Recuerdo con precisión dónde estaba y lo que sentí cuando nos enteramos que el cardenal Bergoglio asumía como nuevo Papa, y me llenó de una profunda emoción por dos razones, así comienza María Corina Machado su artículo de opinión.
Primero porque yo estudié en una universidad jesuita, y en segundo lugar porque es latinoamericano. Así somos los venezolanos, como en el el fútbol cuando juega Brasil, Colombia o Argentina en una Mundial, creemos que nosotros también estamos allí en la cancha. De alguna manera, con la elección de Francisco sentimos algo similar… Teníamos un Papa nuestro. Y pensé inmediatamente en Juan Pablo II, y en lo que hizo por la libertad de su Polonia natal.
Seis años después reconozco acciones y reformas importantes que hacia el interior de la iglesia el papa Francisco ha llevado adelante, pero como venezolana siento que en la defensa de la justicia y la libertad de países de este hemisferio que están bajo el yugo de totalitarismos o de regímenes criminales, se necesita una voz mucho más fuerte y cercana para que el mundo entero entienda precisamente, por la autoridad moral que tiene el Papa, la necesidad de actuar y la corresponsabilidad de todos los ciudadanos del mundo frente a un genocidio que ya no es silencioso en Venezuela .
Para lo que Venezuela está sufriendo, para la necesidad del pueblo, para la magnitud de los crímenes que aquí se están cometiendo, es inconcebible que en estos seis años no se le haya dado la mayor prioridad a la situación de Venezuela. En especial, el espacio para hablar con la verdad, de hacer que el mundo entienda la magnitud de la tragedia que aquí ocurre, y con esa palabra de aliento y de fuerza, transmitirle a los venezolanos que no estamos solos y que contamos con el Papa latinoamericano para avanzar en una ruta de liberación, de paz, de justicia, de reencuentro, de solidaridad.
Debo decir que la Iglesia católica venezolana ha sido una de las instituciones más lúcidas, más coherentes, más firmes, y más valientes en denunciar la naturaleza totalitaria del régimen, primero de Hugo Chávez, y después de Nicolás Maduro, y en acompañar al pueblo cristiano en su dolor. Acompañó a todos los venezolanos. Sin embargo, nosotros sentimos que el pueblo de Cristo en Venezuela está expectante y necesita una posición clara, firme y cercana por parte del papa Francisco.
No hay en el hemisferio una situación más dramática, que se cuenta en muertes diarias, como la que hoy vive nuestro país. En 20 años por fin hemos logrado que todas las instituciones democráticas del mundo, más de 60 naciones, reconozcan la situación, y quisiéramos que fuese precisamente la cabeza de la Iglesia Católica, tratándose de un pueblo mayoritariamente católico como el venezolano, quien asumiera esa voz de solidaridad, de firmeza, de claridad y de verdad.
Entre el crimen y la Justicia no hay punto medio. Entre la humillación y la dignidad humana, no hay neutralidad. Entre la oscuridad y la luz, entre la verdad y la mentira, no puede haber indiferencia. Lo que estamos viviendo los venezolanos es una cuestión de vida o muerte, y hoy más que nunca, esperamos y necesitamos que el padre de la Iglesia católica acompañe no solamente a la Iglesia venezolana, sino a todos los venezolanos que estamos en esta hora decididos a avanzar en la salvación de nuestro país.