Manuel Malaver: La familia polar

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Seguramente es la familia más numerosa de Venezuela, la más joven, la más vieja y la que pasa más tiempo compartiendo, conversando, trabajando, estudiando, jugando y extendida por el mundo en un claro mensaje de que, en el país se produce, inventa, crea y formamos parte del segmento de la humanidad del siglo XXI experto en avanzar entre dificultades.

Aunque el último censo laboral que conozco le asigna a “Polar” 35 mil trabajadores, yo diría que, la que llamo “la familia” alcanza millones, quizá hasta 29 millones, que empiezan a interactuar desde que, en el desayuno, repasan el día anterior, se aproximan al que comienza y se cuentan los sueños.

Pero la realidad vuela, y desde el lugar de trabajo, escuela, liceo, universidad, sitios de culto o esparcimiento, no dejan de llegar noticias (si la banda ancha y la Wi Fi no fallan) de sucesos, en buena parte relacionados con lo que ocurre en esas fábricas, industrias, plantas, talleres y laboratorios de donde sale el 35 por ciento de la dieta alimentaria que consume el país.

Y desde luego que, hablo de las frías y rígidas cifras de la economía, pero en “Polar” también se produce cultura, bien sea en esas ediciones de obras de autores nuevos y viejos, de clásicos que la ingratitud del tiempo olvidó o de mapas que nos cuentan cómo la realización del país, su estructura, su forma, no es obra de un día, sino de siglos en que los venezolanos que nos precedieron lucharon con denuedo, sin tregua, límites, ni prejuicios.

Pero la cultura también es ciencia y deportes, dos estaciones más cerca de lo que se cree, y del trabajo de estos hombres de trabajo sale, igualmente, el apoyo y estímulo a los que, en áreas diferentes, se la juegan por el vivir decente y en paz y en  el país de todos.

Por eso, uno de los últimos encuentro del día de la “familia Polar” puede ser asistiendo a alguna conferencia o seminario sobre hechos científicos, o en el estadio, donde asistimos a respaldar nuestro equipo y jugadores favoritos.

Pero no estamos en el país, viajamos y lo más seguro es que, no pocos de los viajeros lleven en  sus equipajes productos de “Polar”, harina pan, sobre todo, para familiares, amigos, o para nosotros mismos, que no seremos de los pocos que, aun en Paris, Nueva York, Tegucigalpa, Rio, Barcelona, Tokio, Shanhai, Delhi o Lagos, desayunan con “Polar”.

Pero si hasta Maduro -el atildado presidente venezolano en consumo gustativo-, en su última gira por Vietnam, China, Rusia y los Emiratos Árabes Unidos, fue sorprendido escanciando agua venezolana de “Polar”, Minalba, que había llevado de Caracas,  y eso que, por lo menos, en su suite de Dubai, debía contar con aguas de marcas como “Fine” (de las colinas del monte Fuji, Japón), o la “Solar de Cabras” de Cuenca, España ( la favorita de Carlos V) , y,  la más cara y exquisita de todas, la “Cloud Juice” de Tasmania (100 dólares  la botella de un cuarto de litro).

“Pero bueno, Malaver”, me gritaría un neoliberal uña en el rabo, un fanático del libre mercado y la economía competitiva  “pero tú lo que estás es defendiendo un monopolio, una monstruosa concentración económica que, es cierto, condenó Marx, pero también Adam Smith, Alfred Marshall, Joseph Schumpeter, Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek”

Y yo le objetaría: “Correcto, admitamos que de acuerdo a la definición clásica, neoclásica y de la mismísima Escuela de Viena, hablamos de un monopolio, pero de un monopolio que sobrevive a la destrucción de otros monopolios. y de casi toda una economía, y lo ha logrado por sus disímiles lazos con pequeñas y medianas empresas de particulares, que no hacen una “concentración”, sino una “desconcentración”

Y ahí reside la fuerza fundamental de la “familia Polar”, en la diseminación de micro semillas que, en cuanto crecen en buenas manos,  son Venezuela en movimiento, en una incontenible afluencia de energías que, puede compararse, a esos ríos venezolanos que corren torrentosos, pero ordenadamente.

Por eso, se le tiene miedo a la “familia Polar”, a su razón y pasión de ser, a su imbatible capacidad de permanencia, a su condición para ver pasar lo nimio, lo futil, que aunque ruidoso, brama para apagarse.

Pero hablemos de historia, que siempre es necesario para explicarse el origen de ciertas aguas, de ciertas piedras, ciertas tierras que nacieron para fructificar y ser fructificadas.

No es fácil explicarse, por lo reciente, porque algunos fundadores ya no están, y los que están, siguen trabajando, como el primer día.

