El ser humano siempre ha sido propenso a la experiencia religiosa, vista esta como una relación con un fenómeno enteramente Otro, que tiene como objetivo una relación con lo inexplicable. Esta relación se sostiene por medio de elementos sacralizados a través de los cuales se materializa tal experiencia: árboles, imágenes, rituales entre muchos, dependiendo de la religión que analices.
Pero, a medida que ha avanzado la tecnología y el conocimiento se van derrumbado divinizaciones de algunas concepciones antes, llenas de obscuridad. Por ejemplo, Nicolás Copérnico fue sentenciado a muerte por decir que la tierra no era el centro del universo, sino el sol; al demostrarse que estaba en lo cierto, con los años, le tocó a Juan Pablo II pedir perdón por tal atrocidad. Locamente, para citar un ejemplo más criollo, en los pueblos de Venezuela era común ver un espanto llamado «la sayona», con la llegada de la luz eléctrica, tal espanto desapareció y se alude a que eran los maridos infieles que se disfrazaban para que no los descubrieran en la calle.
También, existe la tendencia en el ser humano de buscar las explicaciones de sus problemas fuera de sí mismo. Es por ello que, cuando una persona pasa por circunstancias difíciles, surge la intención de justificar tal mal producto de algún embrujo mal intencionado de algún enemigo o contagio de alguna «mala suerte» o «pava», para utilizar un adjetivo popular. En base a esta creencia, el hombre en su egocentrismo cree, que puede manipular de alguna forma su suerte por medio de rituales naturales, repeticiones positivas o alguna otra sistémica de prosperidad, en la antigüedad y en algunas religiones primitivas, todavía se usa el sacrificio de animales con la ilusión vana de alguna limpieza o alejamiento de la fatalidad personal.
La única fe o confesion que parte de la adoración de un Dios que se interesa en el hombre; de un Dios que no te observa severo desde su trono, sino que ha andado y anda al lado del hombre en ka historia, es el Dios de Abraham, el Dios que nos dió a Jesús para liberación de toda opresión del pecado. Aquí ya la experiencia religiosa no es enteramente Otra, fuera de nosotros, sino una experiencia enteramente nuestra, humana, porque nuestro Dios se complace en su creación: el ser humano y quiere que este se perfeccione en el amor y venza la injusticia de las relaciones humanas.
Es profundizando entonces en un abandono radical del pecado, en una dialéctica personal permanente como se puede seguir a Cristo y gozar de la gracia que nos ha sido dada.
En la crisis debe verse hacia adentro, indagar qué tan responsable somos de los que nos pasa y cuáles determinaciones podemos tomar para corregir el rumbo de nuestras vidas. Adjudicarlo por el contrarios a razones externas, desplazar nuestras culpas, es un acto adolescente, propio de jóvenes inmaduros. Jesucristo es libertad de toda opresión, seguirlo significa acercarse a su yugo para poder descansar de nuestra carga, pero también requiere de seguirlo y al hacerlo se destruyen nuestra antiguas certezas. La pregunta necesaria: ¿Estas listo para seguirlo? Porque Él anhela que lo hagas.
«Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga» (Mateo 11:29-30).