El pecado se describe en la Biblia como un peso que nos mantiene alejados de Dios y que evita que disfrutemos las bendiciones de Dios» (Hebreos 12:1); El pecado es una atadura que hace que nuestra fuerza fracase (Lamentaciones 1:14); El pecado es como una enfermedad que necesita ser sanada» (Oseas 7:1). San Agustín lo describe como “una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna“ (Contra Faustum manichaeum, 22).
El teólogo español José González Faus nos explica que «El pecado tiene un aspecto personal e imputable; pero, a la vez, tiene un aspecto enmascarador y, en este sentido, anónimo o impersonal al cual el pecado humano recurre para poder afirmarse» (La realidad del pecado, Barcelona 1985)
El ser humano en su sentido de finitud se encuentra vulnerable y en procura de encontrarse y desde su debilidad recurre al pecado para sentir que tiene control absoluto de su vida, se trata de hallar poder o auto-control, ajeno a la voluntad de Dios.
Es difícil asimilar para la consciencia que en una medida pequeña, pero no menos importante, la propia voluntad ocupa un rango inferior en nuestra determinación y destino personal.
Si tomamos en cuenta algunas afirmaciones que nos da el psicólogo estadounidense Martin Seligman, fundador de la psicología positiva o del bienestar; la felicidad del hombre depende en un 60% de circunstancias no modificables, como la genética y las condiciones de vida, pero un 40% puede ser determinada por la propia voluntad, disciplinas y actitudes edificantes frente a la adversidad.
De manera que, si se asume nuestra dependencia de Dios, evitando revelarnos, y nos abandonamos a su conducción, enfocando nuestra voluntad en una determinación disciplinada y sana podríamos avanzar desde el amor hacia un mejor porvenir.
El hombre peca, cuando en el ejercicio de su libre albedrío, en lugar de asirse a una disciplina positiva, se apropia de forma egoísta de las posibilidades que han sido dadas por Dios a las demás personas, y que han sido ofrecidas para ser disfrutadas con amor, aquí seguimos en la línea de González Faus y observamos entonces que el pecado tiene una manifestación individual, «imputable» en una conducta dañosa contra sí mismo y, otra manifestación, ya de forma social, en la que sustrae al otro del goce de los dones que Dios le ha dado.
¿Cómo se manifiesta este pecado social?
Lo podemos observar en el orden económico con la explotación del hombre, la estafa, la viveza que desestabiliza el bienestar de las sociedades; el lo político, lo presenciamos con la opresión con la que un gobernante puede tratar a su pueblo, amenazando el sentido de la justicia o su libertad y, en lo familiar se expresa mediante la violencia intrafamiliar, el machismo o el maltrato a la mujer, en donde, en lugar de hacer de la familia un hogar, estos fenómenos deforman la vida que Dios nos ha dado para felicidad y consolidación de una vida armoniosa.
El pecado estructural.
También debemos referirnos al concepto de «pecado estructural» este fue popularizado por la teología de la liberación, un movimiento dentro de la Iglesia Católica que surgió en América Latina en la década de 1960.
Este concepto sostiene que existen estructuras sociales, políticas y económicas que perpetúan la injusticia y la opresión, y que estas estructuras son pecaminosas en sí mismas. El pecado estructural se refiere a la idea de que el pecado no es solo un asunto individual, sino que también está arraigado en las instituciones y sistemas que generan desigualdad y marginación.
El teólogo católico peruano Gustavo Gutiérrez es uno de los principales exponentes de esta tesis, y su libro «Teología de la liberación» es una de las obras más influyentes en este campo, al igual que el teólogo protestante brasileño, Rubem Alves, con sus estudios de la teología liberadora.
Conclusiones:
1. El hombre trata de afirmarse o evadir su realidad de debilidad y total absoluta dependencia de Dios, revelado a esta verdad se desliza hacia el pecado, con lo cual se separa de su Creador;
2. Esta conducta es una decisión producto de nuestro libre albedrío y es dañosa para nosotros mismos, pero también se manifiesta y tiene consecuencias sociales;
3. Las consecuencias sociales del pecado son: la opresión, la injusticia, la explotación del hombre, la violencia, el machismo, en fin, la desintegración de la sociedad;
4. También existen supraestructuras que hacen al hombre víctima y victimario del pecado, esto se llama pecado estructural y viene dado por conductas y organizaciones que en sí mismas son conductoras y creadoras de pecado, este tipo de organizaciones puede venir dada desde los enclaves criminales que trafican con el cuerpo humano hasta las que incitan las adicciones como negocio; pero también pueden estar presentes en instituciones y políticas estatales afectadas por la corrupción y el despotismo.
5. En Latinoamérica estos temas han estado planteados con mayor preocupación desde la década de los años 60’s y todavía palpitan en la búsqueda de identidad de nuestros pueblos.