El problema mayor estará en el impacto que una derrota electoral causaría dentro del grupo perdedor
El presidente de Venezuela suele tener poderes superiores a los que posee un líder democrático convencional y no es una situación que se pueda atribuir al chavismo. Era una condición previa, de la que ese movimiento ha sabido tomar ventaja evidentemente.
Cuando, en una democracia débil, el partido de gobierno controla férreamente la Asamblea, su función contralora pierde sentido, pues ellos mismos se pagan y se dan el vuelto. No hay en estos casos posibilidad de que el Parlamento revise objetivamente las solicitudes y las acciones del Ejecutivo. Simplemente está ahí para aprobar y respaldar todo lo que el Presidente les pida. Basta con mirar la respuesta de la Asamblea Nacional a todas las solicitudes del Ejecutivo, incluyendo aquellas que involucran quitarle a ella misma su función fundamental de legislar, para encontrar que no existen casos donde se hayan negado a una solicitud presidencial, por absurda que ella sea. Si consideramos que el ser humano tiene pensamiento heterogéneo y rebelde y que la democracia no es un sistema de consensos, sino un modelo para dirimir el disenso, es claro que una aprobación parlamentaria de todas las solicitudes ejecutivas no es más que una demostración fehaciente de una Asamblea de tipo eunuco.
Si en cambio, la democracia es seria e integral, aun cuando el partido de gobierno controle el Parlamento, los representantes del pueblo actúan con independencia y exigen a sus gobernantes cumplir con la Constitución, las leyes y la lógica, independientemente de que sean parte de su propio partido.
Pero, ¿qué pasa cuando un presidente tiene el Parlamento en contra?
En democracia integral, esto forma parte natural de la vida política en un régimen presidencialista. De hecho, algunos analistas incluso consideran que es el mejor escenario democrático, para garantizar el equilibrio de poder. El presidente, en este caso, tiene que negociar y dialogar con sus adversarios, quienes deberán estar también dispuestos a hacerlo para garantizar la estabilidad del país y del sistema. Es esa dinámica la que estimula el diálogo y la participación de las minorías, dos elementos clave de la democracia. En los regímenes parlamentarios el tema es más drástico, pues simplemente un primer ministro que pierde la mayoría es sustituido de inmediato.
El problema se presenta cuando un presidente concentrador de poder, se ve obligado a enfrentar a un Parlamento dominado por una oposición, que hasta ahora había sido excluida, amenazada y atacada.
Algunos pensarán que el líder, hasta ahora todopoderoso, ignorará por completo al Congreso. La realidad podría ser distinta. Incluso tratando de protegerse con una ley habilitante, que le dé como regalito de despedida el Parlamento que hoy domina, hay un grupo de acciones contraloras que no se pueden habilitar y que serán sin duda de lo más apreciadas por los grupos opositores de corte más revanchista. El gobierno tendrá que pasar por la Asamblea para aprobar el presupuesto, los créditos adicionales, los permisos de viaje, la aprobación del informe de gestión, el nombramiento de los poderes públicos, incluidos los magistrados del TSJ y los rectores del CNE, sin contar con la posibilidad de realizar juicios políticos que terminen en destituciones y sustituciones que pongan en aprietos el control unipolar. Y esto es sólo para empezar, porque quizás el problema mayor estará en el impacto que una derrota electoral causaría dentro del propio grupo perdedor y muy especialmente el temor que generaría en las instituciones públicas que hasta ahora habían respondido: Sí, Buana, porque creían que ahí estaba el centro del mundo y del poder… y ahora podrían sentir que no está.