En mis visitas a comunidades de Monagas y el Delta converso con muchos y aprendo más. En cada casa, con cada hombre y mujer, con todo joven, e incluso niño, que hablo me nutro y a la par refuerzo mi convicción de lo posible, y necesario, de un cambio positivo.
Oigo una y otra vez la demanda por una Venezuela mejor y el llamado proviene de todos sin excepción, veo como por igual se sufre las grandes carencias que hoy afectan a los venezolanos, miro con tristeza las colas interminables y me sumerjo en ellas para percibir en cercanía la creciente indignación de los que menos tienen por las humillaciones a las que son sometidos, comparto en pueblos y caseríos con días sin servicio de agua potable u horas sin electricidad donde nadie responde por ello, me abrazo en el dolor con madres que han perdido sus hijos asesinados a manos de malandros envalentonados por la impunidad y con hijos cuyas madres han muerto por culpa de un sistema de salud que colapsó, días tras día siento la desesperación de tantos porque no logran estirar lo poco que ganan para cubrir las necesidades más elementales de sus familias.
He visto llorar y no he podido evitar llorar -lo escribo sin rubor- con mujeres que me relatan que a sus bebes en brazos los alimentan con agua de maíz cariaco por que no consiguen leche y a hombres desesperados que me dicen con rabia que son muchas las noches que ellos y los suyos se acuestan con solo un vaso de agua en el estómago o que sobran las ocasiones en las cuales la única comida es cambur y otra vez agua. Qué decir de las abuelitas que me repiten que jamás se había visto una situación como la que ahora padecemos mientras me muestran una cajita arrugada del medicamento para la tensión que no consiguen en ningún lado, o de funcionarios de gobierno que a baja voz se quejan de los malos tratos y de salarios miserables.
Motivo hasta el cansancio a los más jóvenes que ahora dudan sobre si vale la pena estudiar o es mejor –como me lo dijeron bajo un sol que quemaba en una cancha abandonada en el Barrio Prados del Sur, que yo construí- buscarse “un hierro y tumbar a un chigüire”.
De vez en cuando, me topo con un ser excepcional, que destaca e infunde optimismo en un cuadro generalizado de pesar:
Llegamos a Apostaderos, luego de una corta travesía en curiara por el Orinoco, una mañana de sábado y recorriendo el caserío –caminos de tierra, sin aceras, ni cloacas, dispensario en ruinas, con solo viviendas construidas durante los gobiernos de Acción Democrática alrededor del tanque de agua también obra de un mandatario adeco, pleno de niños que corren emocionados a nuestros encuentro y con quienes compartimos después refrescantes posicles- nos topamos con una hermosa casa a cuya entrada sobresale un rústico aviso “La Fortaleza” mientras en un costado se secan, al sol, una veintena de tortas de casabe. Ángel Díaz, su propietario, nos recibe con un fuerte apretón de manos; va sin camisa y es puro músculo. Con interés le preguntamos sobre el pequeño emprendimiento que contemplamos. “A unos dos kilómetros de aquí tengo mi corte de yuca amarga. Yo mismo la siembro y cuido y ahora cosecho porque no se consigue quien quiera trabajar. Con una carretilla la traigo hasta aquí, la pelo, troceo, trituro, prenso, cuelo y tiendo sobre el budare para cuando estén listas, venderlas.” Con orgullo precisa “Vendo todo” para agregar “y no produzco más –insiste con énfasis- porque nadie quiere trabajar”. Es conversador Ángel y no se necesita mucho para que nos comente que es el que más gana en la localidad y el que vive mejor porque es el que más trabaja. “Cualquiera pudiera tener lo que yo tengo, pero lo que pasa es que esperan que el gobierno se los de y –vuelve sobre lo mismo- no quieren trabajar”.
Ángel es un empresario de los buenos aunque él sea el único trabajador de su empresa y modelo del venezolano con el que se construirá el país deseado, en el cual un gobierno eficiente marche a la par de un pueblo que haga del trabajo valor fundamental para el bienestar común.
Le felicitamos por lo logrado y por tanto que se esfuerza y antes de marcharnos, tomados del brazo, Ángel nos confiesa que son pocos los que reconocen sus logros. Son muchas las veces, afirma, que amigos y compadres, cervezas por el medio, se burlan, cuestionan lo tanto que hace con un “Tú sí que eres arrecho, pa´que te jodes tanto”. Con orgullo nos cuenta que su respuesta es siempre la misma: “Arrecho no, lo que tengo es voluntad, fuerza de voluntad, por mi familia, por los míos”.
Es necesario cambiar pero es importante resaltar que no solo es el gobierno y/o las políticas del gobierno las que deben cambiar; todos debemos cambiar, es de todos los venezolanos y venezolanas, sin excepción, sin distinción de banderías partidistas, la responsabilidad de cambiar para obtener la Venezuela que soñamos. Es cierto que se necesita mucho pero lo que más se requiere es voluntad, fuerza de voluntad; con la fuerza de la voluntad alcanzaremos un mejor mañana.
@RectorUnitecVe
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