Escribo estas líneas mientras amanece en Pedernales, a poca distancia de donde el Orinoco se sumerge en el Mar Caribe, en Boca Serpiente. Arribamos anoche, acompañado de una veintena de entusiastas activistas de AD, UNT, VP, PJ, COPEI para estar junto a Larissa y Verónica Brito, candidatas a diputadas a la Asamblea Nacional por Delta Amacuro, en visitas a comunidades de la entidad.
Habíamos salido muy temprano del muelle del paseo Manamo en Tucupita y luego de horas de recorrido por el río –paisajes exuberantes y hermosos, curiaras con pescadores que saludaban a nuestro paso- paramos en Isla Misteriosa de muy difícil ubicación porque a decir warao “cambia de lugar”. Es una comunidad toda palafitos que gira alrededor de las trojas donde secan y preparan el pescado para la venta, sin luz desde hace meses, sin agua potable ni cloacas desde nunca, con el dispensario en ruinas, sin médico, enfermeras, ni medicinas, sin señal de teléfono, ni internet, con una escuela de deteriorados salones. Cuando nuestras lanchas se acercan al improvisado atracadero, decenas de niños –algunos desnudos- corren a recibirnos contentos y mientras les saludamos me imagino la misma escena 500 años atrás con Diego de Ordaz y sus hombres al pasar por estas mismas aguas que descubrió para el mundo. Caminamos por pasarelas sobre el barro que gritan ser reparadas y visitamos choza a choza –que no tienen otra calificación-, Larissa y Verónica adelante que ellas son hoy las protagonistas, abrazando, estrechando manos, repitiendo una y otra vez “Yakara jocona e” y preguntando con interés “Ji Wai Katute” –¿cuál es tu nombre?- Cada escena es más dolorosa que la otra pero nada lo es más que la frase repetida hasta el cansancio “tenemos hambre”, “hambre”, “este gobierno nos está matando de hambre” y basta ver los cuerpos esqueleticos de tantos para entender cuan cierta es la afirmación de todos.
De Isla Misteriosa pasamos a Capure, masivo recibimiento de una población que esperaba por un cargamento de Mercal, que casualmente llegó con nosotros, para comprar después de ser llamados por lista, un poco de harina, arroz y un pote de aceite. “Queremos presa” gritaban las mujeres a los esforzados funcionarios que en nada son responsables de la falta de alimentos que afecta a este como a cualquier pueblo de Venezuela.
Tras Capure, Pedernales, y a pesar de que es de noche, dedicamos horas a contactar a hombres y mujeres agobiados por tantos problemas entre los cuales el más mencionado es la escasez.
A la madrugada, pegado a la ventana de la sala de la pensión donde nos alojamos, escucho voces. Salgo a la calle y cuando aún no son las 6 de la mañana, me topo con una larguísima cola frente a un PDVAL improvisado. Me acerco y algunos me reconocen –“somos de Buja, de El Respiro, de Uracoa” afirman, pero vivimos aquí- y pronto estoy rodeado de buenas personas que se quejan y reclaman, que a viva voz proclaman, “estamos cansados de tantas humillaciones”, “estamos pasando hambre”.
Tengo abierto en mi laptop, los últimos reportes Omnibus de Datanalalisis y Datincorp. Los dos coinciden en cuanto a la abrumadora ventaja que la oposición le lleva al oficialismo de cara a las elecciones parlamentarias: 63.1 % de los entrevistados votarían hoy por los candidatos de la oposición, 31.7 % por el oficialismo y 5.2 % por alternativos que más bien son asalariados del gobierno que pretenden sin éxito dividir.
No se necesita tener encuestas a mano, en las cuales se muestra que el 89,6 % de los venezolanos considera negativa la situación del país ni que el principal problema es el desabastecimiento, seguido de la inseguridad y el alto costo de la vida, para entender porque la casi totalidad de nuestros connacionales quieren un cambio: lo quieren y necesitan porque cada día más están pasando hambre.
Un pueblo con hambre es capaz de cualquier cosa; “por ahora”, el 84.1 % cree que es posible revertir esta dramática situación por una vía electoral, democrática y pacífica. Que así sea.
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