El momento que vive Venezuela obliga a una reflexión importante, es impostergable acercarnos a los valores espirituales que han guiado a muchas sociedades prosperas en la historia universal. Lo hacemos desde la perspectiva cristiana, que es históricamente la inclinación venezolana y porque ilustra perfectamente cómo las naciones sujetadas a valores espirituales o verdades éticas absolutas pueden superar los escollos transitorios de los desencuentros ideológicos y políticos.
1. Humildad en el liderazgo
El amor a Dios “sobre todas las cosas” es esencial en toda autoridad terrenal. Sin el respeto reverente (temor) al Dios creador se tiende al abuso de poder, no hay límites en el ejercicio del mismo. El hombre tiende a “jugar” a ser el dios de su propio entorno. Se envilece y proyecta hacia la sociedad su propia perversión. La sociedad por imitación culmina extraviada acogiendo el ejemplo de sus líderes.
2. Respeto al Estado de Derecho
La Ley (o mandamientos) fue entregada a Moisés (Deuteronomio 5), como “ayo”, es decir, instrucción o disciplina bajo la cual debía sujetarse el pueblo de Israel, en espera de la venida de El Mesías. El cristiano vive hoy en la libertad de la redención, pero en nuestras relaciones como sociedad debemos sujetarnos a la autoridad. La autoridad en nuestra vida institucional es la ley emanada por los órganos de representación popular, no la de una autoridad unipersonal de un jefe o líder. El equilibrio entre las ramas del Poder Público es de gran importancia para que estas normas sean aplicadas con justicia y libre de discriminaciones. Nuestra idea del Poder funda su residencia en la comunidad, en el pueblo y son los ciudadanos como parte de diversas instituciones los que se auto regulan, preservando los límites del decoro y el respeto a las leyes.
3. El centro de nuestra vida ciudadana
“Mas el justo por la fe vivirá” (Romanos 1:17), el cristiano sabe que solo la Fe en Jesús Cristo lo conduce a la salvación, es una gracia de Dios, materializada por el sacrificio de Nuestro Señor Jesús. De esta nueva vida por la Fe, se desprenden del creyente multiplicad de buenas obras guiadas por la renovación de su conducta. Por tanto, es inútil elevar una ideología a la categoría de dogma moral cuasi-religioso. Las ideologías son concepciones académicas de la realidad, son ejercicios humanos intelectualmente válidos para tiempos y sociedades específicas. Las circunstancias del hombre varían a igual que sus modelos sociales, políticos y económicos.
El siglo 19 y 20 estuvieron fuertemente influenciados por la tendencia a enaltecer arquetipos socio-culturales por sobre los valores espirituales. Esta propensión es impulsada por interese creados, no por determinación de Dios; así que, debemos entender estas diferentes ideologías solo como propuestas temporales que ofrecen los académicos, los políticos y los pensadores como su propia visión de la realidad. Pretender además, la imposición ideológica a toda una sociedad, anula el derecho natural a pensar y a expresar su libre opinión sobre los temas humanos. Exacerbarla al punto de creerla infalible, es fanatismo que atenta en contra de la dignidad de las personas.
4. La propiedad privada
Es un importante motivo de contienda en el hombre el ser despojado de lo suyo. “No Robarás”, nos indica un mandamiento que reconoce el valor de la propiedad. De lo mal habido el hombre jamás se sacia, por ello la dinámica del pillaje trae violencia e inestabilidad. El cristiano respeta la propiedad privada, alienta el desarrollo digno producto del trabajo y aplaude la prosperidad que es alcanzada con equilibrio y prudencia. Respetar lo ajeno es un valor de honestidad y reconocimiento hacia nuestros hermanos, no hacerlo es dejarse vencer por la envidia, la codicia y la pereza. Por tales razones, importante es, sin duda, que en una nación las leyes protejan la propiedad y desarrollen la economía, proveyendo trabajo decente y progreso en paz.
