Pocas semanas atrás, titulé mi columna “Uno más”, refiriéndome en esta al gravísimo problema de la inseguridad desde la perspectiva de una humilde mujer de Alto Barbarito, en Caripito, estado Monagas, cuyo hijo fue asesinado en las puertas de su casa y 5 años más tarde nada se ha hecho contra los responsables de tan abominable crimen. Comenté que, según datos actualizados del Foro Penal Venezolano, 237.832 muertes violentas, se habían dado desde que el chavismo-madurismo gobierna Venezuela para finalizar preguntando: “¿Cuántas más se darán hasta que cambie el estado de cosas que nos azota?”.
Una más.
El pasado sábado, me encontraba en Aragua de Maturín, evaluando las tareas que adelanta el comando opositor del Municipio, de cara a las elecciones parlamentarias del 6 D, cuando la diputada regional Sandra Alfaro me interrumpe –se había apartado atendiendo una llamada- para informarme: “Murió Mireya”.
Mireya Colmenares, es –no era porque lo será peremnemente- la esposa de un hermano en la lucha por una mejor Venezuela, Manuel García Barreto, exgobernador, que dedicó su vida a su marido, sus hijos, su familia y a hacer bien tanto como pudo en cualquier tiempo.
Conocí a Mireya –me percato ahora que por vez primera la tuteo porque para mí siempre fue la Señora Mireya- cuando yo era líder estudiantil y ella ejercía como Primera Dama. Supe entonces de su trabajo infatigable por los niños y de su devoción por Manuel. Perdidas las elecciones con Piñerúa Ordaz, su casa se convirtió en refugio y fueron muchas las reuniones a las cuales allí asistí, con Mireya gentil y extraordinaria anfitriona. Recuerdo una ocasión en la cual ofreció un almuerzo al expresidente Carlos Andrés Pérez y gracias a su esmero disfrutamos de una ocasión muy especial.
Sus hijos, Mireya, Claudia, Manuel José y Luis Emilio, son la mejor demostración de cuanto supo ser madre y su empeño en servir se extendió a un sinfín de actividades entre las cuales destacó su activar en pro de la prevención de las enfermedades cardiovasculares en la fundación que creó el recordado Mariano Álvarez.
Mireya y Manuel regresaban a su hogar, en hora temprana de la noche, cuando una banda de malandros los sorprendió. No voy a relatar aquí lo que he oído de ese episodio dantesco, marcado por la violencia y la inhumanidad, pero lo cierto es que resultado de esa acción desalmada, Mireya sufrió un gravísimo ataque al corazón y a pesar de los cuidados médicos, murió.
Mireya es una más, una víctima más del hampa que ha desbordado a un gobierno de incapaces en todas las áreas. Lo de Mireya es una tragedia más que nos enluta, que nos duele y que nos motiva a esforzarnos todavía más por lograr prontamente un cambio positivo que permita a vivir en paz en nuestro país, sin miedos, sin que arriesguemos cada minuto la existencia.
El primer informe que le presentaron a Golda Meir, en su estreno como jefe de gobierno de Israel, fue el del Ministro de la Defensa, quien reportó la baja en combate horas antes de 17 soldados. Meir relató, en una entrevista que le hizo otra leyenda, Orianna Fallacci, que arrugándole el ceño exigió al condecorado general que en lo adelante no mencionase bajas sino muertes y que no quería ver números sino rostros, que en lo sucesivo requería que en cualquier informe que involucrase caídos en acciones de guerra apareciera la foto de cada soldado muerto, con un breve historial de él. Lo hizo así, afirmó, para tener muy presente que se trataba de seres humanos, de tragedias humanas y no de simples números.
237.832 es una cifra. 237.832 muertes violentas es un titular de prensa. Pero Mireya era un ser excepcional, una esposa, una madre, una abuela, una amiga, una compañera, que ya no está, como no está “Sacamuelas” asesinado en el porche de su vivienda, pronto hará 12 meses y con él decenas de miles.
En el algún momento del 2014, Manuel García Barreto –quien a sus más de 80 años sigue siendo un activista infatigable del Partido del Pueblo- nos anunció que para estar con sus hijas y probar suerte en un negocio que planeaba, se marcharía a Panamá. Tristes pero ligando lo mejor para él lo despedimos. Me sorprendió verlo de vuelta, en Julio reciente, cuando me saludó con un “vine a ayudar gobernador, tengo que ayudar”. Al día siguiente nos acompañó a Caripe para una agotadora gira que incluyó visitas casa por casa, asambleas, reuniones en La Frontera, Santa Inés, Teresén, el propio Caripe, El Guácharo, Periquito y El Palmar.
En el velorio de Mireya, un ingeniero amigo, se nos acercó y dijo: “voy a relatarles lo que sé para que quieran más a Mireya y a Manuel. Estando en Panamá, Manuel advirtió en la mesa familiar que no podía seguir allí mientras Venezuela se caía a pedazos. Que tenía que regresar a ayudar y que si Mireya quería quedarse él lo entendería pero que volvería al país para trabajar por su Partido y por Monagas. Mireya no dudó un minuto y expresó tajante: yo también me voy Manuel, porque mi deber es estar a tu lado”.
Ruego, Mireya, porque ahora estés al lado de Dios y siendo así pídele que pronto muy pronto, Venezuela sea la que soñamos.
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