Recientemente, el Banco Central de Venezuela (BCV) ha lanzado sus últimas cifras de inflación correspondientes al mes de julio, despertando tanto interés como preocupación en el país. Con un aumento del 6,2% en términos mensuales y una alarmante tasa anualizada del 398%, estas cifras impactan de manera profunda en la economía y el bienestar de los ciudadanos. Aunque estas cifras difieren ligeramente de las estimaciones presentadas por el Observatorio Venezolano de Finanzas (OVF), que proyectó una inflación mensual del 7,2% y una tasa anual del 439%, ambas muestran una situación verdaderamente crítica.
Esta inflación del último mes medida, es a pesar de la congelación de los salarios y la bonificación del mismo. Aun sometiendo a los trabajadores, jubilados y pensionados a una extrema reducción de sus ingresos, el gobierno no encuentra la clave para hacer que la economía crezca. Una economía sin crecimiento es tierra fértil para la profundización de la pobreza.
Sumergiéndonos en el análisis de la crisis económica venezolana, es fundamental examinar cómo las reservas internacionales en oro han experimentado una drástica disminución de alrededor del 80% en la última década. Este declive ha sido el resultado de ventas de oro y la utilización de estos recursos para saldar deudas con proveedores internacionales. No obstante, es vital recordar que uno de los períodos más agudos de despilfarro de las reservas ocurrió entre 2005 y 2015, un período en el cual el BCV transfirió más de 60 mil millones de dólares al Fondo de Desarrollo Nacional (FONDEN) desde estas reservas «excedentes». Estos recursos, gestionados de manera discrecional por el presidente en ese momento, carecieron de una rendición de cuentas transparente, lo que plantea interrogantes sobre su destino final y su impacto en la economía del país.
Traigo esto a colación por la reciente sentencia del tribunal portugués que ordena el desbloqueo de más de 1350 millones de euros congelados en Novo Banco, que por encontrarse sancionados tanto el Bandes como PDVSA, por ahora el gobierno venezolano no tendrá acceso inmediato a esos recursos y para poder hacerlo, se exigirá una mayor transparencia.
En el panorama petrolero, se observa un leve repunte en la producción de petróleo, aunque todavía distante del millón de barriles y muy por debajo de los niveles alcanzados antes de la administración actual. Si bien este aumento podría representar un atisbo de esperanza para el gobierno, su potencial se ve limitado por la necesidad de destinar una parte considerable de estos ingresos para el pago de deudas con actores como Chevron.
En este contexto, se hace evidente que el aumento de la producción petrolera enfrenta serias limitaciones y no resuelve de manera integral los desafíos económicos de Venezuela. Paralelamente, la disminución de las reservas de oro es una verdadera catástrofe que requiere evaluación profunda y una rendición de cuentas transparente para comprender dónde se destinaron los recursos y cómo esto afecta a la situación económica actual.
En conclusión, la crisis económica en Venezuela demanda soluciones integrales y transparencia gubernamental en la gestión de los recursos. Las cifras de inflación y la disminución de las reservas de oro son el reflejo de una situación preocupante que requiere una atención urgente. La economía venezolana necesita una estrategia que promueva la estabilidad y el crecimiento sostenible, con un enfoque en la diversificación de la economía y la inversión responsable de los recursos disponibles. La pregunta persistente sobre el destino del oro que se está explotando es un recordatorio constante de la necesidad de responsabilidad y rendición de cuentas en la gestión de los activos del país, que nos pertenecen a todos los venezolanos.