Relato de un posible contagiado

No debo toser. Lo tengo prohibido. Todos me miran y están pendientes si de mí sale una ráfaga de quebrantos. Mi garganta se quema. Dolor insufrible. No me he sentido bien. Ya no sé si tengo calentura o solo lo imagino. ¿Será que sí está en mí? Terror irresistible. Pavor por ser uno más en la cuenta.

No he sido irresponsable. Me cuido desde el primer día que inició esta alerta. Encerrado como un preso del mil pecados. Parezco un superhéroe enmascarado.

¿Quién me hace el test? Enclaustrado en la casa y sin salvoconducto. Les diré que me siento realmente mal. Pero si es una simple gripe. Si meramente me estoy dejando llevar por la paranoia. Es que eso soy. Una consecuencia de esta detestable realidad. Casi un demente que no puede socializar. Cuánto durará esta locura sanitaria.

Cómo extraño la normalidad. Estrecharle la mano a un amigo o no usar mascarilla en la calle. Me siento un autómata. Un ser casi sin pensamientos. Todos iguales a mí, con rostros tapados. Una moda de camuflaje social. De erigir barreras para no dañar al prójimo.

Hoy ha muerto un amigo y tengo un tío que salió positivo. No lo mencionan en las noticias y las cifras me parecen minúsculas. La debilidad me corroe. ¿Seré yo otro más en las cifras? Respiro agitado. Serán los nervios. Siento asfixia y me duelen hasta los huesos. Pero la orden es no salir. Permanecer si tacto, olvidarnos de los conocidos y la familia no existe. Somos unos lisiados. Estancados en el tiempo. Por el bien de todos.

Dicen que serán pocos meses. Quizá tres o cuatro. Me río ahora de mis preocupaciones antiguas. El planeta se quebraría por la guerra entre naciones. Que un botón acabaría con la humanidad. La era nuclear sería el fin. Pero en este momento sí parece ir todo mal. La economía no se recuperará en todo caso. Ni que salgan los patéticos del poder. El instante perfecto para darle tregua a sus andanzas. Evitar el desplome inconmensurable. Eso poco importa. La vida es la esencia.

Los países que dicen ser los industrializados muestran sus debilidades. Una pesadilla a las sombras de la verdad. Ceñidos a la extrañeza. Nadie estaba preparado para una pandemia. Para un padecimiento recién estrenado. De nada sirve estar armado hasta los dientes o tener una salud impecable. La fuerza la tiene un ser minúsculo. De llegar va a tomar a tu organismo por asalto.

Vemos con estupor como los continentes son burlados por un microbio. Escondido en un viaje clandestino. En la salpicadura de un estornudo. Un enorme soplo de desconcierto. Una enseñanza para tener indulgencia. Comprender que el reloj no tiene pausas, pues el tiempo no posee interruptores. El almanaque va a envejecer. Solo hay que esperar.

Esto es un juego simple de toma de conciencia. Por mi descuido podrían morir muchos. Por un desentendido se contagió un país casi completo. Los pueblos con las manos en la cabeza. Azorados, confundidos, andando a tientas. Es para cualquiera. Anacronismos sucesivos. Pero tan cierto como complejo.

Esta enfermedad no tabula los bolsillos de la gente. Da igual si eres famoso o tienes una casa en Los Ángeles. O apenas ganas para sobrevivir. No existe antídoto. Igual puedes contraer el virus. No hay otra manera que la prevención.

Cuando me asomo a la vida pública siento los pálpitos de un mundo devastado. Afuera todos parecemos médicos. Ataviados con mascarillas y guantes. Como dispuestos a emprender una acción quirúrgica. La operación por la vida. Luchar contra un enemigo invisible. Quizá también contra nuestra propia tozudez.

Algunos estiman que vivimos un trocito de apocalipsis; del final de los tiempos. No lo creo. Pero sí es una prueba. De predicciones inciertas. Entendimos que no estamos preparados para algo similar. El ingenio muestra su cara más triste, tan árido como precario. La mente es hueca ante la presión. Los científicos palidecen como víctimas de su propio compromiso. Petrificados en su ajustado ecosistema de fórmulas y argumentos toscos. Se hunden las posibilidades. Las ecuaciones se esfuman.

Me siento realmente mal. Volví a toser. No contengo el tórax y quiero estar acostado. Convencido sí estoy de que, de tener este virus, mi mejor actitud es cuidar a los demás. Un poco de humanismo me sentaría bien. Entender que no solo soy yo. Que no existe una medicina de recuperación. Debo tomarme una cucharada diaria de paciencia.

No es fácil tragarse el cuento del chino indigesto y su comilona de murciélago. Los animales no se contagian con este mal. También se rumora que fue un erudito norteamericano que trabajó ese virus para el Gobierno chino. En este minuto poco importa. Ya lo resolverán los implicados. Hoy solo debo aislarme y constatar que no sea un pobre resfriado.

por José Luis Zambrano Padauy Ex director de la Biblioteca Virtual de Maracaibo “Randa Richani”

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