Omar Ávila: Repensar el bienestar desde lo posible (Parte I)

Omar Ávila

Tener ingreso no garantiza bienestar si ese ingreso se evapora en horas perdidas, servicios ausentes y oportunidades negadas. Es momento de medir lo que realmente importa: el tiempo recuperado, la movilidad que funciona, la salud que se cuida y los servicios que llegan. Desde lo local, con método y sin excusas.

He escuchado a miles de venezolanos repetir la misma frase: «no es que no trabaje, es que todo se va en llegar al trabajo». Una madre de Filas de Mariche que se levanta a las 4:30am para estar a las 8:00 en su oficina. Un comerciante de Los Teques que pierde ventas porque los clientes no pueden llegar. Una enfermera de Barquisimeto que renuncia porque el transporte se come la mitad de su sueldo.

En todos estos casos, el problema no es solo el salario. Es que ese sueldo -obtenido con esfuerzo- no se convierte en bienestar real. Se diluye en un sistema que nos roba el recurso más valioso: el tiempo para vivir.

Durante años hemos discutido sobre cuánto gana la gente. Es una conversación necesaria, pero incompleta. Porque de poco sirve aumentar el ingreso si seguimos perdiendo tres horas diarias en transporte, si el agua llega una vez por semana, si un trámite sencillo consume una mañana completa. El ingreso es fundamental, pero no es suficiente. Necesitamos preguntarnos: ¿qué puede hacer realmente una persona con lo que tiene?

El bienestar se mide en posibilidades, no solo en bolívares

El economista Amartya Sen, Premio Nobel, propuso algo que me parece adecuado para nuestra realidad: juzgar el desarrollo no por cuánto dinero circula, sino por las libertades reales que tiene la gente para construir la vida que valora. Llamó a esto «capacidades».

Aplicado a Venezuela, significa mirar cuatro factores que determinan si alguien puede o no prosperar:

Primero, el tiempo. ¿Cuántas horas útiles tiene una persona después de trabajar, trasladarse, hacer colas y resolver lo básico? Sin tiempo, no hay estudio, no hay emprendimiento, no hay descanso, no hay familia.

Segundo, la movilidad. ¿Puede alguien llegar a tiempo y de forma segura a su trabajo, llevar a su hijo al médico, acceder a oportunidades? Sin movilidad predecible, el talento queda atrapado en el barrio.

Tercero, la salud básica. ¿Existen servicios de prevención que eviten que una gripe se convierta en hospitalización, que una diabetes mal controlada destruya una familia, o que la hipertensión termine en un infarto? Sin prevención, el gasto catastrófico siempre está  al acecho.

Cuarto, servicios mínimos. ¿Hay agua para cocinar y asearse? ¿Electricidad para conservar alimentos, teletrabajar o que un niño haga tareas? Sin esto, cada día es una batalla por sobrevivir, no por prosperar.

Cuando alguno de estos elementos falla -y en Venezuela fallan a menudo-, la libertad de elegir proyectos de vida desaparece. Por eso propongo un cambio de enfoque: además de trabajar por mejores ingresos, trabajemos por ampliar capacidades desde lo local. Visión que continuaré desarrollando en un próximo artículo.