El drama venezolano adquiere ribetes novelescos, la confrontación entre el gobierno y un sector de la oposición, parece extraída de un capítulo de “El Gatopardo”, famosa obra escrita por Guiseppe Tomasi Di Lampedusa y ambientada en la época de la unificación italiana; el oportunismo de quienes hasta hace poco denostaban de aquellos que osaran proponer mecanismos civilizados, como el diálogo y la negociación para superar la crisis nacional, como herramientas políticas eficientes del siglo XXI y no con visiones decimonónicas, cómo el golpe de estado, la guerra civil o la invasión de fuerzas extranjeras; esa doble moral recuerda el diálogo del personaje Fabrizio en el marco del pacto con sus enemigos políticos: “En ocaciones hay que cambiar ciertas cosas para que todo siga igual”; pero aún la farisaica actitud observada tanto por el gobierno como por los representantes del ingeniero Juan Guaidó, en los inicialmente ocultos y además negados encuentros en la ciudad de Oslo capital de la lejana Noruega, pudieran, con un poco de sentido patriótico y democrático, convertirse en el inicio de una búsqueda seria de acuerdos que coloquen a Venezuela en el camino de una necesaria reconciliación como paso previo en el difícil tránsito hacia la reconstrucción del país.
Los referidos encuentros ponen en evidencia la falta de sincera voluntad política para entablar un diálogo que pueda conducir a la solución pacífica de la conflictiva situación nacional, ellos estuvieron precedidos de conductas que así lo demuestran; me refiero en primer lugar a la arbitraria detención y encarcelamiento del ciudadano Edgar Zambrano, primer vicepresidente de la Asamblea Nacional, sin haber cumplido con el debido procedimiento constitucional para allanarle la inmunidad parlamentaria y también a la toma de la sede de la embajada de Venezuela en Washington DC, por parte de agentes policiales de los Estados Unidos y agenciada por factores de la oposición venezolana radicados en esa capital; estos hechos constituyen dos graves transgresiones, el primero por constituir una expresa violación del artículo 200 constitucional y por ser en sí mismo una agresión, no solo contra la persona del parlamentario individualmente considerado, sino que también los es contra la totalidad del cuerpo legislativo, como único poder que legitima y legalmente puede autorizar un procedimiento de esa naturaleza y el segundo por significar una violación del principio de extraterritorialidad, lo cual sienta un grave precedente en materia de derecho internacional público, en tanto que violenta pactos y convenios multilaterales celebrados valida y voluntariamente entre los estados miembros de la Organización de Naciones Unidas, la cual debe obligatoriamente pronunciarse sobre este dislate jurídico y repararlo, con el ánimo de restablecer el respeto a su carta constitutiva y a su razón de ser como instancia destinada a la preservación de la paz mundial.
Hasta aquí las acciones parecían pareja, pero las partes no se dieron cuartel y aunque el diálogo, cómo Hijo negado de un contubernio, había sido develado, el ingeniero Guaidó, presidente Asamblea Nacional, instruyó al señor Carlos Vecchio, su representante en Washington, para que se reuniera con altos personeros del comando sur del ejército de los Estados Unidos y con representantes del Departamento de Estados de ese país; es bueno recordar que el comando sur, creado a principios del siglo XX, está ligado a la secesión del istmo de Panamá de la República de Colombia en 1903 y ha sido la fuerza que Estados Unidos ha destinado a episodios polémicos de operaciones militares en Centroamérica, Suramérica y el Caribe, en consecuencia, la lectura de esta acción es clara, su intención está dirigida a amenazar y amedrentar al régimen de Maduró con el fantasma de la invasión militar extranjera, conducta de dudosa factura patriótica. El contragolpe no se hizo esperar, Nicolás Maduro, con motivo de una concentración pública para celebrar el primer año de su nuevo gobierno, amenazo con convocar elecciones parlamentarias adelantadas y el capitán Diosdado Cabello anunció el acuerdo unánime de la Asamblea Nacional Constituyente de prorrogar su mandato hasta el 31 de diciembre del 2020, ambas espadas de Damocles pendientes sobre la cabeza de la Asamblea Nacional.
Todo lo anterior demuestra la hipocresía, la falta de sentido de estado y de respeto a la ciudadanía de las partes dialogantes, pareciera que esté saludo a la bandera obedece más a la presión de la comunidad internacional, la cual en su mayoría se ha decantado por una salida negociada a la crisis venezolana, que a una sólida decisión de producir cambios trascendentes dentro de un auténtico ánimo democrático y pacifico. La única manera de evitar y superar este dialogo gatopardiano es incorporando actores nacionales e internaciones que expresen una visión plural de la crisis y estén en capacidad de empinarse por encima de los particularísimos y poco democráticos intereses de las partes que hasta ahora se han constituido en la ecuación dialogante, la cual por su conducta y poca representatividad, ni puede, ni debe arrogarse la vocería de todo un pueblo que espera de su liderazgo una conducta capaz de superar la crisis y de crear la arquitectura de un futuro de paz, libertad y progreso.