“No es posible, retirarse de “Polar” me dice uno de los fundadores, “por que, si existe la figura legal de la jubilación y hay que cumplirla, además, la edad puede darte otras prioridades, pero, si trabajaste en “Polar”, vas a llevarla siempre contigo, estará siempre en tu nueva experiencia, porque nunca dejarás de ser trabajador y solidario”.

Le pregunto si puedo citarlo en un artículo que quizá escriba algún día sobre esta conversación y me dice: “No, para nada. En primer lugar, porque es un testimonio que seguramente pueden darlo otros mejor que yo. Y, en segundo, porque no quiero considerarme “un histórico” sino “un dialéctico” y se ríe.

Pero, a partir de la frase empiezo a construir muchos capítulos, el primero de los cuales tendría que ser sobre aquel “entrepreneur”, Lorenzo Mendoza Fleury, que, de ser un modesto empresario de “jabones y velas”, decide treparse a las cumbres y  fundar una cervecería.

“Fue una hazaña” me contó y creo que escribió después, el economista y político, Domingo Alberto Rangel “porque establecidas en el país dos marcas de cerveza que eran historia, tradición, Mendoza apareció con la suya en 1938 y la impuso”.

Pienso: “La dialéctica venció a la historia, a la tradición”.

Otro fundador,  que también me ruega no citarlo, me cuenta: “Lo primero fue viajar al mundo de las cervezas, Alemania, Checoeslovakia, conocer, escoger, seleccionar y después hacer un equipo de venezolanos y extranjeros, que, creo, es el mejor que se ha formado en el país en todos los tiempos”.

“Como empresario” me cuenta otro “te dejaba hacer, experimentar, probar, te daba todo el apoyo que necesitabas y después de la meta, te animaba a seguir corriendo”.

“Era muy sencillo” termina “con un aire entre urbano y rural, como eran todos los venezolanos de comienzos de siglo pasado y de hasta época reciente (y quizá hasta de ahora) pero abierto a cuanta novedad le pasaba frente a los ojos, a enterarse, informarse, a aprender”.

Los capítulos decisivos, sin embargo, no vendrán sino entre finales de los 50 y comienzos de 60, cuando se crea la “harina pan”, batalla que significó que tantas mujeres y madres venezolanas se liberaran del esfuerzo de pilar el maíz, desconcharlo, cocinarlo, molerlo para hacer la masa, y después divisar la arepa, en el budare.

“Era una práctica que venía desde lo más remoto de nuestra historia precolombina, que se mantuvo durante miles de años, que cruzó inmodificada durante la colonia, y la revolución industrial  y en la planta de “Polar” en San Joaquín, cambió para siempre, para alegría de Venezuela, América y el mundo, porque ahora la arepa es planetaria”.

“La harina pan surgió” me cuenta otro fundador “cuando en la planta de cerveza de San Joaquin, un ingeniero se dio cuenta que del maíz como corn flakes que se importaba de Estados Unidos para mejorar el sabor de las frías, quedaba un residuo empegostado que se hacía difícil limpiar y no servía para nada”.

Entonces un día, otro o el mismo ingeniero, dijo: ¿…Y si, y si, y si…” Y ahí empezó todo. Pero pasaron casi cinco años, y a comienzos de los 60, ya la harina de la arepa que conocemos estaba ante Venezuela”.

A quien si conocí un día -más bien una noche- fue a Lorenzo Mendoza Jiménez, nieto de fundador y actual presidente de Polar. Me citó por un par de horas en casa de amigo común para hacerme una consulta y amanecimos, casi amanecimos, conversando.

Sorprendentemente,   no hablamos de política, ni de economía, sino de periodismo digital, quería saber de mi carrera periodística, pero sobre todo de mi experiencia como periodista digital.

Pero hablar de periodismo digital, es hablar de la tecnología de punta en todos sus órdenes, de robótica, comunicaciones en línea, la imagen retina display, cámaras 8K, Jobs, Gates, Cook y tantos nombres que, seguramente, como yo, y como él,  estaban hablando de esos temas a esa misma hora.

Nos despedimos con la promesa de volvernos a ver, y “pronto”, pero imposible, urgencias de uno y otro lado, trabajo, presiones, noches en vela y viajes por las tecnologías,  nos quitaron la oportunidad.

La última noticia que tuve de Lorenzo Mendoza Jiménez es que hay unos políticos, fiscales y policías buscándolo para llevarlo a un tribunal. ¿Delito? Hablar por teléfono, seguramente de algunos de los temas que hablamos aquella noche.

Pienso, gente sin trabajo, o con poco trabajo, porque hay que ser “bien sin oficio” (la frase es de mi tierra, Margarita) para llevar a un tribunal a una persona “por conversar”.

También me digo: “La eterna historia: los “históricos” contra “los dialécticos”