El discurso del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, este lunes en la Universidad Internacional de Florida, con la presencia de representantes del exilio venezolano en Miami fue verdaderamente trascendente.
Por primera vez vimos a un mandatario, del país más poderoso del mundo, consciente de la amenaza que significa un régimen como el de Maduro para la paz y estabilidad de la región, incluso de Estados Unidos. Donald Trump no solo está resteado con la causa democrática en Venezuela, sino decidido a actuar para restituirla: “Buscamos una transición pacífica de poder, pero todas las opciones están abiertas, queremos restaurar la democracia venezolana y creemos que las Fuerzas Armadas tienen un rol vital en este proceso”.
Trump calificó a Maduro de “marioneta de Cuba” y le envió una contundente advertencia a los militares que todavía lo sostienen en el poder al anunciarles que podrían continuar desempeñando un papel importante en la reconstrucción del país cuando Maduro salga del poder, de lo contrario “lo perderán todo… si continúan respaldándolo no van a encontrar puerto seguro, no van a encontrar soluciones fáciles y no van a encontrar salidas”. Clarísimo.
Es un mensaje que obliga a recapacitar a los oficiales renuentes a cumplir con su misión constitucional. Este es el momento del sálvese quien pueda. Ya lo intentó el canciller Jorge Arreaza –según develó el asesor de seguridad Jhon Bolton– cuando se reunió secretamente con el enviado especial de Estados Unidos para Venezuela, Elliott Abrams, para discutir los términos de su propia salida y no como enviado de Maduro para negociar la permanencia del régimen. ¡Qué pena con esos gringos!
Fue un acto de deslealtad hacia Maduro y de infidelidad hacia la familia Chávez, que retrata muy bien las intenciones de muchos funcionarios y colaboradores dispuestos a salvar su pellejo antes que el barco se hunda. En su mensaje el presidente Trump reforzó lo que ya intuimos, que este proceso de cambio es irreversible e indetenible, que por más que se empeñen en prolongar su agonía, de que se van, se van. “No hay vuelta atrás”.
Se puede ser muy antiamericano, gustarle o no Donald Trump, condenar su idea de construir un muro en la frontera con México, detestar su aspecto de galán marchito con bisoñé, cualquier cosa que le cuestionen en este momento resulta absolutamente irrelevante porque las dimensiones de su mensaje, sobre un nuevo amanecer en Latinoamérica, no solo alcanzan a la dictadura de Venezuela sino a las de Cuba y Nicaragua. “El socialismo está muriendo”… Ha sido un grito de guerra contra esos depredadores regímenes socialistas. Y lo más emotivo de su discurso fue cuando el presidente Trump invitó a la madre del incomprendido comisario Oscar Pérez, fusilado vilmente junto con sus compañeros en la llamada masacre de El Junquito para que dirigiera unas palabras, fue un momento conmovedor que debería llamar a todos a la reflexión sobre el horror que han significado los crímenes atroces perpetrados contra la disidencia, los fusilamientos a jóvenes de la resistencia, las torturas infligidas a los presos políticos. Nada de eso puede quedar impune. Que se haga justicia es un clamor, fue lo que pidió Ainta Pérez, la madre de ese héroe cuyo martirio fue reivindicado nada menos que por el presidente de Estados Unidos al afirmar que “su sacrificio no será en vano”. Creemos que en ultima instancia se impondrá un orden legal, una equidad fundamental, una recompensa final al sufrimiento de un pueblo, víctima de una feroz crisis humanitaria y que solo aspira a vivir en justicia y libertad.