En Latinoamérica cualquier intento de imponer una identidad absoluta fracasará. Los rasgos identitarios que definen a los pueblos están signados por realidades históricas, estas pueden ser dolorosas, liberadoras o sanadoras. Pero, deben procesarse sobre la base de que éstas definen lo que hoy somos. Deben entenderse y acoplarse bajo un criterio consensual y de respeto, de lo contrario la sociedad pugna y sus pueblos se sumergen en una inagotable dinámica conflictual que procura siempre la imposición de una visión sobre otra. Apliquemos el método hegeliano para corroborar estas sentencias de apertura:
La afirmación (tesis): Suponemos que la identidad latinoamericana, se configura históricamente en torno a elementos comunes como el idioma, la religión y una experiencia compartida de colonización que produjo, por medio del mestizaje, un “hombre latinoamericano”. Este punto de partida puede establecer una unidad cultural, lingüística, racial y religiosa que podría aspirar a definir a la región como un todo homogéneo.
Negación (antítesis): La sociedad colonial en la que se cuece la idea de la independencia no identifica una certeza sensible, un “aquí y ahora”, no encuentra el concepto superador en la dialéctica opresor-oprimido. La colonia se organiza por medio de un sistema riguroso de castas sociales que norma la vida social y sobre todo la economía de estos pueblos. Lo homogéneo que puede hallarse en las coincidencias idiomáticas, culturales y religiosas no encuentra despliegue armonioso frente a la inequidad social, la opresión económica y el sometimiento de densos sectores como lo son el Indio y el Negro, así como también su mezcla interracial constituida por el Mestizo; el Zambo y; el Mulato. El imperio español en América es una poderosa economía soportada por un injusto y opresivo sistema social.
La idea de independencia va más allá de la simple separación política de la Corona española, se trata entonces de la esperanza de que esta separación permitiera mitigar la vida subyugada de las masas sociales no privilegiadas. Estos conflictos no resueltos asentaron las desigualdades económicas, las tensiones étnicas y los traumas históricos. Todo esto actúa como negación o contradicción de esa unidad posible supuesta a partir de nuestros elementos identitarios como proyecto de nación.
Como resultado, cada nación y, dentro de estas, cada grupo social, desarrolla identidades fragmentadas que se oponen a la noción de una identidad latinoamericana integral. Estos conflictos obstaculizan un sentido colectivo y enfatizan las divisiones. En la independencia latinoamericana; el nuevo “Ser” autóctono se encontró sin referencias paradigmáticas caminando hacia la “Nada”, aunque el arquetipo revolucionario francés y el revolucionario norteamericano constituían la posibilidad de establecer elementos universales que pudieran proporcionarles un entendimiento a partir de un contexto de relaciones previas, no podían hallar la “certeza sensible” de un concepto superador, como bien lo describe David Roldán en: Clase 8: Hegel: historia y ontología dialéctica, cátedra filosofía y teología, FIET;
«Esto quiere decir que yo no puedo entender verdaderamente un objeto, percibir un objeto, si carezco de información de todo el contexto de relaciones, que “no son el objeto”. El objeto sal es una afirmación; esa afirmación excluye a todas las demás: “es sal, por lo tanto no es azúcar, no es una piedra, no es un animal, etc., etc., etc.»
En América Latina, la idea de independencia asociada a un grito de libertad social, no encuentra en el ideal moderno las percepciones claras. No hay un concepto definido, un “aquí y ahora”, pues se trata de una red de relaciones que producen una vida de opresión que contrasta con la riqueza del Imperio español, con las Leyes de Indias que intentaban humanizar el trato al indígena y los esfuerzos de la temprana responsabilidad social de la Iglesia. No hay transición posible que haga superar la sensación (de dolor) hacia un concepto exteriorizable. Lo que Hegel llama ENTENDIMIENTO. Es por esto que, el conflicto es un carácter permanente de nuestros pueblos.
¿Cómo entonces podemos lograr una identidad en un continente en el que se debaten de manera pugnaz tantas posiciones, en ocasiones una excluyentes de las otras?
Síntesis (negación de la negación): Según la filosofía hegeliana, en esta contradicción podría surgir una superación dialéctica. La identidad latinoamericana se debería redefinir, entonces, no como una unidad homogénea, sino como una pluralidad integrada, capaz de abrazar las diferencias y reconfigurar desde los conflictos históricos y actuales. El “hombre nuevo” latinoamericano no es de ninguna manera un español “aclimatado”. La síntesis ideal, bajo esta lógica, sería una identidad regional que reconozca y valore las diversas luchas y perspectivas como parte constitutiva de su esencia. No nacemos, podría proponerse, de los caracteres coloniales, sino de las luchas, el sufrimiento y el ansia de libertad y redención social de nuestros pueblos [producto de la injusta sociedad colonial y aunque pervivan rasgos europeos en nuestro “ADN”] como elementos constitutivos de una nueva nación.