el avión de American Airlines que nos llevaría a Nueva York vía Chicago ese mismo mediodía.
La primera sorpresa fue al llegar tres horas antes del vuelo al más moderno y ocupado aeropuerto asiático. Las medidas de seguridad obligaban a chequear el equipaje con ese tiempo de antelación en medio de un operativo policial bien disimulado para no aumentar el miedo.
Faltando 10 minutos para que el vuelo despegara nos autorizaron a embarcarnos no sin antes firmar un documento donde nos responsabilizábamos por el pago de cualquier multa a la aerolínea o a pagar los pasajes si éramos deportados de regreso. Al llegar al aeropuerto de Narita nos ordenaron pasar al área de tránsito no sin antes hacernos una revisión exhaustiva del equipaje de mano. Allí los rayos X detectaron en el bolso de mi esposa una pequeña navajita Victorinox que causó movimientos y mucha conversación entre los agentes de seguridad. Con respeto nos la enseñaron, nos dijeron que era imposible llevarla dentro del aeropuerto y mucho menos en el avión a tomar, y nos preguntaron si queríamos que nos la entregaran en nuestro destino final después de firmado un abundante papeleo. ¡Nada de eso, quédense con ella!
Así pasamos todo el domingo en el Admiral’s Club del aeropuerto pues todos los aviones estadounidenses de American, United, Northwest y Continental tenían varias horas de atraso y al llegar a Japón se les haría una requisa minuciosa para comprobar que nadie dejara en las bolsas de los asientos o en los baños ningún arma parecida a las utilizadas por los terroristas.
Todos los pasajeros de las distintas líneas, incluidas las asiáticas y europeas, nos intercambiábamos las historias personales de las esperas, periplos e inconvenientes que habíamos pasado. Al final, con medias sonrisas nada naturales, todos nos deseábamos buen viaje.
En ruta de salida
Nuestro vuelo despegó a las 10:30 de la noche. Un extraordinario Boeing 777 con capacidad para más de 300 pasajeros llevaba sólo 29. Para atenderlos mejor dispusieron que los 5 que viajaban en clase económica pasaran a la sección de “business”. En primera clase sólo 3 pasajeros. De los 29, 11 provenían de un vuelo cancelado de Japan Airlines que comparte los mismos códigos con American y cuyos vuelos a Estados Unidos habían sido cancelados al no tener suficientes pasajeros.
Pasé a la cabina de turismo y al verla oscura y desolada me invadió un sentimiento extraño. Allí comenzaban a palparse los cambios que desde el 11 de septiembre inundan a todas las aerolíneas. Luego, cuando sirven la cena con su vajilla de cerámica y copas de cristal se siente muy extraña la nueva cubertería: un set de cuchillo, tenedor y cuchara plásticos desechables. Todavía el vidrio y la loza hacen la diferencia con una piñata o merienda casera. Hasta cuándo no sabemos. Ya se habla de vasos y botellas plásticos.
Las aeromozas, tan atentas como eficientes, eran todas mayores de 50 años. Experimentadas mujeres que salieron de su retiro o que fueron llamadas a cubrir vacantes de muchas compañeras que han pedido permisos -no remunerados- para decidir si siguen o no trabajando.
El arribo
Once horas después llegábamos al aeropuerto O’Hare de Chicago. De nuevo, revisión de seguridad en la llegada. Como a la hora de arribo no hubo conexión posible para seguir a Nueva York nos ubican en un hotel del aeropuerto. El vuelo que nos llevará a la ciudad está previsto para las 7 de la mañana del lunes 17. Nos piden que estemos en el aeropuerto tres horas antes.
Es el primer aeropuerto estadounidense donde apreciamos los cambios en la seguridad aérea. Unas enormes máquinas de rayos X -con avisos que señalan que sí dañan los rollos fotográficos o de video- y con unos 6 metros de largas están desplegadas en cada sala de los terminales. Después de presentada la documentación de vuelo viene la presentación de los equipajes. A la media hora nos llevan el equipaje hasta las máquinas radiográficas. Otra espera de media hora en la que uno debe acompañar sus maletas en el momento en que son revisadas. Allí debe contestar cualquier pregunta de los oficiales (U.S. Marshalls) asignados. Si todo esta bien le dan el visto bueno y le entregan los documentos de vuelo. Viene después la revisión del equipaje de mano. Tan detallada y minuciosa como la que vivimos en Narita. El aeropuerto está invadido por la Guardia Nacional, la policía del Estado de Illinois, la policía de Chicago y la policía aeroportuaria de O’Hare. Los perros olfateadores de droga y pólvora siguen haciendo su trabajo. El vuelo hacia el aeropuerto de La Guardia en Nueva York es el primero de la semana después de varios días cancelado. El DC-Super80 viaja con el 96% de ocupación para la grata sorpresa de los pilotos y aeromozas y también -¿por qué no?- de los pasajeros.
