al como van las cosas, la revolución bolivariana y su deplorable legado serán recordados en las series de televisión para mostrar que la culpa de su fracaso recae no solo en la traición comunista, en su ideología incompatible con la modernización y las mafias del narcotráfico; será muy fácil constatar que la gran utopía del comunismo encerró una horrible pesadilla que desembocó en una catástrofe que afecta y desestabiliza a toda la región con la diáspora venezolana, integrada mayoritariamente por pobres de solemnidad esparcidos por todos los países del mundo que huyen despavoridos por la miseria y las enfermedades.
La revolución bolivariana provocó una gran crisis humanitaria con el despiadado desabastecimiento alimentario y medicinal que ha significado un verdadero genocidio. Por primera vez la Unicef incluyó a Venezuela en la lista de emergencias para la infancia. La inminente llegada de la necesaria ayuda humanitaria anunciada por el presidente interino, Juan Guaidó, y liderada por una coalición mundial de países, entre ellos Estados Unidos, amenaza con desatar una ola de trasnochadas protestas antimperialistas.
Los gobiernos de Chávez y Maduro han sido especialistas en azuzar ese dopado consanguíneo barato que les ha proporcionado un consuelo doméstico instantáneo con esa plaga de turistas revolucionarios, como los de la era soviética, que invariablemente están listos para asistir a cualquier aquelarre siempre y cuando tengan los viáticos y gastos pagados; son los nostálgicos del totalitarismo, enemigos de las libertades, que en cada foro posible se enmascaran, la arman en nombre de los pueblos del mundo, para cuya representación no los ha elegido nadie, y arremeten contra el imperialismo norteamericano. Bajo el lema “Somos Venezuela por la democracia y la paz” se montó este lunes en la Cancillería un tinglado para que Maduro, una vez más, denunciara una persecución ideológica: “O nos subordinamos al imperialismo o seremos perseguidos hasta la desaparición”.
El antiamericanismo visceral es un prejuicio soporífero que, como todo dogma, impide el entendimiento de la realidad, resulta ridículo el mensaje desesperado que a través de un video hizo Maduro pidiendo el apoyo del pueblo de Estados Unidos, rememorando el fantasma de la guerra de Vietnam, que podría replicarse en Venezuela si es desalojado del poder, aunque sea un clamor de casi 90% de la población.
Los estadounidenses no son tontos ni carentes de capacidad crítica, saben que este impresentable es un dictador que ha sumido en la miseria a los venezolanos, que su régimen, además de tener casi 1.000 presos políticos, a los que aplican torturas, está acusado de cargos por narcotráfico y por auspiciar el terrorismo internacional; que se merece las sanciones dictadas por la administración de Donald Trump y cualquier acción para deponerlo y mandarlo directo a la cárcel de Guantánamo, como prometió el asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, John Bolton, es poco para que pague todo el sufrimiento de un pueblo que en veinte años ha visto a sus hijos morir de hambre o a manos de la violencia, incluido al escuadrón de la muerte del FAES –Fuerza de Acciones Especiales de la Policía Bolivariana–, que no solo asesina delincuentes, sino a quienes protesten contra el gobierno en zonas populares donde el chavismo-madurismo perdió el apoyo popular.
Cada cual cumple su papel histórico, y así, en la actual crisis que sufre Venezuela, si Estados Unidos, con su determinación, logra que los venezolanos recuperemos de una vez por todas la democracia, a través de unas elecciones verdaderamente limpias, no podremos sino agradecerle la visión de futuro y el valor que tuvo.