¿Sabes qué? Pese a tus inquietudes, a tus miedos y a tu rabia… vota
Saben qué. Escribía un artículo analizando los escenarios electorales y de repente preferí replantear el tema para la próxima semana y repetir una reflexión que hice hace algunos meses y que me sigue dando vueltas en la cabeza. Ya sé que la leyeron aquí mismo, pero no importa. Se las repito tanto a mis hijos y de todas maneras me da miedo que no esté taladrada en su mente, así que vuelvo con esto y espero que les vuelva a dar ganas de cambiar esto que hemos creado o dejado crear.
«Estaba ahí sentado en un restaurante y no pude evitar oír la conversación de al lado. Era un grupete de chamos recién graduados que celebraban qué sé yo, exhibiendo su botella de 18 años, como corresponde al típico prospecto venezolano, que va desde ese político chimbín que bebe a diario, en esos restaurantes donde los guisos comienzan a cocinarse a las 12 am, hasta el Yuppie de pacotilla, que se la tira de broker de Rancho de Bolsa (porque de Casa no tiene nada). Aclaro que hay políticos decentes y corredores de bolsa de verdad, a quienes habría que montarles una estatua, pero esos no son a los que me estoy refiriendo.
La conversación giraba alrededor de burlarse de uno de los panitas que participaba en la tertulia. Las carcajadas retumbaban y el calificativo más light que recibía el afectado era: «tú eres es un cabeza de … «.
Pensando en la época en la que yo tenía la misma edad, debo reconocer que siempre había un pana, centro de las burlas del día, pero habían diferencias. La primera es que nuestros restaurantes eran bastante más baratos. Pero lo más importante no era eso. Es que nuestras burlas eran duras bajo los parámetros actuales de lo políticamente correcto, pero se me hacen inocuas a la luz de lo que oí esa noche. Nosotros no pasábamos de que si Fulano no levantaba ni polvo, que si Zutano todavía usaba la corbata ancha del abuelito, que si Mengano era más gallo que Focofijo. Pero la burla, 30 años después, sólo podía darle risa a ellos, porque a mí, primero me provocaba pararme a darles tres pescozones y después, pensando en mis hijos, me daba ganas de llorar.
El burlado era un ingeniero recién graduado con honores en una estupenda universidad, que trabaja en una importante empresa de ingeniería. Su «pecado» es que el muchacho trabaja de 8 am a 6 pm, y se queda hasta la madrugada cuando tienen picos de entrega. Su oficina financia la mitad de su posgrado y él tiene que hacer un esfuerzo gigante, que incluye fines de semana y vacaciones. Su sueldo es de veinticinco mil bolívares mensuales, mucho más que la media de sueldos de arranque, pero que él obtuvo por sus calificaciones y disposición al trabajo como pasante, función que ejerció prácticamente ad honorem.
¿Y por qué todo esto era fuente de burla? «Tú ganas 400 dólares al mes y yo me gano eso por día o por hora» le decían en sorna. Algunos vendiendo dólares en el mercado negro y otros recibiendo dólares preferenciales para importar lo que sea, por los que pagan una comisión a otro amigo conectado con la matraca cambiaria.
Para ese grupo de muchachos, la crisis se convirtió en una «oportunidad», pero no por esfuerzo creativo, inventiva o tenacidad, sino porque son el símbolo de lo que nos hemos convertido: una partida de caza güiros, con la moral de adorno y pensando que los gafos son quienes intentan trabajar honestamente y respetuosos de las reglas legales y éticas.
Me fui asqueado, pero con un objetivo claro: me dedicaré a convencer a mis hijos de que los estúpidos son quienes creen que ese dinero fácil y esa vida artificial puede construir su felicidad, en un país donde valga la pena vivir.
¿Sabes qué? Pese a tus inquietudes, a tus miedos y a tu rabia… vota.
@luisvicenteleon