Venezuela es un país sumido históricamente en el conflicto. Desde 1830, momento en el cual nacimos como la actual República de Venezuela y resueltos los prolegómenos independentistas, el país ha estado en la búsqueda incesante de una identidad que lo defina como nación. Este camino no ha estado exento de disputas, pues a contrapelo de la historiografía “idílica” sobre la lucha por la libertad, que en efecto la hubo, también debemos destacar que nuestro rasgo identitario fundacional deviene de dos rupturas que, además de políticas, supuso una separación cuasi-espiritual; en principio con lo que éramos realmente: españoles y no solo eso, sino del Imperio español y; en segundo lugar, en 1830, al separarnos de la Gran Colombia, rompemos con la figura señera de la independencia: Simón Bolívar, El Libertador. De estas dos rupturas se forma la república que hoy conocemos.
Por otra parte, Venezuela es un pueblo tan profundamente creyente como superficial en la obediencia a sus creencias y eso ha conducido a la manifestación social del fenómeno de la idolatría que se proyecta civilmente como culto a las personalidades poderosas. Es así que, en el siglo 19, producto de esa búsqueda de identidad el venezolano se refugia en la fuerza fulgurante de los caudillos y esto trajo como consecuencia que la población se sumiera en un espiral de violencia que duró 64 años al calor de 13 revoluciones de importancia y 2 guerras que ocuparon todo el territorio: la guerra civil de 1848–1849 y la guerra federal de 1859-1863, dejando un saldo de al menos 500 mil vidas. A la ya diezmada población venezolana, producto de la guerra de independencia que en 1822 era de 616.545 habitantes, un 31% menos que la población existente en 1811, van a sumarse los conflictos de la naciente república de 1830.
Según datos de Agustín Codazzi, para 1830 en Venezuela habitan 945.348 personas, lo cual constituyó una tasa de crecimiento interanual promedio de 6.6% después de solucionado el conflicto de la independencia; en relación con la disminuida población que se registró en 1822, pero en los siguientes 40 años la tasa de crecimiento interanual promedio se reducirá drásticamente a un 0.9%, el crecimiento poblacional de los años post-independentistas será disminuido ahora, por las revueltas de la Venezuela republicana.
En el siglo XX, esta manifestación idolátrica hacia la figura del caudillo encontrará su “fin” con el más poderoso de todos: Juan Vicente Gómez. Gómez, quien va a fundar el estado moderno cobijado por la aparición del petróleo “baja” de los caballos a los revoltosos, construyendo a lo largo del país un sistema de carreteras que acaba con el concepto conocido de revoluciones armadas, se configurará en lo adelante el Estado-Poder-Petróleo.
A la adoración al caudillo le sucederá la del Estado como una especie de nueva deidad civil, cuyo método de acercamiento y acceso se determinará en la política, en una nueva dinámica que se inaugurará en 1945 con la revolución de octubre, encabezada por las nuevas generaciones de militares y los líderes civiles, especialmente Acción Democrática con Rómulo Betancourt a la cabeza. Tres etapas se dibujan en estos cambios del centro del poder en Venezuela: i) La separación del Imperio español y la ruptura con el arquetipo que surgió del propio proceso independentista liderado por Bolívar, el centro de poder luego de este quiebre, será discutido por los caudillos venezolanos; ii) Del caudillismo centrista fortalecido por la incipiente industria petrolera, de carácter regionalista (andino) se transmutó hacia el ciudadano-elector en un camino discontinuo de formulación de un estado democrático, los partidos allí, tienen el monopolio del acceso al poder y; iii) Como respuesta a las rupturas históricas y a un nuevo componente condicionante: el ideológico global constituido por la izquierda de carácter marxista leninista; en esta etapa el poder no pierde su concepción popular, pero el componente militar restablece su capacidad militante y política recuperando así el protagonismo histórico. Esta última ha sido una etapa en ciernes desde los años 60’s con la presencia de luchas armadas rurales y urbanas, solo contenidas por momentos de bonanza petrolera y la alianza no beligerante militar de los 40 años de la democracia puntofijjista que atenuaba los decibeles de su manifestación, pero siempre presentes en la dialéctica política.
Como podemos concluir del breve relato histórico, la pugnacidad entre sectores, propuestas, ideologías y recias personalidades han copado la escena del desarrollo de la vida republicana venezolana, son 194 años (1830-2024) de una república que busca denodadamente hallar identidad, o para decirlo con mayor claridad: son 194 años en donde algún sector ha buscado imponer a otro su concepción de identidad.
En años recientes, a partir del triunfo de los sectores opositores en las elecciones Parlamentarias de 2015, se puso en marcha una estrategia maximalista e insurreccional que derivó en profundos daños a la República y a los venezolanos, esta táctica versó en el desconocimiento al Poder constituido propiciando la pérdida de las capacidades del Estado para atender las necesidades del ciudadano. A la crisis ya existente debido al conflicto y la polarización, que se inicia a partir del advenimiento de Hugo Chávez al poder y; a la inadecuada forma de conducir los destinos del país, se le sumaba la pretendida proclamación de un “gobierno interino” generado a partir de la supuesta ruptura del hilo constitucional, esto condujo a una de las situaciones de mayor precariedad en la vida de los venezolanos, solo comparable a los años de enfrentamientos bélicos ya analizados.
El saldo de este proceso de desencuentro nacional acaecido en el primer cuarto de siglo XXI es de una destrucción del aparato estatal que con grandes dificultades podrá reconstruirse. En el aspecto demográfico este conflicto ha generado una diáspora superior a los “7 millones de migrantes, de estos el 60% lo comprende personas entre 15 y 50 años de edad” (https://www.acnur.org/), lo cual disminuye alarmantemente nuestra población económicamente productiva, aumentando significativamente la proporción de la población en estado de vulnerabilidad.
Ante la situación descrita, Venezuela requiere reaccionar, mediante la reconfiguración de su Estado, la regularización de las relaciones sociales, la presentación de una alternativa ciudadana al estado rentístico y una apertura a la producción que supere las barreras del mercado primario de proveedores de materia prima. Sin dejar de lado la dialéctica de las ideas y las posiciones políticas, el país requiere asociarse en una clave consensual existencial, un espíritu nacional de unidad que permita recuperar las capacidades para desarrollar nuestro territorio desde las coincidencias culturales e históricas.
De allí la importancia de la organización civil, especialmente en el área de acción social, pero, sobre todo, los valores que sustenten las nuevas formas de encarar la conducción de la política.Para salir de esta crisis que tiene características de continuidad histórica y de conflictos más allá de lo contemporáneo; es necesario edificar una premisa básica: una idea de nación y una praxis para hacerla viable, en este sentido el trabajo, la productividad y la solidaridad toman dimensiones estratégicas ante el gastado discurso partidario. El ser-nación es la base de la república, sin ello seguimos condenados a la diatriba fratricida que ha envuelto a los venezolanos por dos siglos en un esfuerzo inacabado por definirnos.
(*) Este fragmento es el diagnóstico presentado por la Plataforma de Liderazgo y Entendimiento Nacional (PLENA)