El pasado miércoles visité, casa por casa, a familias de La Toscana, en el Municipio Piar del Estado Monagas.
Acompañado de un numeroso grupo de activistas, a la cabeza de ellos los responsables locales de AD, PJ, VP y otras organizaciones partidistas, conversamos con muchos y concluimos, finalizada la tarde, en una nutrida asamblea.
Iniciamos el recorrido por el sector Virgen del Valle que se asienta en terrenos que doné tiempo atrás a centenares que hoy habitan allí. Tras recorrer unas pocas cuadras, nos topamos con un Mercal; lo que vimos dice mucho del fracaso del régimen:
Era larga la cola. A un costado del local, decenas de hombres y mujeres –algunas con bebes en brazos- y bastantes niños, se apelotonaban sudorosos cuidando puesto. Muy cerca freían empanadas que junto con nesteé permitía a los más afortunados –no todos podían pagar lo que costaba- mitigar el hambre y pasar las horas. Saludé, desde el final de la cola, uno a uno y en sus rostros cansados miro los de un pueblo que agota su paciencia. Adentro, encerrados en una estructura que me recordó a las mangas de coleo o peor aún a lo que seguramente fueron las que ordenaban a los prisioneros de los campos de concentración nazi, esperaban más a punto de ingresar para comprar lo posible.
Cuando llego al principio, hablo largamente con los primeros de la cola. Pregunto que están vendiendo y me dicen que no saben, que esperan llegue la cava para adquirir “lo que haiga”. Indago desde que hora están y me dicen que apenas un tienen un rato para asombrarme al aclararme: “esta cola es para comprar mañana, será mañana cuando entremos”. Pasarán el día y la noche en la cola, quemándose al sol o empapándose bajo la lluvia, dejando a un hijo cuidando el lugar mientras dan una vuelta a la casa, dirán presente a los que llevan la lista al mediodía, en la tarde, en la noche y de madrugada. Contarán una y otra vez el mismo chiste, porque aun en las peores circunstancias el venezolano se ríe. Esperan que no haya vivos que quieran colearse, que no se produzcan peleas o que un malandrito no se presente, cuchillo en mano, a querer arrebatarle lo poco que tienen.
Camino un poco más hasta el portón de entrada y abordo a mujeres que salen con una bolsa raquítica en mano; “hicimos cola desde ayer para solo comprar dos paquetes de harina pan y unas sardinas”. Estuve tentado de decirles que les fue bien pero entendí que era demasiado pero si les conté que días antes, mientras caminaba en La Bruja, Municipio Punceres, ví llegar, cerca de las 5 de la tarde, un camión lleno de mujeres pero también de hombres que indignados me explicaron que habían salido desde las 4 de la mañana para Maturín en búsqueda de “lo que haiga” y cuando les tocó su turno ya no quedaba nada. Horas y horas de cola para regresar a sus hogares con las manos vacías. Cuando mis hijos eran pequeños y volvía de un viaje, a pesar de los regaños de su mamá, casi siempre me recibían con un “que me trajiste”; esa tarde escuchar a niños de La Bruja preguntarle a sus padres “que trajiste” tenía una significación dolorosamente distinta porque la respuesta de nada era la antesala de acostarse con los estómagos vacíos.
Hambre. Por vez primera en la historia de Venezuela el pueblo venezolano está pasando hambre; no me lo contaron ni lo leí en las redes sociales. Lo siento, lo sufro en mis contactos con los de abajo, con los miles que confiaron en un Chávez que ya no está y cuyos logros, que si los hubo, botan ahora sus herederos.
Humillación. Con el hambre va atada la humillación. Como nunca antes el pueblo venezolano es humillado en las colas, en la desesperada búsqueda de lo elemental que requiere la familia para sobrevivir.
Hambre y humillación es la constante en la vida presente de la gran mayoría de los venezolanos. Que no siga siendo así, depende de cada uno de nosotros. El cambio es posible pero es necesario empeñarse para que sea realidad.
@RectorUnitecVe