En las últimas semanas me he preguntado una y otra vez si el principio goebbeliano -devenido en axioma- de “que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad” mantiene su vigencia en la era digital y las redes sociales, cuando los dictadores, independientemente de la magnitud del poder que ejercen, no cuentan ya con la ventaja de monopolizar los medios y, las “mentiras”, en paralelo a su difusión, podrían ser desmentidas no por miles, sino millones de “verdades”.
Como “medios” defino, básicamente, a los dispositivos portátiles que, por “milagro de la historia” nos ha traído la revolución electrónica (léase teléfonos celulares, cámaras digitales, iPhone, Smartphone, tabletas, minilaptops) y que, por su ductibilidad, facilidad de manejo y costos, son un patrimonio de los individuos, de la humanidad entera, que pueden ser utilizarlos horizontalmente y en cualquier circunstancia y tiempo.
En otras palabras, que los medios monopolizables pasan a ser los impresos y radioeléctricos (periódicos, revistas, televisoras y radios) que. por ser empresariales e industriales, son fácilmente incautables por un súperpoder político totalitario o semitotalitario que, por su naturaleza represiva, es poco propenso a tolerarlos y coexistir con ellos.
De estos medios, igualmente, podría decirse que, por su incapacidad de acceder a la instantaneidad y la horizontalidad también han perdido eficacia, que son la retaguardia de la comunicación actual, literalmente, prescindibles y que, en la guerra de las galaxias de hoy día, son como aquellos “elefantes” de los ejércitos convencionales fácilmente ubicables e inutilizables por el enemigo, en cambio que las “hormigas” de las fuerzas digitales (comparables a las guerrillas de otros tiempos), combaten, se esconden, vuelven y luchan sin parar.
Mucho se ha escrito y hablado en los últimos años sobre las diferencias entre la comunicación en la era digital y la anterior, la convencional o tradicional, y de cómo, si bien la portabilidad y horizontalidad golpeó en un momento a las dictaduras, dejándolas confundidas y presas de las redes sociales, hoy han descontado terreno y dictadores como Xi Jinping de China, Putin de Rusia, los ayatolas de Irán y los neototalitarios latinoamericanos, (Maduro en Venezuela, Ortega en Nicaragua, Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia y Cristina Kirchner en Argentina), ya neutralizan redes y dispositivos, tratan de controlarlos y si no como en el pasado, sí están reservándose un espacio amplio de la comunicación.
En este orden, vuelvo a recomendar el estudio “La mordaza en la era digital”, de Philip Bennet y Moisés Naím, publicado en “El País” el 22 de febrero del 2015, y en el cual, estadísticas en mano, demuestran cómo, a pesar de la revolución electrónica en la comunicación, de las MIT, dictadores como Putin, Xi Jinping, los ayatolas, y los neodictadores latinoamericanos, están ya controlando la internet e imponiendo “su verdad”, que es la “mentira” repetida mil veces del doctor Goebbels.
Pero estas líneas escritas al paso, al vuelo, que no son un estudio ni un ensayo, ni cuentan con estadísticas y que desgrano mientras sigo el horror perpetrado por el neodictador, Maduro, al deportar a la fuerza a más de 15.000 colombianos que residían en cuatro municipios del estado fronterizo del Táchira, Venezuela, me permiten seguir el último combate entre un Hitler tropical, de bolsillo, en miniatura -secundado por decenas de doctor Goebbels (ministros, militares, gobernadores)- y unos judíos de estas lejanías, pero con celulares, iPhone, Smartphone y tabletas y trasmitiendo imágenes equivalentes en el tiempo a los campos de concentración, las cárceles y los guetos de hace 70 años.
Gente humilde, como se pudo ver por las viviendas de donde fueron desalojados, -a las cuales, previamente, se las marcó con una “D” de demolición-, por los pocos enseres que les permitieron llevar y portar, pero que, sin embargo, en su mayoría tenían dispositivos móviles de captación y trasmisión de imágenes, y que habían llegado a sus manos por una inversión personal, como quien se provee de un arma para denunciar un atropello que esperaban, o que, ya se les aplicaba por partes.
Y puedo asegurar que el resultado entre el combate de los miles de deportados que desde la mañana del 19 de agosto empezaron a trasmitir los atropellos, y el gobierno de Maduro que empezó a negarlos, a matizarlos, o edulcorarlos, fue favorable a los primeros.