5. El Valor del trabajo
Alabar a Dios por medio del trabajo es una de las mejores exaltaciones que puede propiciarse. Existe la vana costumbre de catalogar a ciertas profesiones u oficios de mayor dignidad que otros. Mal hace quien así procede. Todo oficio dignifica al hombre, si se pone en ello el propósito de agradar a Dios; desde el humilde trabajador del campo o la ciudad, hasta la más elevada de las profesiones o responsabilidades. “Así pues, he visto que no hay cosa mejor para el hombre que alegrarse en su trabajo, porque esta es su parte…” (Eclesiastés 3:22). Afirmamos que, solo el camino del esfuerzo creador y entusiasta es el apropiado para el progreso de las naciones. Sin distinción, cualquier oficio es agradable a Dios si se realiza con honestidad y alegría.
6. Vivir en Libertad
Para el cristiano la el sacrificio de Jesús en la Cruz le revela la verdad de la resurrección, al vencer a la muerte, Cristo muestra el camino de la libertad del pecado. Ya la muerte no se enseñorea del ser humano. En los evangelios, Juan 31-32: “Dijo
entonces Jesús a los judíos que habían creído en Él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Por ende si la obra salvífica de Jesús nos ha dado la libertad, necesario es para los ciudadanos ejercerla como derecho inalienable en su vida cotidiana.
Todos los intentos de menoscabarla o reducirla son absolutamente reprochables y alejados de la voluntad de Dios. Las limitaciones que debe imponerse el hombre en la práctica de su derecho a ser libre, son las que derivan de la pacífica convivencia y el respeto a la ley justa. Quien ha venido a la cruz de Cristo ha hallado libertad y anhela que todos en la sociedad se hagan de esta Gracia, por lo tanto desea que todo sistema de gobierno respete en gran mediad este bien de la humanidad.
7. El Perdón y la Justicia.
Son elementos vitales para reconstruir una sociedad resquebrajada por la contienda. Las sociedades, producto de sus tirantes intereses olvidan momentáneamente su cualidad de hermanos que comparten la misma Patria. “… Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae.” (Lucas 11:17). Las naciones divididas se desmoronan. Es solo la capacidad de perdonar la que propicia la reconciliación. Los cristianos somos pecadores de quienes El Señor ha tenido misericordia y por su gracia, no por algún merecimiento propio, nos han sido perdonados nuestras flaquezas pasadas y las que pudiéramos realizar en el futuro, si al cometerlas las confesamos y nos arrepentimos con corazón contrito y humilde. Ante tal regalo, deseamos que en nuestra sociedad se perdonen los unos a los otros, para que al derribar el “muro” que nos separa de Dios –la falta de perdón, el odio y la venganza- seamos un pueblo reconciliado, revestidos de la paz necesaria para acometer nuestra recuperación.
Evidentemente el que seamos perdonados nos trae paz y nos libera de la condenación eterna, pero no se nos despoja de la responsabilidad de nuestros actos. Toda desobediencia genera consecuencias y estas deben asumirse con entereza y valor, entendiendo que hemos recibido la gracia del perdón espiritual, pero estamos obligados por un deber social a reparar las faltas en que incurrimos. La Justicia en ese momento se convierte en elemento simbiótico para conseguir la reconciliación. Disculpar el agravio del otro sana, pero reparar el daño cometido satisface a la sociedad. Se abre expeditamente el camino hacia la PAZ.
Son muchas las acciones que deben acometerse para restaurar a Venezuela de su estado de angustia y tristeza. Hemos tocado los más hondo del problema; el espíritu de la nación. Lo que Carlos Siso llamó, en su estudio, La Formación del pueblo venezolano, “El Alma Nacional”. Sin la
recuperación de ese sentido, fallidos serán los intentos de recomponer La República. Hacerlo en estos momentos de extravío nacional, es un camino duro y necesario.