En varias oportunidades he insistido en que es la emigración de venezolanos el costo más alto que ha pagado la República por el fracaso del modelo político, económico y social que hemos padecido desde que se inició el nuevo milenio. Afirmo esto porque estoy convencido de que aunque costará muchos años enmendar la plana de tanta improvisación, los problemas económicos, políticos y sus secuelas sociales se superarán a mediano plazo. Sin embargo, la sustitución cuantitativa y cualitativa del nivel del capital humano que hemos perdido durante estos años tardará mucho en reponerse toda vez que a la par de la emigración los niveles académicos de nuestra educación también han descendido, lo que hace aún más difícil preparar un contingente humano capaz de insertarse en la globalización y en el desarrollo. Recuperar lo perdido es una tarea titánica.
No serán pocos los venezolanos que aspiran a regresar al país si las condiciones objetivas que los empujaron a irse cambian. Pero por otra parte, la historia ha demostrado que los contingentes migratorios difícilmente regresan a su país de origen si pasa mucho tiempo entre la salida y las nuevas condiciones favorables para el retorno. Es, sin duda , una tragedia que tantos venezolanos hayan tenido que emigrar buscando mejores condiciones de vida y sobre todo los más jóvenes apostando por un futuro más próspero .También hay que recordar que el perfil profesional y de clase media, por ahora, de la emigración venezolana le hace particularmente fácil los procesos de inserción en muchas economías prósperas. Toda esta realidad que no podemos ocultar, ni maquillar, hay que reconocerla para poder en el tiempo desarrollar políticas públicas apropiadas de estímulo a la emigración de retorno y de protección a nuestros nacionales en exterior para que nunca sientan que el país los abandonó frente a la dura realidad de su nuevo destino.