En efecto, a las pocas horas, ya amplios sectores de la sociedad colombiana se habían traslado a Cúcuta a recibirlos y a denunciar la agresión, a dejar claro ante el mundo que el neototalitarismo venezolano llevaba a cabo otra violación de los derechos humanos y debía ser parado en seco.
Y entre tantos partidos, líderes, y organizaciones neogranadinas destacó la presencia del expresidente, Álvaro Uribe, quien, al frente del Centro Democrático presionó al abúlico presidente, Santos, el cual, otra vez llegó con una actitud apaciguadora frente a un criminal que es el sucesor de su “nuevo mejor amigo”, Chávez.
Y Santos, y su cancillera, María Ángela Holguín, también salieron derrotados, pues se vieron obligados a plegarse a la política de Uribe, y en conjunto hacer causa con una oposición democrática que pedía a gritos cortarle el paso a los desintegrados socialistas maduristas que buscan con cualquier pretexto una guerra con Colombia.
Aunque es temprano para pronosticar el desenlace final en la crisis fronteriza y si Santos, que arde de amor por Maduro, lo enfrenta al extremo de pedir las sanciones que le corresponden por genocida; aunque, de nuevo, la comunidad de países latinoamericanos y las multilaterales regionales se hicieron los desentendidos ante tan mayúsculo escándalo, es indudable que los neodictadores locales y su “Socialismo del Siglo XXI”, salieron catastróficamente derrotados y, ahora sí, en la vía de quedar enterrados bajo la caída del segundo muro de Berlín.
Para reforzarla, el cinismo del dictador, Maduro, quien, no solamente asumió, sino que bailó en una tarima frente al palacio de Miraflores para celebrar la deportación de los colombianos (de la misma manera que Hitler había bailado en su refugio de Berchtesgaden cuando recibía las noticias de la caída de París), emprendió de inmediato una gira de placer de semana y media por países de Asia, Medio Oriente, y regresó ofendidísimo porque Santos se negaba a reunirse con él, “como un amigo”, para resolver la crisis.
Estaba el Hitler de bolsillo, el Tartufo tropical, otra vez en las redes, pero ahora mundiales, y las cadenas de televisión, de radios y medios impresos que “se pegaron”, desnudo, en una operación de desmontaje de una mentira despiadada y global y que le dice al mundo que cualquiera puede seguir apoyando, o mostrándose “neutral” con Maduro y sus patrañas, pero no por ignorancia, ni falta de información, ni inocencia, sino por complicidad.
Concluyo con una pregunta: el Holocausto, los campos de exterminio y de muerte de la Alemania de Hitler, la Lubianka y el Gulag de la Rusia de Stalin, las hambrunas de los 50 y los 60 en la China de Mao y los campos de trabajo forzado para reeducar homosexuales, prostitutas y drogadictos en la Cuba de Fidel Castro, ¿serían posibles en la era digital y de las redes sociales, en circunstancias en las que los condenados a muerte, prisioneros y torturados pudieran enviar imágenes de sus martirios para colocarlas en la Internet y las redes sociales?
Claro que sí, y también negados, o ponerlos en entredicho, pero en condiciones de que más y más testimonios seguirían circulando y se usarían para la condena y el boicot que no tardarían en llegar contra los totalitarios.
Y el principio, o axioma del doctor Goebbels de que “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”, ¿se habría comportado igual, prestándose a las estafas que terminaron permisando los crímenes contra millones de personas?
También creo que no, y otra vez los sucesos de mi país, Venezuela, prestan su ejemplo, como se demostró en los testimonios digitales que surgieron del asesinato de 43 ciudadanos venezolanos por los cuerpos represivos de Maduro durante las manifestaciones estudiantiles de febrero a junio del 2014, y por los que 57 funcionarios de la dictadura sufren sanciones de parte de la administración del presidente Barack Obama de los Estados Unidos.
Pronto, igualmente, irán a los tribunales de La Haya y del Estatuto de Roma, porque ya sus nombres, rostros e ilícitos han sido fichados.
No se puede decir lo mismo, desgraciadamente, del asesinato de otros 43 estudiantes en la ciudad de Iguala, estado de Guerrero, México, durante ese mismo año, en unos sucesos confusos donde, sorprendentemente, ni imágenes ni audios salieron del seno de quienes masacraban o fueron masacrados.
Pero las excepciones confirman la regla, aun en los tiempos de la verdad y la mentira en la era digital y las redes sociales.