El italiano Gianni Vattimo sostiene que la posmodernidad es un punto de deslinde o despedida de la modernidad, enfatiza en la “superación crítica” de la misma para ir en la búsqueda de un nuevo desarrollo o fundamento. Vattimo alinea su concepto con Nietzsche y Heidegger en su relación ‘crítica respecto del pensamiento occidental’.
En este último sentido Vattimo estaría relacionando su definición de posmodernidad con una “crítica total, pues abarca todos los aspectos de la cultura europea: el mundo racional, el mundo moral y el mundo religioso, tres mundos inventados por el hombre occidental cuyos valores son decadentes” (Cesar Tejedor C., Historia de la filosofía en su marco cultural, 1993) de Nietzsche y, con el pensamiento de Heidegger, en tanto a; “no elevar demasiado la importancia de la racionalidad, ya que esta situación puede conducir al humano a un modus vivendi racionalista-calculador, mecanizado, alienado y por ende, deshumanizado” (Gloria De la Garza, ¿Qué es la Filosofía Heideggeriana?, 2017)
Por otra parte, José María Mardones, presenta las nociones de “saberes fuertes” relacionados con la razón, por los que muestra su reticencia, frente a una tendencia o inclinación hacia los conocimientos “débiles”, tentativos y plurales que se hacen de las debilidades que muestran las “teorías firmes” para desconstruir o superar conceptos modernos. Para Mardones, el pluralismo, el fragmento y la diferencia son, a nuestro juicio, una especie de estructura crítica por la cual se filtra la rebeldía en contra de lo absoluto, lo moral y lo divino.
Finalmente, para Mardones, la posmodernidad es un estado actual del debate cultural;
En síntesis, la crisis conjunta de la modernidad y de las tradiciones, de su combinación histórica, conduce a una problemática (no una etapa) posmoderna, en el sentido de que lo moderno estalla y se mezcla con lo que no lo es, es afirmado y discutido al mismo tiempo.
La posmodernidad, en conclusión, cuestiona las certezas que ha construido el mundo moderno occidental a través de la ciencia, la cultura y la religión, en ese examen crítico se llega al extremo de hallar en las fisuras de estos saberes, llamados “fuertes”, las fórmulas que desde una pretendida pluralidad y multiculturalismo, conducen a la apatía y al desánimo a “un fin sin comienzo de nada” a un “no concepto”: “simplificando al extremo, se considera ‘pos-moderna’ la incredulidad con relación a los metarrelatos” (Jean-François Lyotard, citado por Vattimo, en A.Roldán).
Es un fin que parece dejarnos ‘desnudos’ y sin herramientas para vivir en un mundo hostil. Pero, al propio tiempo se absolutiza, en nombre de una “libertad humana” el disenso producto de las anomalías del sistema y los proclama finalmente como un “metarrelato” de su propia naturaleza, a la que quiere acceder sin los límites de la modernidad (leyes y sistemas éticos e institucionales), como podríamos observar cuando Nietzche discurre sobre “la psicología rudimentaria del hombre religioso”:
[…] los estados de poder dan al hombre la impresión de no ser la causa, de no ser responsable de ellos; suceden sin haber sido deseados; en consecuencia, no somos los autores; la voluntad no es libre (es decir, la consciencia de una transformación operada en nosotros sin que nosotros la hayamos querido), necesita de una voluntad ajena. Consecuencia:! hombre no ha osado atribuirse todos sus momentos más fuertes y asombrosos, los ha concebido como «pasivos», como «sufridos», como violentaciones— la religión es el surgimiento de una duda sobre la unidad de la persona, una alteración de la personalidad— : en cuanto todo lo grande y fuerte del hombre se concebía como sobrehumano, como extraño a él, el hombre se empequeñecía, colocaba ambos aspectos en dos esferas superadas, una lastimosa y débil y otra fuerte y asombrosa: a la primera la llamó «hombre», y a la segunda «Dios».
La ética
La crítica posmoderna no puede prescindir de un tipo de ideal ético. La propia reacción hacia lo diverso o plural; lo funcional o pragmático; o lo contextual se muestra por medio de una construcción ética en donde se rechaza por excluyente o impositivo al pensamiento absoluto, se produce una re-racionalización en clave incluyente de la sociedad, sus valores y por ende su ética.
Lejos de renunciar a un tipo de ética, crean una que sustente su interés plural y por la vía de la inclusión se visualiza la falla del sistema (saber débil) para intentar dejar atrás un concepto que se pretendía “fuerte”, que a través de un nuevo lenguaje esta vez comparativo, establece la solución del problema. Finalmente hay valores considerados absolutos; explícitos o implícitamente, que cuestionan o pretenden sustituir a lo existente.
El desafío
El profesor Roldán nos propone que; “toda educación teológica que no tome en cuenta la Iglesia real está condenada al fracaso y la esterilidad”. ¿Ahora bien, qué debemos entender por “iglesia real”? Por esta se entiende a la vida concreta de la comunidad cristiana, evitando, según nuestro autor, “hacer grandes teorizaciones fuera de ese campo de juego”
Es una medida “profiláctica”, pues en medio de una sociedad que está “desconstruyendo” sus concepciones modernas, o al menos eso cree que hace, enlazar toda teología con el fenómeno contextual avanza más en un sentido unitario que trata de superar este deslinde con los valores absolutos del Evangelio. No se trata, a mi juicio, de hacer posmoderno el mensaje o de tornarlo acomodaticio; sino de apuntar a las significaciones reales de la comunidad sin perder la esencia de lo que Cristo tiene que decirle hoy a la sociedad.
(*) Abogado, mercadólogo, político y estudiante de teología. Director de Comunicaciones Integrales Episteme.