Días atrás, 30 nobeles de la paz, se reunieron en Colombia en cumbre mundial.
De las muchas intervenciones que pude leer en medios electrónicos, me impactaron la del legendario Lech Walesa, quien lideró la lucha por la caída de la dictadura comunista polaca, y la de Jody Wiliam, profesora estadounidense activista de derechos humanos.
Walesa abogó por la construcción de políticas públicas que atiendan a las necesidades regionales y que el diseño de estas involucre a quienes van a beneficiarse. “Se llama –dijo-inclusión para que los modelos de desarrollo en adelante tengan un componente transversal en el que los ciudadanos participen y se vuelvan dolientes de su propia evolución”.
Wiliam, por su parte, insistió en el empoderamiento de la sociedad civil en las organizaciones y movimientos, exhortando casi a gritos: “Si quieren una democracia sólida, no se queden quietos, involúcrense”.
Nadie con tres dedos de frente –como diría mi abuela Pancha- desconoce la gravedad de la crisis económica-social y también política que, desde tiempo ha, padece Venezuela. Hay infinitos relatos para dibujarla y los que estamos en la calle, en contacto con la realidad, todos los días observamos escenas trágicas. La semana pasada, Larissa y yo a la salida de Globovisión, nos topamos en una calle del este de Caracas, a pleno mediodía, a un par de muchachos, que pudieran ser nuestros hijos, hurgando en la basura en búsqueda de que comer. Al acercarnos a ellos observamos un pequeño bulto a un costado que se movía y lloriqueaba; era un bebé de pocos meses de nacido. Sentados en la acera, conversamos y nos contaron que eran pareja, tenían los dos 17 años y el bebé era su hijo. No sabían de sus padres, hace tiempo que dejaron la escuela y se quedan con unos panas en un ranchito del barrio El Setenta en El Cementerio. Jorge y Claudimer se llaman y con orgullo casi infantil afirman que no les da pena como se resuelven porque “malo es roba!”.
Millones sufren las consecuencias de un gobierno y un modelo que nos hunde en la miseria pero somos pocos los que damos el frente en la lucha para que sea distinto. Son tantos los que esperan que sean otros los que cambien el estado de cosas. Ya perdí la cuenta, y dejé de molestarme, cuando alguien me espeta: “¿Hasta cuándo ustedes van a permitir esto? ¿Cuándo van a hacer algo?”, refieriendose obvio a quienes activamos por un mañana mejor.
Es urgente que aquellos que amanecen en las plazas esperando turno para obtener el “carnet de la patria” se involucren, que los que han sido humillados durante meses en las colas, los que pasan hambre, los que han perdido seres queridos por la inseguridad o por la falta de medicamentos, los que cada quincena reciben una paga que avergüenza y para nada alcanza, los que han despedido a sus hijos al marcharse al extranjero y lloran su partida, los que se recurrentemente se calan pésimos servicios públicos o ven como su calidad de vida desmejora, no pueden quedarse quietos.
A todos, sin excepción, “No se queden quietos, involúcrense” que si es posible lograr que Venezuela sea otra.