El patrón de vuelo para aproximarse a éste, uno de los tres aeródromos que cubren la metrópoli neoyorquina, sigue inalterable: el avión gira desde el Este por sobre la desembocadura del río Hudson y entra a Manhattan desde el sur, volando sobre el río Este.
Sobre el World Trade Center
Por esta ruta se pasa inevitablemente por sobre el centro financiero, Wall Street y el World Trade Center. Es la aproximación más turística y con el día claro la visión no tiene precio. Vemos claramente el enorme vacío que dejaron las torres. Observamos el humo que aún se desprende. El silencio en el avión sólo lo rompen algunas exclamaciones, semi contenidas, de algunos pasajeros y el chasquido de una que otra cámara fotográfica que ponen a accionar los que quieren ese único testimonio desde las alturas. Mis treinta años de relación con la ciudad me dejan sin aliento al ver el desastre.
Llegamos a nuestro destino a las 10:30 de la mañana del lunes 17, treinta y nueve horas después de la salida de Hong Kong. De inmediato nos movemos para conseguir cupo en el vuelo 935 a Caracas. La fecha más próxima fue el sábado 22. De nuevo nos aconsejan estar en el aeropuerto Kennedy por lo menos tres horas antes de la salida y así lo hacemos. El procedimiento es parecido al de Chicago. Presenta tus documentos y las maletas. Son pesadas y precintadas al destino escogido, pero tienes que volver a montarlas en unos carritos de equipaje y con una funcionaria de la aerolínea llevarlas hasta un salón especial donde otra enorme máquina de rayos X habrá de hacer la radiografía de tus pertenencias. Una fila india con 15 pasajeros y sus carritos de equipaje serpentea por entre los pasillos del aeropuerto cada cierto tiempo. Es allí donde te dan el visto bueno y tus pases para abordar. Otra vez la espera de dos horas antes del vuelo nos permite intercambiar opiniones y experiencias con otros pasajeros, ahora con venezolanos, que cuentan los vicisitudes monetarias que tuvieron que afrontar al prolongar su estadía en la ciudad.
Seguridad
Desde el año pasado existen varios informes entre las aerolíneas que dan cuenta de innumerables fallas en la seguridad de los aeropuertos. Los puntos de chequeo habituales donde revisan el equipaje de manos han sido confiados por las líneas a terceros.
Una de esas empresas contratadas, Argenbrigth Security, fue multada con 1.2 millones de dólares por una corte federal por haberse encontrado graves fallas en la seguridad del aeropuerto de Philadelphia. Sin embargo, siguió siendo contratada por varias empresas de aviación. El personal que han buscado para las tareas de la revisión personal tiene hasta un 400% de rotación en algunos aeropuertos. La mayoría provienen de minorías -inmigrantes latinos, negros, africanos, caribeños y europeos orientales- sin la debida preparación y con pagos del salario laboral mínimo. Salvando las distancias, me recuerdan los muchos casos en los que las empresas de vigilancia venezolanas han fallado en el reclutamiento de personal.
Vemos de nuevo el despliegue de seguridad. La puerta de acceso a la oficina de control de vuelos por donde deben pasar los muchos pilotos de American tiene vigilancia especial. Hasta los tripulantes tienen que presentar dos pruebas de identificación con foto y contestar algunas preguntas. No quieren impostores a bordo.
Pasando hacia la puerta de salida otro chequeo ya conocido. Esta vez presencian el operativo tres agentes. Uno es un US Marshall perteneciente al gobierno federal, otro es de la policía de Nueva York y el tercero es de la policía del aeropuerto. El avión sale a tiempo rumbo a Maiquetía. Viajamos 140 pasajeros. Esta vez es el sobrecargo quien al poner la bandeja con la cena, hace un comentario sobre los cubiertos plásticos.
La pasada semana, implantado ya el operativo actual, la policía del aeropuerto de Los Angeles decomisó cientos de armas de fuego, navajas, cortadores, afeitadoras de doble filo, cuchillos de cocina y objetos punzo penetrantes de distintos estilos en los chequeos de rutina. Desde 1970, hay un instructivo que prohíbe llevar a bordo navajas mayores de 11 centímetros.
Por fin en casa
Llegamos al aeropuerto Simón Bolívar de Maiquetía una semana después de haber salido de China. Se juntan varios vuelos provenientes de EEUU. Se aprecian los positivos cambios en el terminal. Las inspectoras de inmigración son atentas y hasta simpáticas. Hay las opciones mundiales de carritos de maletas y maleteros. Se notan la limpieza en los baños y su remodelación y la presencia vigilante de la policía del aeropuerto que ayuda a que no se coleen los acostumbrados “vivos” en las colas para presentar documentos. Vivimos así la primera etapa de los cambios de la aviación. Todo esto quedará establecido como el Antes y el Después del 11 de septiembre del 2001.
Hasta pronto…