No hay relato escrito por Rafael Silva y narrado por Porfirio Torres que supere la realidad cotidiana de Venezuela, esa que ahora incluye la frialdad con la que vemos las noticias, los dramas, el crimen y la sangre. De las plagas de Egipto a las colas para comprar comida, con la delincuencia rondando y el gobierno hablando
Me confieso gran fan del programa de radio Nuestro Insólito Universo. Esos cinco minutos de historias asombrosas sobre nuestro mundo sorprendente me parecen fascinantes y rara vez cambio el dial cuando emiten el programa. ¿Quién no quiere saber sobre la existencia del más allá? ¿De los encuentros cercanos del tercer tipo? ¿Del año exacto de nacimiento de Henrique Lazo?
Siento un profundo morbo por los hechos insólitos que narra Porfirio Torres en el programa y mi único deseo es conocerlo para que grabe el mensaje de voz en mi celular. Las únicas dos personas que me dejan un mensaje de voz en el 2015 son mi abuela metiche quejándose porque no le he devuelto la llamada de la semana pasada y mi contador regañándome porque no le he entregado las facturas. Como yo lo veo, si les sale la voz de Porfirio Torres más nunca me volverán a fastidiar.
Yo quisiera que las únicas noticias sobre crímenes pasionales, ajustes de cuentas o mandamientos intergalácticos vinieran de ese programa. Sin embargo, en estos tiempos los acontecimientos en Venezuela son tan insólitos que dejan aNuestro Insólito Universo como un programa de cuentos infantiles. Cuando surge la noticia del hallazgo de un carro con una mujer descuartizada adentro y la población ni se conmociona, me pregunto ¿será que los insólitos somos nosotros?
Estoy realmente convencido de que las plagas de Egipto fueron un paseo en carrusel al lado del control de cambio, el hampa y el gobierno de Nicolás Maduro. No es para menos, cualquiera que viva en un país donde las cucarachas vuelan tiene que estar preparado para que los acontecimientos que lo rodean sean inverosímiles. Pero nadie nos preparó para convivir entre cucarachas voladoras y bachaqueros. Nadie nos dijo que viviríamos en paranoia, en cola o haciendo maletas. Nadie nos avisó que viviríamos entre dictadores y escoltas, enchufados y prepagos. Nadie nos alertó de nuestro inequivocable atraso en la historia.
Mentira, lo insólito es que lo dijo Jorge Olavarría en un discurso ante el Congreso el 5 de julio de 1999: “Si los venezolanos nos dejamos alucinar por un demagogo dotado del talento de despertar odios y atizar atavismos de violencia con un discurso embriagador de denuncias de corruptelas presentes y heroicidades pasadas, (…) Venezuela no entrará en el siglo XXI, se quedará rezagada en lo peor del XX, o retomará a lo peor del XIX”.
¿Pero quienes éramos en 1999? Unos soñadores abstencionistas con fascinación por un golpista con predilección por el show. Y cuando ni las predicciones de Nostradamus pudieron dar cuenta de que en Venezuela habría más muertos que en una guerra en el Medio Oriente; cuando nuestra Fuerza Armada enrollaría la Declaración Universal de Derechos Humanos para caerle a golpes al pueblo que juró defender y cuando la justicia cambió la venda por unos lentes Gucci, la pregunta no puede ser: “¿qué íbamos a saber en ese entonces?” Lo insólito es que la pregunta no sea: “¿Cómo no lo supimos?”
Nuestro insólito universo… Donde la nación con más reservas de oro en América Latina y de petróleo en el mundo pone a su población a hacer cola por dos miserables paqueticos de azúcar. Donde el Presidente de la República amenaza con lanzarse a la calle si la oposición gana la Asamblea Nacional. Donde una mujer amanece picada en partes y donde el Banco Central de Venezuela no publica sus cifras. Eso es insólito pero que hayamos perdido nuestra capacidad de asombro y reacción es peor.